Alguien, frente a una ofensa real, eligió no devolverla. No por miedo. No por debilidad. Sino por algo más alto: por compasión, por paz, por amor… o por cansancio de la violencia. ¿Y cuando nació la compasión?. No sabemos su nombre, ni su rostro, ni su edad.
Pero alguien –en una cueva o en un claro del bosque– vio a otro ser humano caído, herido, roto… y no lo dejó atrás.

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 5 de diciembre de 2025). “Cuando el ser humano aprendió a perdonar”. Durante mucho tiempo –quizás milenios– el ser humano vivió según la ley del daño: el que hiere, será herido.
Era lo justo, lo natural, lo instintivo. Cada ofensa exigía venganza. Cada herida pedía su eco. Así nacieron las guerras interminables, los odios heredados, las cadenas del rencor. Pero un día, alguien rompió esa lógica. Alguien, frente a una ofensa real, eligió no devolverla. No por miedo. No por debilidad. Sino por algo más alto: por compasión, por paz, por amor… o por cansancio de la violencia. Ese instante —silencioso, íntimo, luminoso— marcó el nacimiento del perdón.
No fue un gesto fácil. Fue un salto. Un acto revolucionario. Porque perdonar exige mirar más allá de la herida, ver al otro no como enemigo, sino como alguien que también sufre.

Atlas de Geografía Humana, por Miguel Sanchiz

PERDONAR NO ES OLVIDAR. NI JUSTIFICAR. ES LIBERAR: AL OTRO Y A UNO MISMO. ES NEGARSE A VIVIR ENCADENADO AL PASADO. ES TOMAR EL DOLOR Y CONVERTIRLO, NO EN ARMA, SINO EN PUENTE. Desde ese momento, la humanidad empezó a escribir una historia distinta: una historia donde la paz no nace de la fuerza, sino del corazón. Perdonar es, quizá, el más difícil de los asombros. Y sin embargo, es el que más nos acerca a lo divino. ¿Y cuando nació la compasión?. No sabemos su nombre, ni su rostro, ni su edad.
Pero alguien –en una cueva o en un claro del bosque– vio a otro ser humano caído, herido, roto… y no lo dejó atrás. Ese gesto, tan simple y tan inmenso, cambió para siempre la historia de la humanidad. Fue el nacimiento de algo nuevo: la compasión. La célebre antropóloga Margaret Mead lo explicó con una imagen inolvidable: el primer signo de civilización no fue una lanza ni un cuenco, sino un fémur humano fracturado y cicatrizado. Porque en la naturaleza, una fractura de ese tipo es una sentencia de muerte. Sobrevive solo quien ha sido cuidado, alimentado y protegido durante semanas. Es decir: quien ha sido amado sin utilidad. Nacer con compasión fue dar un paso más allá del instinto. Supuso mirar al otro no como carga, ni como amenaza, sino como hermano. Fue la primera forma de solidaridad, el origen de toda ética, la raíz de la justicia y de la ternura. Desde entonces, cada vez que alguien acompaña el dolor ajeno, lo alivia, lo comparte, está prolongando aquel primer gesto. Porque la compasión no es una emoción débil: es una fuerza profunda, valiente, transformadora. Y en ella —más que en la inteligencia o en la técnica— reside el alma de la humanidad.

EL PERDÓN. La piedra que no lanzó
Tenía la piedra en la mano.
El otro, en el suelo.
Podía vengarse,
pero no quiso.
Y la piedra cayó,
no sobre el cuerpo,
sino sobre el suelo.
Ese día,
nació el perdón.
Y el mundo
respiró hondo.
Pero no terminó ahí.
Más tarde,
el que había perdonado
se sintió más ligero.
El rencor se disolvió
y en su lugar
creció una flor sin nombre.
Perdonar fue elegir
no repetir el dolor,
sino transformarlo.
Y desde entonces,
cada vez que alguien suelta el odio
el mundo respira
un poco más hondo aún.

«Así nació la compasión:
cuando el yo se abrió
al temblor del otro».

LA COMPASIÓN: La primera lágrima ajena
No era su hijo,
ni su amigo,
ni su sangre.
Pero lo vio caer
y se arrodilló.
No huyó del dolor:
lo abrazó.
Y esa noche,
alguien durmió con fiebre,
pero no solo.
Así nació la compasión:
cuando el yo se abrió
al temblor del otro.
Y al amanecer,
le dio agua con sus manos.
No por deber,
sino por ternura.
El herido sonrió,
sin fuerzas,
pero con gratitud.
Y quien lo cuidaba
comprendió que algo había cambiado.
Desde entonces,
curar también es amar.
Y sufrir con otro
es comenzar a salvarlo.
La compasión no cura el mundo,
pero lo sostiene
cuando tiembla.

 

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