«Roger Mateos en su libro “El verano de los inocentes” (Anagrama): sin ahorrar torturas, sevicias y procesos llenos de arbitrariedades. Y a bordo de otro libro genial, “Morir en la arena” (Tusquets), escrito por un autor “nobelizable”. No otro que Leonardo Padura, tan resistente que en Cuba continúa y desde donde dispara sus dardos de violencia llena de ternura contra un sistema imposible que no puede justificar solamente, aunque también, su ruina en el bloqueo de EE.UU. y la caída del bloque soviético».

VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 17 de octubre de 2025). Dos libros muy recomendables. El verano de 1975 fue el primero que pasé en Madrid. Un verano de tigres, si se me permite la cita nerudiana. Y sí, también al acecho de centímetros de cutis; la juventud, ya se sabe (la vejez, también, pero eso será asunto para otro día). Pero lo cierto es que recuerdo aquel verano como especialmente tórrido. Vivíamos, por lo demás, los estertores del franquismo, y había quienes nos enfrentábamos a él pacíficamente, sin más armas que la creencia en la democracia, si no como panacea sí a modo de remedio para los males de nuestro corajudo país, digan lo que digan amargados y cainitas. Sin embargo, aquel verano el terrorismo, y no solo el del Norte (llegué a Madrid el día del atentado de la Calle del Correo, 13 de setiembre del 74), plantaba las garras, como suele ocurrir, en gente de condición sencilla, trabajadores de a pie, para entendernos. Policías nacionales o guardias civiles: Lucio Rodríguez, asesinado el 14 de julio en la Calle Alenza, Antonio Pose, teniente de la guardia civil, asesinado el 16 de agosto, en la Calle Villavaliente. Estos dos crímenes cometidos por militantes del FRAP, grupúsculo de inspiración albanesa dirigido en Ginebra por una extraña pareja, ella, Elena Ódena, en puridad Benita Ganuza. Tales muertes llevarían ante un pelotón de fusilamiento, en Hoyo de Manzanares, a los presuntos asesinos. Fusilados el 27 de setienbre, al tiempo que dos miembros de ETA, en lo que sería, casi, certificado de defunciòn del franquismo.

Vicente Araguas

TODO ELLO MUY BIEN CONTADO, sin ahorrar torturas, sevicias y procesos llenos de arbitrariedades, por Roger Mateos en su libro “El verano de los inocentes” (Anagrama), Libro publicado ahora, al hilo del 50 aniversario de todo ello. Un libro de indagación, centrado en exonerar de la responsabilidad de la muerte de Lucio Rodríguez a Xosé Humberto Baena Alonso, ese muchacho vigués, de bigote en herradura y mirada triste que nos observa en la portada de un volumen que, ajustándose a la Historias, hace sus propias elucubraciones. Y las hace muy bien en un libro que es tratado y “thriller” y narración deductiva, imprescindible para reconstruir un tiempo horrendo de color de ala de mosca en un país, ya se dijo, amargado y cainita.

EL OTRO VOLUMEN QUE QUIERO ENCOMENDAROS VIAJA A CUBA “LA BELLA”. A bordo de un libro genial, “Morir en la arena” (Tusquets), escrito por un autor “nobelizable”. No otro que Leonardo Padura, tan resistente que en su país continúa y desde donde dispara sus dardos de violencia llena de ternura contra un sistema imposible que no puede justificar solamente, aunque también, su ruina en el bloqueo de EE.UU. y la caída del bloque soviético. Y es que a través de esta historia, no de dos ciudades, a lo Dickens, sino de dos hermanos, Geni y Rodillo, partícipes de un mismo amor, hijos de un padre asesinado a martillazos por el primero, iremos viendo la Historia que se fue haciendo y deshaciendo desde la entrada de los barbudos en La Habana el 1 de enero de 1959. Aquella gran ilusión que se desvanecía como un terrón de azúcar en el agua al tiempo que la miseria se iba apoderando de la isla. Tan bien contada por Leonardo Padura por medio de un retablo, muy realista pero con el punto mágico del sincretismo de un país donde el sentimiento católico se nutre también de las raíces africanas aportadas por los esclavos llevados, no se olvide, por España. Y claro que aquí hay sexo, bien dosificado, y alcohol y escatología y –naturalmente– ganas de vivir, y que no falten. Un novelón, este de Leonardo Padura, para disfrutarlo, literariamente, y ver de dónde y hacia dónde sopla el viento del Caribe. Gran literatura. Sí.

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