
Los colores de la Bandera de España, rojo y gualda, iluminan la fachada del Ayuntamiento y las fuentes de Majadahonda desde el viernes 5 y durante este sábado 6, domingo 7 y lunes 8 de diciembre, para celebrar el 47º aniversario de la Constitución Española
MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 6 de diciembre de 2025). La paz que nos dimos: una mirada agradecida a la Constitución. Hay aniversarios que pasan casi de puntillas, como quien sopla una vela sin hacer ruido. Y sin embargo sostienen nuestra vida cotidiana con una solidez que a veces olvidamos. El 6 de diciembre, día de la Constitución, pertenece a esta categoría de celebraciones silenciosas: no llenará plazas ni encenderá pasiones, pero sostiene, con la fuerza calmada de lo esencial, la paz más larga y fecunda que España ha conocido en siglos. No es poco. En tiempos donde el ruido se confunde con la verdad y la crispación se presenta como valentía, conviene detenerse un momento y agradecer que vivimos dentro de un marco que nos permite discrepar sin destruirnos, debatir sin temer por nuestra integridad y elegir a los gobernantes con la naturalidad con que se abre la ventana por la mañana. Ese marco es nuestra Constitución de 1978, una obra imperfecta —como todo lo que nace de manos humanas—, pero extraordinariamente generosa con nosotros. España venía entonces de un pasado áspero, marcado por fracturas profundas. Y, sin embargo, supo sentarse a construir un texto común quienes apenas unos años antes caminaban por sendas opuestas. Lo que ocurrió aquel 6 de diciembre no fue un trámite jurídico: fue un acto moral, quizá el más valioso de nuestra historia reciente. Una apuesta por la convivencia, por la renuncia a absolutismos y por el reconocimiento de que nadie posee toda la verdad ni todo el país.
GRACIAS A AQUEL ACUERDO, ESPAÑA PUDO EMPRENDER UN CAMINO DE PROGRESO QUE AÚN HOY CONTINÚA. Una generación entera ha crecido sin oír hablar de guerras civiles, sin mirar al pasado con miedo, disfrutando de derechos y libertades que antes parecían imposibles. Y aunque hoy algunos se apresuren a señalar sus límites, sus grietas o sus silencios, pocas veces se reconoce el regalo mayor que nos dio: la normalidad democrática, ese tesoro que solo se valora cuando se pierde. La Constitución ha sido, durante casi medio siglo, nuestra casa común. Su artículo 1 —que proclama la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político— enmarca una forma de vivir en la que todos cabemos. Y esa es su mayor victoria: no haber sido escrita para unos españoles contra otros, sino para todos, incluso para quienes no estaban de acuerdo con ella. Por eso merece respeto, no como fetiche inmóvil, sino como pacto vivo que debemos cuidar.

Conmemoración de la Constitución (2025) «desde Majadahonda, donde la vida cotidiana discurre bajo la serenidad que esta norma ha permitido, conviene recordarlo».
RESPETAR LA CONSTITUCIÓN NO SIGNIFICA CONVERTIRLA EN UN TÓTEM INTOCABLE. Significa comprender que nadie puede apropiársela y que cualquier reforma –posible y legítima– debe hacerse dentro del espíritu que la alumbró: el del consenso, la moderación y la búsqueda honesta del bien común. Romper ese espíritu en nombre de urgencias partidistas no es valentía: es frivolidad histórica. Y, a veces, también tentación de fractura. Desde Majadahonda, donde la vida cotidiana discurre bajo la serenidad que esta norma ha permitido, conviene recordarlo. Las libertades que disfrutamos, la seguridad jurídica que respiramos, la convivencia que damos por supuesta… todo eso nació de un sí abrumadoramente mayoritario aquel 6 de diciembre. Es una herencia que no es nuestra para malgastarla: la recibimos de quienes, con más grandeza que ruido, supieron pensar en el mañana. Quizá este sea el mejor homenaje: no olvidar. No dar por hecho aquello que otros países todavía anhelan. No permitir que la polarización —ese virus que corroe el lenguaje y divide las plazas— erosione los cimientos de un edificio que ha resistido tempestades mucho peores. No caer en la tentación infantil de dinamitar lo que funciona solo porque no es perfecto.

«Las libertades que disfrutamos, la seguridad jurídica que respiramos, la convivencia que damos por supuesta… todo eso nació de un sí abrumadoramente mayoritario aquel 6 de diciembre»
LA CONSTITUCIÓN NOS REGALÓ PAZ, LIBERTAD Y ESTABILIDAD. Nos permitió levantar un país más próspero, más abierto y, sobre todo, más humano. En su aniversario, no se trata de un ritual vacío: es un acto de gratitud adulta hacia quienes supieron tender puentes donde había abismos. Y también una promesa: la de seguir cuidando el pacto que nos hizo posible. Porque, al final, una nación no se sostiene solo en leyes, sino en la decisión consciente de convivir. Y ese, precisamente, fue el milagro de 1978. Hoy, como entonces, nos toca defenderlo con calma, con inteligencia y con respeto. Con esa serenidad que, al fin y al cabo, es la forma más alta de patriotismo.





Nunca más que ahora hay que recordar y proteger La Construcción, sobre todo de los que quieren volver a otros tiempos lejanos y añoran la Dictadura, y no creen en un estado autonómico y también de los que quieren separarse de España.
Por eso hay que gritar bien alto. LARGA VIDA A LA CONSTITUCION.
De acuerdo con la larga vida a ella, pero adecuándola, a medida que se sucedan hechos buenos, no tonterías como las que quieren algunos tontucios de la izquierda e independentistas.