«El Bulevar Cervantes conseguiría mayor nobleza todavía si quien debe retocase alguno de los relieves cervantinos que lo adornan y, en algunos casos, desdoran. También si se hiciese algo con esa especie de vagón ferroviario o furgón funerario que ocupa el centro. Una biblioteca en el Bulevar Cevantes sería algo muy adecuado para que dejase de ser un páramo de sueños rotos. Sí que hay en él un simulacro de juegos infantiles. Nunca veo niños en él: yo me preguntaría la causa de la desafección».

VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 5 de noviembre de 2025). El Bulevar de los Sueños Rotos. Me encuentra el otoño sumergido en las nostalgias propias de una edad tan madura como la manzana arrastrada por el río inevitable. Ese que acaba por llevarnos a todos. Lo dijo Jorge Manrique en coplas insuperable, de cabo roto, como el mar –y aun los mares– que están ahí, esperándonos. A mí me estaba aguardando el otoño, o yo a él, al lado de casa, en ese Bulevar Cervantes, recurrencia mía, al que voy a rebautizar hoy, con título de canción hermosísima, de Joaquín Sabina y Álvaro Urquijo, “El bulevar de los sueños rotos”. Porque siendo como es, un lugar hermoso, en tiempos un desastre, con apenas la caseta de la Cruz Roja en la parte superior y aquel señor tan castizo que arreglaba lunas de coches en una especie de garito. El hombre tenía miedo de que acabasen echándolo de la zona. “Tel Quel”, o sea, “Tal Cual”, como aquella revista literaria, que leíamos cuando queríamos ser “nouvelle vague”, y éramos tan solo una olita provinciana y diminuta, por mucho que hablásemos de Roland Barthes, George Bataille o Derrida. Pero aquel arreglalunas era tan solo un currelante que quería seguir trabajando al aire majariego, tan purificado por el azul cielo de estos días de otoño. Y bajo al Bulevar Cervantes, con mis sueños de seguir queriendo el mundo, y quererlo “tal cual” como decía el gran Nietzsche, en estos días altos de otoño, y me sigue pareciendo el “Bulevar de los suelos rotos”, y cuando no, interrumpidos.

Vicente Araguas

Y NO LO DIGO POR EL RESTAURANTE “TABERNEROS”, CALLE BENAVENTE ESQUINA BULEVAR CERVANTES, donde me sorprendió un menú fin de semana, 25 euros, impecable, con una dorada óptima de plato central (mi acompañante optó por un entrecot, igualmente agradable). Y, en el servicio, una muchacha peruana, pura gentileza y eficacia. El bulevar de mi parcialidad, el Cervantes, conseguiría mayor nobleza todavía si quien debe retocase alguno de los relieves cervantinos que lo adornan y, en algunos casos, desdoran. También si se hiciese algo con esa especie de vagón ferroviario o furgón funerario que ocupa el centro. Si sus propietarios no pueden, deben o pueden hacer algo al respecto no estaría de más que el Municipio tomase cartas en el asunto. Creo que en materia cultural los equipamientos, del tipo que sean, nunca están de más. Una biblioteca en el Bulevar Cevantes sería algo muy adecuado para que dejase de ser un páramo de sueños rotos. Sí que hay en él un simulacro de juegos infantiles. Nunca veo niños en él: yo me preguntaría la causa de la desafección.

«El restaurante “Taberneros”, calle Benavente esquina Bulevar Cervantes, donde me sorprendió un menú fin de semana, 25 euros, impecable, con una dorada óptima de plato central (mi acompañante optó por un entrecot, igualmente agradable). Y, en el servicio, una muchacha peruana, pura gentileza y eficacia».

Y, POR SUPUESTO, ESTÁ LA CASA INTERMINABLE E INDETERMINADA, TODO UN INSULTO EN TIEMPOS EN QUE LA VIVIENDA ES UN PROBLEMA DE MAGNITUD. Ignoro quién tiene la culpa, pero me duele ese monstruo anclado en el tiempo que hace que alguien mandó parar. Pero no mudarlo por viviendas habitables. Mientras el fantasma de Hernán Cortés con Bulevar Cervantes no es sino morada de gatos, mimados por damas practicantes de la ailurofilia, amor a los felinos, como se sabe, y –como sabemos como los que hemos amado alguna ailurófila– muy pero que muy hipersensibles. Paseando de nuevo por mi “Bulevar de los sueños rotos” me encuentro con el otoño bien alto, hojas rojizas a punto de desprenderse de los árboles, los cipreses tan “enhiestos surtidores”, gracias, gran Gerardo Diego, vigilándolo todo. Atentos a que los sueños de tan bien pensado bulevar no terminen viniéndose abajo. Pocos lugares, en nuestra Majadahondísima por el sentimiento que despierta en los que la amamos, tan dignos de ser frecuentados. Al aire o no de este otoño, que nos acaricia con mano suavísima. Sí.

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