«»Los Miserables» no es solo la historia de un hombre, sino un tratado moral sobre el alma humana: su ruina, su reconstrucción, su dignidad. Víctor Hugo no solo denunció con palabras: ofreció compasión. No justificó a Valjean, lo comprendió. Y en esa comprensión profunda está el corazón palpitante de su novela»

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 6 de octubre de 2025). Este domingo 5 de octubre se clausuró con gran éxito la Feria del Libro de Majadahonda 2025 y por eso parece oportuno concluir esta serie recordando que en la historia de la Literatura Universal hay personajes que nacen para conmover y otros que nacen para transformar. Jean Valjean hizo ambas cosas. Surgido de las sombras de una celda, tallado por la miseria, el resentimiento y la injusticia, caminó hacia la luz guiado por un acto de bondad. Fue panadero y prisionero, alcalde y fugitivo, padre adoptivo, redentor, santo sin iglesia. Fue el hombre que llevó sobre los hombros no solo a Marius, sino también a la humanidad entera. El escritor francés Víctor Hugo lo creó en una Francia convulsa, desgarrada por las revoluciones y la desigualdad. Pero lo hizo eterno. Porque «Los Miserables» no es solo la historia de un hombre, sino un tratado moral sobre el alma humana: su ruina, su reconstrucción, su dignidad. Hugo no solo denunció con palabras: ofreció compasión. No justificó a Valjean, lo comprendió. Y en esa comprensión profunda está el corazón palpitante de su novela. Este encuentro no es entre autor y personaje. Es entre dos hombres que, desde orillas distintas de la existencia, creyeron que la redención es posible. El uno con la pluma; el otro, con la acción. El uno retratando la miseria; el otro, habitándola y superándola. Y ahora, en un rincón de la eternidad, se sientan frente a frente.

Miguel Sanchiz y sus Encuentros Literarios con la Historia a propósito de la exitosa Feria del Libro de Majadahonda 2025

EL ENCUENTRO: VALJEAN: (mirando sus manos). Estas manos… trabajaron el hierro, alzaron a Cosette, cavaron una tumba y abrieron una vida. Pero aún tiemblan al tenerlas libres.
HUGO: Las libertades ganadas con sufrimiento tiemblan, Jean. Son las que más pesan… porque son las únicas que valen.
VALJEAN: ¿Y vos… sois Dios?
HUGO: No. Y me alegra que no lo seas tú tampoco. Soy solo un hombre. Un hombre que te escribió. O tal vez te encontró.
VALJEAN: ¿Me encontraste?
HUGO: Sí. En los rincones más oscuros de la historia. En las prisiones, en los hospicios, en los barrios donde los niños juegan con barro y hambre. Te vi en cada mirada rota por la injusticia. Y te di palabras para que el mundo te escuchara.
VALJEAN: ¿Palabras? No creí merecerlas. A veces pienso que toda mi vida fue un largo perdón que nunca supe si logré alcanzar.
HUGO: Lo alcanzaste, Jean. Cada paso tuyo, desde el instante en que el obispo Myriel te ofreció los candelabros, fue una batalla contra el rencor. No hay redención sin lucha. Tú luchaste.
VALJEAN: Y sin embargo, arrastré mi pasado como una sombra que no se aparta. Javert me lo recordó cada día. El mundo entero me llamaba 24601. ¿Vos sabíais lo que era llevar ese número en lugar de un nombre?
HUGO: Sí. Por eso te devolví el nombre. Jean Valjean. Para que todos supieran que detrás de un número, siempre hay un hombre.

VALJEAN: ¿Y Cosette? ¿Dónde está mi niña?
HUGO: Está en ti. Cosette fuiste tú mismo: lo frágil que hay en el alma. Ella fue la razón de tu ternura. Te salvaste salvándola.
VALJEAN: La amé más que a mi vida. Y cuando se fue con Marius, sentí que el mundo se me iba con ella. Me dolía ser… innecesario.
HUGO: Nadie que ama es innecesario. Tú la protegiste hasta el último segundo. ¿No te diste cuenta? Cuando supiste que Marius era su felicidad, te apartaste. Ese es el amor más puro: el que renuncia.
VALJEAN (tras un silencio largo): Vos me hiciste bueno.
HUGO: Tú ya lo eras. Yo solo te dejé mostrarlo.
VALJEAN: ¿Y Javert? ¿Por qué le disteis esa caída?
HUGO: Porque la justicia sin compasión se quiebra. Javert no era malvado, era inflexible. Pero no supo qué hacer cuando tú le devolviste la libertad. Le diste piedad… y él no supo vivir en ese mundo.
VALJEAN: Yo no quería destruirlo.
HUGO: Y por eso fuiste más grande que él. Porque comprendiste que incluso el perseguidor es también un cautivo.

VALJEAN: Maestro Hugo, vos me habéis dado luz… pero también me disteis muerte. ¿Por qué me hicisteis partir solo, en ese cuarto, con el aire debilitándose?
HUGO: Porque los hombres buenos mueren en silencio. No buscan aplausos ni altares. Tu despedida fue humilde, pero dejó una huella más fuerte que mil discursos. Moriste sabiendo que amaste. Y que fuiste amado.
VALJEAN: ¿Y ahora qué me queda?
HUGO: Lo eterno. Tu historia se lee en escuelas, en cárceles, en teatros, en almas perdidas. Eres un faro para quienes creen que no hay salvación posible. Y cada vez que alguien perdona, tú vives.
VALJEAN: Entonces… ¿no fui un ladrón de pan solamente?
HUGO: Fuiste el hombre que devolvió la dignidad al pan, a la justicia, al nombre. Fuiste el más humano de todos mis personajes.
VALJEAN: Y vos… fuiste el más compasivo de los jueces.
(se estrechan la mano. Hugo le coloca en las palmas los candelabros de plata)
HUGO: Guárdalos. Ya no son prueba de redención. Ahora son faroles para que otros no se pierdan.
VALJEAN (sonríe con humildad): Gracias por haberme dado una vida que valiera la pena vivir.
HUGO: Gracias por haberme hecho creer que el hombre puede ser mejor que su destino.
(se alejan caminando por una calle de París que solo existe en los libros… y en el corazón de quienes aún creen en el bien).

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