
Me da vergüenza escribir desde aquí sobre quien ejercía este oficio nuestro desde allí, siempre desde allí, aunque David tenía dicho que no hay historia pequeña. Más aún, «no nos olvidamos nunca de que a veces la historia más grande está en el lugar más pequeño. Hacemos historias grandes, épicas, de esas que importan, en sitios exóticos. Lo que pasa es que a los imbéciles como yo nos resulta más obvio contar una historia cuando nos explotan las cosas a los lados». No era un imbécil, tampoco un héroe: era periodista. Con la piel dura, la calle en las venas y el corazón en su sitio. Llamó a su productora 93 metros porque esa era la distancia que separaba la puerta de casa de su abuela del banco de la iglesia donde rezaba a diario. Sus orígenes, la familia, las conversaciones después de comer, los abrazos, las fotos en el álbum marrón, una casa en la que hay colchas cosidas a mano, algún botijo, un rosario, olor a fuego lento: las grandes historias nacen de sitios así, pequeños y eternos.
El nuncio en Burkina Faso y Níger, Michael F. Crotty, ha pedido –en declaraciones a este semanario– justicia para esclarecer las causas del asesinato de los periodistas. Trabajaban en un reportaje sobre la caza furtiva. Pienso en qué tipo de público podría tener ese reportaje, a quién podría interesarle. Han muerto trabajando en un reportaje sobre un lugar que a nadie importa y sobre un tema que interesa a pocos. Y yo estoy en mi ventana de Majadahonda, tratando de enhebrar algo parecido a un sentido homenaje a alguien a quien no conocía y con quien solo compartía una difusa vocación inicial. Y una gran esperanza final: la que cabe en 93 metros. Los féretros, las banderas, el aire marcial, solemne, las mascarillas negras, el fondo difuso de una España en paz, libertad y democracia que no acabamos de valorar. Quizá podamos aprender esto de esta historia que a nadie interesaba, pero ya sí, porque había alguien allí para contarla. Siempre allí. Artículo publicado en la revista «Alfa y Omega».






Más noticias