Las figuras olvidadas del Belén de Majadahonda (consulte horarios de visita aquí): «El hombre dejaba de depender solo de su fuerza o de su astucia: tenía un aliado creado por él mismo. La herramienta cambió el modo de cazar, de protegerse, de construir. Del hacha de piedra al arado, del martillo al bisturí, del telar al ordenador… todo comenzó con ese primer utensilio primitivo, nacido de la necesidad, pero también de la inteligencia y de la intuición»

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 20 de diciembre de 2025). “Cuando el hombre inventa la primera herramienta” En un momento remoto, casi invisible para la historia, el ser humano levantó una piedra y la convirtió en prolongación de su cuerpo. No fue solo para golpear o cortar: fue para actuar sobre el mundo con intención, para dejar de estar sometido al azar de la naturaleza y empezar a transformarla. Aquella piedra tallada, aquella rama afilada, fue mucho más que un objeto útil. Fue una idea. La primera herramienta fue también el primer signo de pensamiento abstracto, de imaginación técnica, de planificación. El hombre dejaba de depender solo de su fuerza o de su astucia: tenía un aliado creado por él mismo. La herramienta cambió el modo de cazar, de protegerse, de construir. Pero cambió aún más el modo de pensar. Porque quien inventa algo, se descubre capaz de crear. Y en ese descubrimiento aparece por primera vez la noción de futuro: yo hago esto ahora para lo que vendrá después. Desde ese instante, la historia no volvió atrás. Del hacha de piedra al arado, del martillo al bisturí, del telar al ordenador… todo comenzó con ese primer utensilio primitivo, nacido de la necesidad, pero también de la inteligencia y de la intuición. Y aunque hoy las herramientas parezcan invisibles —algoritmos, circuitos, máquinas que ya no tocamos—, el alma que las inventó sigue siendo la misma: el alma de quien no se resigna, y transforma el mundo con sus manos.

Atlas de Geografía Humana, por el periodista Miguel Sanchiz

CUANDO EL SER HUMANO APRENDE A DIBUJAR: (Dedicado a los Belenistas de Majadahonda). Antes de escribir, el hombre dibujó. Mucho antes de que existieran alfabetos, leyes o tratados, ya había manos humanas dejando huellas en la piedra. En lo profundo de las cuevas, donde no llegaba la luz del día, nacieron las primeras imágenes: ciervos, bisontes, manos abiertas, líneas que imitaban el mundo y también lo inventaban. ¿Por qué lo hizo? No era arte por arte. No era por belleza. Fue, tal vez, por necesidad de recordar, o de agradecer, o de vencer la muerte. Aquellos animales pintados no eran simples figuras: eran símbolo, magia, misterio. Al dibujarlos, el hombre los traía al presente, los fijaba en la roca como se fija un sueño en la memoria. En ese acto de pintar sin público, de crear en la oscuridad, nació también la conciencia del tiempo: lo que hoy sucede, mañana se recuerda. Y en esa conciencia se escondía ya el germen de la historia, de la espiritualidad, incluso de la esperanza. Dibujar fue el primer acto poético. El primer gesto que dijo: “esto merece quedarse”. Y quizá, también, el primer diálogo con lo invisible. Mucho después vendrían los museos, los templos, los libros. Pero todo comenzó ahí: con una mano temblorosa, una antorcha encendida… y un corazón que ya soñaba con eternidad.

Poema: El primer gesto: La piedra dejó de ser piedra
cuando alguien la miró con hambre. Una rama se volvió lanza,
una espina se volvió aguja,
un hueso se volvió martillo. Y así,
el hombre dejó de temerle al mundo
para empezar a moldearlo. Nada volvió a ser igual.
Donde antes había espera,
hubo creación. Porque el primer instrumento
no fue de piedra:
fue de imaginación. Poema: Cuando dibuja en la cueva: Allí donde no entra el sol
una mano dibujó la luz.
Un bisonte quieto
comenzó a galopar en la roca,
y la pared se volvió espejo de lo invisible. No hubo palabras,
pero sí memoria.
No hubo voces,
pero sí presencia. El niño que temía a la noche
pintó su miedo,
y el miedo se volvió imagen.
El cazador que falló su lanza
dibujó la presa,
y la caza fue suya. Desde entonces,
dibujar es un modo de recordar
lo que aún no ha pasado.

 

 

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