El fuego y la agricultura en el Belén de la Asociación y Escuela de Belenistas de Majadahonda que se exhibe en la Casa de la Cultura (consulte horarios aquí)

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 13 de diciembre de 2025). “Cuando el hombre descubre el fuego”. Hubo un tiempo en que el ser humano temía al fuego como a un dios salvaje. Lo veía caer del cielo en forma de rayo, devorar árboles, rugir en la noche como una fiera luminosa. Su danza era hipnótica, pero su cercanía, mortal. Durante siglos, el fuego fue enemigo, misterio, castigo. Hasta que un día, el hombre no huyó. Se acercó con cautela, como quien intenta domar una estrella. Tal vez fue una mujer, un niño, un anciano el primero que lo mantuvo encendido tras una tormenta. Y otro, más tarde, que aprendió a provocarlo: con piedras, con palos, con paciencia infinita.

Miguel Sanchiz

ESE INSTANTE FUE MÁS QUE UN LOGRO PRÁCTICO: FUE UNA CONQUISTA DEL ALMA. Porque el fuego no solo daba calor o luz: protegía, unía, hacía hogar. Alrededor de la llama nacieron las primeras vigilias, los relatos, los cantos. El fuego espantaba a las fieras, pero también al miedo. Dominar el fuego fue el comienzo de un nuevo orden. El tiempo cambió: hubo noche sin oscuridad. El alimento cambió: hubo carne cocida, más vida, menos enfermedad. Y sobre todo, cambió el modo de estar en el mundo: el hombre ya no era sólo criatura de la tierra, sino también guardián de la llama. Hoy encendemos luces con un gesto, pero el fuego que arde en nosotros sigue siendo el mismo. Aquel primer fuego no fue solo físico: fue espiritual. Una señal de que el ser humano, por fin, había prendido una chispa en su interior.

“CUANDO EL SER HUMANO DESCUBRE LA AGRICULTURA”. Durante miles de años, el ser humano fue errante: seguía a los animales, recogía frutos silvestres, dormía donde encontraba refugio. Vivía en movimiento constante, en lucha con la escasez, en diálogo directo con la naturaleza. No conocía la espera, ni la semilla, ni la cosecha. Hasta que un día, alguien —quizá una mujer, como muchos arqueólogos sospechan— observó el milagro de una semilla germinando. Y no la recogió, sino que la imitó. La enterró con cuidado, confió en la lluvia, esperó el sol… y ocurrió el prodigio: la tierra devolvió multiplicado lo que había recibido. Así nació la agricultura. Y con ella, el tiempo humano cambió para siempre. Por primera vez, el hombre dejó de depender del azar para alimentarse. Aprendió a planificar, a guardar, a observar los ciclos del año. Aparecieron los calendarios, los cultivos, los asentamientos. Y de la mano de la agricultura, nacieron el hogar, la aldea, la comunidad. Pero más allá de la técnica, sembrar fue un acto espiritual. Fue decirle al mundo: “confío en ti”. Y también: “yo puedo alimentar la vida”. La tierra dejó de ser solo un suelo para caminar, y se volvió madre. Y el hombre, que había sido cazador y nómada, se volvió cuidador y paciente. Ese fue el verdadero inicio de la civilización. Y tal vez también del amor por lo que crece despacio.

Poema: El guardián de la llama
El rayo lo trajo.
El bosque ardió.
Y el hombre tembló.
Pero no huyó.
Se quedó.
Miró de frente al incendio
y pensó:
¿y si esto también es mío?
Entre ramas humeantes
aprendió el arte del calor,
el truco de las chispas,
el pacto con la luz.
No solo coció la carne:
coció el miedo.
No solo espantó a las fieras:
espantó la noche.
El fuego trajo palabra,
reunión,
hogar.
Y al calor de la llama,
el hombre empezó a contarse a sí mismo.
Desde entonces,
no somos solo criaturas de la tierra:
somos custodios del fuego,
guardianes de lo sagrado que arde sin consumirse.

Poema: Primera semilla
La enterró sin saber,
y olvidó el lugar.
Días después,
un brote saludó al cielo.
Desde entonces,
el hambre tuvo esperanza
y la tierra,
nombre.
Sembrar no fue solo dar alimento:
fue confiar.
Fue dejar de correr
y aprender a esperar.
Fue quedarse,
crear hogar,
tejer calendario.
Fue mirar la luna
y calcular lluvias.
Fue proteger, regar, compartir.
Y cuando llegó la cosecha,
el hombre lloró.
Porque lo invisible
había respondido.
Desde entonces,
cada semilla
es también una oración.

 

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