
El 2 de noviembre nos recuerda que la memoria no es un archivo, sino un vínculo. Que los muertos no están solo en el pasado, sino en el modo en que los nombramos, los soñamos, los celebramos. Y que cada cultura, con sus colores y silencios, encuentra una forma de decir: “aquí sigues”. En pueblos como Majadahonda, Las Rozas, Pozuelo o Boadilla (en la imagen sus cementerios), pues como residente en el Oeste de Madrid son los municipios que mejor conozco, el gesto se mantiene: una flor, una oración, una pausa.
MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 2 de noviembre de 2025). Hay días que no gritan, pero laten. Este domingo 2 de noviembre, Día de los Difuntos, es uno de ellos. En distintas culturas, esta fecha se convierte en un ritual compartido: no tanto para llorar la muerte, sino para conversar con ella. Y en España, aunque la festividad ha perdido fuerza en algunas regiones, aún hay quienes visitan los cementerios con flores y silencio. En pueblos como Majadahonda, Las Rozas, Pozuelo o Boadilla, pues como residente en el Oeste de Madrid son los municipios que mejor conozco, el gesto se mantiene: una flor, una oración, una pausa. En algunos hogares, se enciende una vela junto a la foto de quien falta. Es un susurro más que una ceremonia. El 2 de noviembre nos recuerda que la memoria no es un archivo, sino un vínculo. Que los muertos no están solo en el pasado, sino en el modo en que los nombramos, los soñamos, los celebramos. Y que cada cultura, con sus colores y silencios, encuentra una forma de decir: “aquí sigues”. En México, en Polonia, en Madagascar o en Filipinas, el recuerdo se vuelve presencia, y la ausencia se viste de flores, comida, música o silencio. En México, el Día de Muertos es una celebración vibrante, donde la vida y la muerte bailan juntas. Las familias montan altares con fotos, velas, papel picado y los platillos favoritos de sus seres queridos. Se cree que las almas regresan a casa esa noche, guiadas por el aroma del cempasúchil. No hay tristeza, sino ternura. En los cementerios, la música acompaña a los vivos que velan a los muertos con pan de muerto y mezcal. Es una conversación ancestral, donde el duelo se transforma en color.
EN POLONIA, EL TONO ES DISTINTO. EL DÍA DE LOS DIFUNTOS SE VIVE CON RECOGIMIENTO. Las familias visitan los cementerios, limpian las tumbas y encienden velas que convierten el paisaje en un mar de luz. Es un gesto sobrio, pero profundamente comunitario. Las calles se llenan de gente que camina en silencio, compartiendo el peso del recuerdo. No hay fiesta, pero sí una dignidad compartida. En Madagascar, el ritual se llama Famadihana, y aunque no siempre coincide con el 2 de noviembre, su espíritu es afín. Cada ciertos años, las familias desentierran a sus muertos, envuelven sus restos en nuevos lienzos y bailan con ellos. Es una forma de renovar el vínculo, de decir “no te hemos olvidado”. La música y el movimiento celebran la continuidad entre generaciones. En Filipinas, el 2 de noviembre es una mezcla de solemnidad y convivencia. Las familias acampan en los cementerios, llevan comida, juegan cartas, cantan. Es como un picnic con los ausentes. Los niños corren entre las lápidas, mientras los mayores cuentan historias. La muerte no es tabú, sino parte del tejido familiar.





Como siempre Miguel nos ilustra con un caleidoscopio mundial de celebraciones del dia de los que físicamente se han ido y no tenemos entre nosotros, pero que están muy «presentes» en nuestro vida. Recordar a los que, por un motivo u otro, han acabado su ciclo vital, es un acto de reconocimiento que los tenemos muy «vivos». Salud.