
Para los dibujantes, arquitectos y artistas, la calidad del sacapuntas es crucial. La forma del corte, la inclinación de la cuchilla, la presión justa… todo influye en el trazo que vendrá. Algunos prefieren seguir tallando a cuchillo, otros usan sacapuntas con ajuste de ángulo o de mina visible. Y en el ámbito técnico, un lápiz bien afilado es una herramienta de exactitud, casi quirúrgica
MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 10 de agosto de 2025). El sacapuntas: el tallador del ingenio. Entre todos los objetos escolares, el sacapuntas es quizás el más silencioso y modesto. Vive en el estuche, en el cajón, en la mano del estudiante que quiere seguir escribiendo. No hace más que afilar, tallar, quitar lo que sobra. Pero en esa función hay algo profundo: preparar la herramienta para que vuelva a cumplir su destino. Cada vez que giramos un lápiz en su interior, no solo afinamos la punta: reafirmamos un gesto antiguo, casi ritual, que combina paciencia, repetición y precisión. Antes del sacapuntas: navajas y cuchillas. Durante siglos, el lápiz —ese tubo de madera con una mina de grafito en el centro— se afilaba a cuchillo. Era un arte delicado: demasiada presión, y la mina se partía; demasiada torpeza, y se malgastaba la madera. A los artistas y escribientes se les enseñaba a tallar la punta con mimo. No existía un aparato específico para ello… hasta bien entrado el siglo XIX.

Miguel Sanchiz y sus Encuentros con la Historia que este verano se transforman en «Ingenios Invisibles»
El nacimiento del invento: El primer sacapuntas como tal fue patentado en Francia en 1828 por Bernard Lassimone, un matemático que ideó un pequeño aparato con cuchilla fija que facilitaba el afilado del lápiz, pero el modelo era tosco, poco práctico. El sacapuntas realmente funcional lo diseñó en 1847 el también francés Therry des Estwaux, con una cuchilla colocada en ángulo fijo y una cavidad ajustada al lápiz. Su diseño básico sigue vigente hoy. A lo largo del tiempo, surgieron variantes manuales, de manivela, de doble cuchilla, de muelle, eléctricos y automáticos, pero el principio esencial es el mismo: una cuchilla corta en espiral la madera, dejando al descubierto la mina. Un objeto escolar con alma: En los pupitres del mundo entero, el sacapuntas ha sido una herramienta compañera, pero también un refugio momentáneo. Cuántos alumnos no han ido a sacarle punta al lápiz con la excusa de levantarse, de respirar, de pensar. Ese viaje hasta el sacapuntas mural, ese giro lento o rápido, es también una pausa, una forma de reiniciar. En los estuches, hay sacapuntas de plástico, de metal, con depósito, con tapa, en forma de cohete o animalito. Algunos incluso tienen doble entrada, para lápices de distintos grosores. Y otros, los de carpintero o artista, afilan sin redondear.

El primer sacapuntas como tal fue patentado en Francia en 1828 por Bernard Lassimone, un matemático que ideó un pequeño aparato con cuchilla fija que facilitaba el afilado del lápiz, pero el modelo era tosco, poco práctico.
ARTE Y PRECISIÓN: Para los dibujantes, arquitectos y artistas, la calidad del sacapuntas es crucial. La forma del corte, la inclinación de la cuchilla, la presión justa… todo influye en el trazo que vendrá. Algunos prefieren seguir tallando a cuchillo, otros usan sacapuntas con ajuste de ángulo o de mina visible. Y en el ámbito técnico, un lápiz bien afilado es una herramienta de exactitud, casi quirúrgica. En resumen: El sacapuntas no escribe, pero prepara la escritura. No crea, pero afina la herramienta del creador. Como todo ingenio invisible, trabaja en la sombra, girando en silencio para que una idea —una palabra, una línea, un número— pueda tomar forma. Es, en definitiva, el escultor de la punta que da comienzo a todo lo demás.
No me pierdo nunca los artículos de Miguel Sanchiz en la revista Majadahonda Magazin. Con sus Encuentros con la Historia (ahora Ingenios Invisibles) consigue despertar mi curiosidad por temas en los que nunca había reparado. Esta semana, por ejemplo, escribe sobre el sacapuntas… ¡y logra que algo tan cotidiano resulte fascinante! Tiene una forma de escribir que mezcla cultura, sencillez e ingenio. Muy recomendable.
Es realmente fascinante la capacidad de Miguel Sanchis de conseguir que lo invisible se convierta en importante. He conocido a Miguel hace poco tiempo, mi admiración va en aumento con cada uno de sus escritos. Gracias Miguel.
Y, de repente, me llevas al uniforme y al pupitre pegado a la ventana desde donde se veía el patio impoluto con una fuente en el medio donde cada dia, a las 12:00, se daba por terminado el recreo con el rezo del Ángelus. Risas por las escaleras, nervios ante la llegada de la «señorita» justo antes del examen, «Virgen Santa, Virgen Pura, haz que apruebe esta asignatura»…. Y siempre, silencioso y humilde, el imprescindible sacapuntas a mi lado. Gracias, Miguel
Buena esa Miguel, el sacapuntas es el peón en ajedrez, el capote en el toreo, imprescindible 💯
No sabría decir exactamente cuál es la causa pero la imagen de un sacapuntas hace nacer una sonrisa y un poco de ternura además de los muchos recuerdos a los que va unida
Gracias por permitirnos revivir junto a la imagen de un sacapuntas tantas queridas situaciones.
Yo era más de Puntax
¡Yo lo he estado usando hoy! y antes meto los lápices en el congelador, para que no se rompa la mina. Gracias Miguel.
Qué bonito Miguel, que gozada leerte!
A nadie se le ocurriría dar la importancia que tú le das a pequeñas cosas que si la tienen. Y con qué gracia, con qué detalle y con qué conocimiento de su creación. Siempre nos ilustras y me siento orgulloso de conocerte.