
«Y nos dieron las diez (y media), luego de un concierto que duró un par de horas, con apenas un descanso de dos canciones para Sabina. Y salíamos a Felipe II, Andrea, mi anfitriona, y yo mismo, arropados por un gentío feliz, con esa alegría que la belleza causa. Y del metro Goya a Moncloa. Y de aquí a Majadahonda»
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 12 de noviembre de 2025). Un Cadáver Exquisito. Nada puede gustar más a mis aprendices de Poesía que jugar conmigo a aquel juego dadaísta, el papá, Tristan Tzara, consistente en que cada partícipe escriba en un papel cualquier palabra, sustantivo o adjetivo, que –agrupadas por un secretario– vendrán a las manos del árbitro, el profe para el caso, quien pondrá las conjunciones, preposiciones o artículos necesarios para que los versos resultantes tengan una cierta lógica (tampoco excesiva.) El primero de aquellos poemas dadaístas rezaba: “Un cadáver exquisito.” Y eso se me ocurre después de escuchar (y ver, opípara escenografía, monumental sonido, el del concierto llamado “Hola y adiós”) a Joaquín Sabina, en el Palacio de los Deportes madrileño. Sí, ya sé que ese recinto tiene otro nombre, posterior al que tuvo años atrás, pero yo prefiero el habitual del edificio alzado donde estuvo aquella Plaza de Toros, posterior a la de la calle de Alcalá, y anterior a la de Ventas. Y allí me acomodé el otro día, sentaditos todos, que el pueblo sentado está más descansado (y -por lo tanto- proclive a la paz y el amor), a disfrutar una despedida continuada que, cruzo los dedos, no será para tanto. Pues este cadáver exquisito puede y debe dar mucha paz, camuflado bajo los diferentes sombreros con que se tocó según avanzaba el concierto. Arropado, y nunca mejor dicho, por una banda muy competente, cuerda, percusión y viento, y una corista andaluza que se llama Mara Barros y sostiene los trinos de su “boss” si estos en algún momento decaen.

«Después de escuchar (y ver, opípara escenografía, monumental sonido, el concierto llamado “Hola y adiós”) a Joaquín Sabina, en el Palacio de los Deportes madrileño»: «Hola y Adiós» se prolonga todo noviembre en Madrid: aún hay entradas para hoy día 12 de noviembre y para el 17 también, resto agotado
LA VOZ DE SABINA, POR CIERTO, NO ESTÁ PEOR DE LO QUE ESTUVO, se ve que la cuida más, y sirve de vehículo estupendo en un empeño concertista que empezó con “Yo me bajo en Atocha” finalizando con “Princesa”. En el medio joyas radicales como “De purísima y oro”, coincido con Serrat, creo que es mi favorita, ese retrato del Madrid de la posguerra, regado a manguerazos, de cuando los aperos para tal fin se guardaban en la calle Regueros, una de las guaridas de mi amada revista “Leer”, tan duro y dulce, también. Pero, no faltaron “Tan joven y tan viejo” o “Peces de ciudad” o “Calle Melancolía”. Y, desde luego, “Contigo”: “yo no quiero que viajes al pasado/ y vuelvas del mercado con ganas de llorar” Y pues el público de Sabina es tan amplísimo, y eso es un artista de verdad, el que une izquierda, derecha y centro, yo vi una vez a todo un señor obispo aleccionando a los confirmandos con la letra de este tema, la música, no, que ya había un coro hendeliano allá en las alturas (del coro, precisamente, del coro en su lugar divinamente humano) y, a lo mejor, el obispo no estaba muy afinado ese día. Sí, “Contigo” es canción excelsa.

«Y allí me acomodé el otro día, sentaditos todos, que el pueblo sentado está más descansado (y -por lo tanto- proclive a la paz y el amor), a disfrutar una despedida continuada que, cruzo los dedos, no será para tanto»
COMO TANTAS CANCIONES DEL REPERTORIO del Señor de Úbeda, ese día apenas con bombín, pero de eso ya se ocupaba el “merchandising” y bien que vi a un par de florones adolescentes tocadísimas con sus correspondientes bombines. Y nos dieron las diez (y media), luego de un concierto que duró un par de horas, con apenas un descanso de dos canciones para Sabina. Y salíamos a Felipe II, Andrea, mi anfitriona, y yo mismo, arropados por un gentío feliz, con esa alegría que la belleza causa. Y del metro Goya a Moncloa. Y de aquí a Majadahonda: “pastores los que fuerdes/ allá por las majadas al otero…”, cantaba San Juan de la Cruz, quien fuera a morir a Úbeda. Y trajeron su cadáver exquisito a Segovia. Los restos. igualmente exquisitos de Sabina, seguirán y seguirán, en grabaciones. Y en retinas, oídos y corazones de quienes hayamos tenido la fortuna de verlo en directo. Sí.






Como siempre leerte es un gusto Maestro. Tu prosa destila poesía, de la buena y una quiere seguir leyendo. Sabina es nuestro Dylan . Habrá que proponerlo para el Premio .
Gracias por compartir la alegría que la belleza causa.