«Leopoldo María Panero, una de las cuatro patas de la mesa-libro de Federico Utrera, llamado “Después de tantos desencantos” (Ed. Hijos de Muley Rubio). Un volumen, tapa dura, muy bien editado, para el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria». En la imagen, Federico Utrera con el poeta Leopoldo María Panero, en una de las presentaciones del libro

VICENTE ARAGUAS. (6 de enero de 2025). Los Panero que no cesan. Soy de la teoría de que “Amicus Plato sed magis amica veritas” [Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad], es decir, que procuro no hablar barato, o que “Amiguiños, sí, pero a vaca polo que vale”. Vienen a cuento tales reflexiones acerca de un libro de Federico Utrera, “alma mater”, junto con Lidia Garcia Rubio, de esta revista, donde tan a gusto me hallo, por cierto. Y que me permite hablar de lo que quiero, dentro de un orden, naturalmente. Lo que ocurre con la poética abiertamente dionisíaca de Leopoldo María Panero, una de las cuatro patas de la mesa-libro de Utrera, llamado “Después de tantos desencantos” (Hijos de Muley Rubio, 2008). Un volumen, tapa dura, muy bien editado, para el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Llega a mí, tarde, esta joyita, cierto, a incorporarse a una sección de mi biblioteca, la dedicada a los Panero, con unas cuantas aportaciones, centradas en el Padre (Leopoldo Panero), los hijos (Juan Luis, Leopoldo María, Michi) y el Espíritu Santo (la pobre Felicidad Blanc, que a mí más que la “mala” o la “bruja”, de este cuento, muy poco de hadas, más bien de terror, blanco si se quiere, me parece una palomita con las alas rotas, metida en una maceta esperando que escampe).

Vicente Araguas

YA NO QUEDA NINGUNO DE LOS CINCO. La muerte los fue ordenando como hacen los “collies” con las ovejas. En este orden de partida: Leopoldo, Felicidad, Michi, Juan Luis y, el último, uno que tenía todas las cartas para haberse ido muy rápido al Valle de Josafat. Pero no. Aguantó hasta el 2014. Y sigue vivo. Su poesía, digo, rabiosamente personal, y funcional incluso cuando la técnica más elemental parece abandonarlo. Ahora bien, hay un “savoir faire” en tal demencia, que lleva a Leopoldo María a esos espasmos casi infantiles, de bebé que gorgotea o hace gorgoritos, teniendo detrás, eso sí, una cultura amplísima, por momentos abrumadora.

«Llega a mí, tarde, esta joyita, cierto, a incorporarse a una sección de mi biblioteca, la dedicada a los Panero, con unas cuantas aportaciones, centradas en el Padre (Leopoldo Panero), los Hijos (Juan Luis, Leopoldo María, Michi) y el Espíritu Santo (la pobre Felicidad Blanc, que a mí más que la “mala” o la “bruja”, de este cuento, muy poco de hadas, más bien de terror, blanco si se quiere, me parece una palomita con las alas rotas, metida en una maceta esperando que escampe)»

«Ya no queda ninguno de los 5, en este orden de partida: Leopoldo, Felicidad, Michi, Juan Luis y, el último, uno que tenía todas las cartas para haberse ido muy rápido al Valle de Josafat. Pero no. Aguantó hasta el 2014. Y sigue vivo. Su poesía, digo (Leopoldo María

JUAN LUIS, ES CERNUDIANO, DE LA CRUZ A LA FECHA. Con esa voz confesional, aprendida de Cernuda, quien a su vez la aprendiera de ciertos poetas ingleses, y luego pasa a Gil de Biedma, finalmente. Poetas como Juan Luis, no nada menor sino condicionado por sus estancias fuera de nuestro país y, posiblemente, por esa rara virtud del desdén que pudimos apreciar en sus apariciones en “El desencanto” (Jaime Chávarri) y, bastante menos, en “Después de tantos años” (Ricardo Franco). Dos películas hechas, sobre todo la primera, “ad maiorem gloriam” de aquella estirpe en fase de extinción, como ellos mismos señalan en algún momento de “El desencanto”. Y acabaron cumpliéndolo con un rigor casi matemático.

Federico Utrera en la Casa Museo de Astorga (León) durante una conferencia sobre los Panero: «Soy de la teoría de que “Amicus Plato sed magis amica veritas” [Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad], es decir, que procuro no hablar barato, o que “Amiguiños, sí, pero a vaca polo que vale”. Vienen a cuento tales reflexiones acerca de un libro de Federico Utrera, un personaje que me lleva de sorpresa en sorpresa. Reedítese este libro, de lo mejor en materia paneriana. Y creo saber lo que me digo».

«Lidia Garcia Rubio, “alma mater” de esta revista, donde tan a gusto me hallo, por cierto». En la imagen, Michi Panero en su ultima entrevista concedida a Lidia y Federico en Astorga (León), cuyo texto íntegro figura en el libro «Después de Tantos Desencantos» de Federico Utrera

FELICIDAD (1990), MICHI (2004), JUAN LUIS (2013), LEOPOLDO MARÍA, YA SE DIJO (2014). Aparte el patriarca, muerte húmeda, entre órdenes y contraórdenes, luego de tanto grito, sin ser acribillado a besos, o tal parece, en 1962. Y yo un niño, entonces, aficionado ya a la Poesía recuerdo la noticia. Pues Leopoldo Panero, gran poeta, poeta “arraigado”, era un poco del régimen aquel que nos tenía a caldo limpio y dieta blandurra, en lo cultural, que en la represión político/ militar ya era otra cosa, poca broma. Pero vuelvo a leer a Leopoldo Panero y encuentro en él alturas, y un cierto apartarse de lo consabido, de lo patrióticamente pegajoso, a la búsqueda de una ternura fuerte a lo Miguel Hernández. Y me reconcilio con el poeta astorgano. Y me pone un poco triste la barahunda, el meterlo tras las bardas de los corrales como hace su prole en “El desencanto”. Y Felicidad Blanc, una pareja alcohólica no es cosa de risa, cuando con voz dulcemente impostada, nos cuenta en “El desencanto” lo que pudiendo haber sido, (no, no hablo del episodio de Cernuda en Londres, a todas luces falso, jamás llegó a ser). Luego el declive familiar finalizado en hecatombe. Narrado todo con serenidad, buena pluma, acopio documental y buena disposición por parte de Federico Utrera, un personaje que me lleva de sorpresa en sorpresa. Reedítese este libro, de lo mejor en materia paneriana. Y creo saber lo que me digo.

 

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