La entrada al horario de invierno se realiza en la madrugada de este sábado 25 al domingo 26: Los relojes en España se retrasarán una hora, por lo que a las 03:00 de la mañana serán las 2:00. Con este ajuste se dará inicio al horario de invierno, con días más cortos y amaneceres algo más tempranos.

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 25 de octubre de 2025). La hora detenida de Europa. Europa lleva años debatiendo sobre algo tan aparentemente banal como el reloj, pero que encierra un dilema de fondo: ¿qué tiempo queremos vivir? El continente entero parece coincidir en que cambiar la hora dos veces al año carece ya de sentido. Lo que comenzó como una medida para aprovechar mejor la luz solar y ahorrar energía se ha convertido en una costumbre incómoda que altera ritmos, perturba el sueño y, según apuntan los expertos, afecta incluso al estado de ánimo y la productividad. Sin embargo, cuando llega el momento de decidir si debemos quedarnos con el horario de verano o el de invierno, los países europeos se dividen. Todos quieren detener el reloj, pero nadie se pone de acuerdo en la hora exacta. El cambio horario es uno de esos rituales modernos que sobreviven por inercia. Durante décadas se justificó por el ahorro energético, pero en una Europa digital y urbana, donde la mayoría de los ciudadanos trabaja bajo luz artificial, esa justificación se ha desvanecido. En cambio, los perjuicios son cada vez más evidentes: trastornos del sueño, estrés, accidentes laborales, pérdida de concentración… pequeños desajustes que, sumados, dibujan un malestar generalizado. Quizá sea una metáfora de nuestro tiempo: seguimos moviendo las agujas aunque el mecanismo ya no funcione.

Miguel Sanchíz

EL DEBATE, MÁS QUE TÉCNICO, ES SIMBÓLICO. Elegir entre el horario de verano o el de invierno no es solo una cuestión de minutos, sino de mentalidad. El horario estival prolonga la luz de las tardes, invita a la vida exterior, al ocio, a los paseos que se resisten al anochecer. El invernal, en cambio, se ajusta mejor al ritmo natural del sol, favorece el descanso y evita que las mañanas transcurran a oscuras. No se trata de escoger entre el placer y la razón, sino de encontrar un equilibrio entre ambos: vivir en armonía con la luz sin condenarnos al desvelo. España, como recordaba hace poco una diputada gallega, vive desde hace 80 años con una hora prestada. Franco decidió alinearla con la de la Alemania nazi, y desde entonces nuestro mediodía solar no coincide con el reloj. Es un anacronismo que nos aleja de nuestra propia geografía: comemos tarde, dormimos poco y vivimos a contraluz. Tal vez sea el momento de reconciliarnos con nuestro meridiano y devolverle a la jornada su ritmo natural.

LA CUESTIÓN DE LA HORA NO ES SOLO ADMINISTRATIVA: ES UNA DECLARACIÓN DE INTENCIONES. Dice mucho de cómo entendemos la vida cotidiana, el descanso y el trabajo. Europa, tan dada a los grandes discursos sobre el futuro, tiene aquí una oportunidad de mostrarse práctica, humana y unida. No se trata de un debate menor. Ajustar el tiempo común es, en cierto modo, ajustar también la convivencia. Quizá, cuando por fin decidamos qué hora queremos conservar, comprendamos que lo importante no era elegir entre verano o invierno, sino aprender a vivir a tiempo. Porque el verdadero cambio no está en las manecillas, sino en nuestra manera de mirar la luz que aún nos queda.

 

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