«Ambos se miran, y en ese instante, saben que su historia seguirá repitiéndose en cada lector que descubra su relato»: Julien Sorel y su creador, el escritor Stendhal, se encuentran en la Feria del Libro de Majadahonda 2025 a propósito del inmortal libro «Rojo y Negro«

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 3 de octubre de 2025). Comienza la Feria del Libro de Majadahonda 2025 y mis Encuentros en la Historia tienen como protagonistas al personaje Julien Sorel y a su creador, el escritor Stendhal, a propósito del inmortal libro «Rojo y Negro«. En la historia de la literatura, hay personajes que encarnan la ambición, el deseo de ascenso social y la lucha contra un destino que parece ya escrito. Julien Sorel, protagonista de «Rojo y Negro«, es uno de ellos. Hijo de un carpintero, soñador, inteligente, pero también arrogante y resentido, su vida es una constante batalla contra la hipocresía de la sociedad francesa del siglo XIX. Quiere ser grande, pero su propia pasión lo condena. Su creador, Stendhal, legendario pseudónimo de Henri Beyle, fue un observador sagaz del alma humana, un escritor que entendió la lucha entre el deseo y la realidad con una lucidez despiadada. Retrató en Julien Sorel el dilema de su tiempo: la imposibilidad de ascender sin traicionar los propios principios, la pugna entre la frialdad calculadora y los impulsos del corazón. Ahora, en este diálogo más allá del tiempo, Julien se enfrenta a Stendhal. ¿Por qué lo condenó al fracaso? ¿Era la ambición una virtud o un pecado? ¿Podía haber encontrado la felicidad, o la sociedad nunca se lo habría permitido?.

Miguel Sanchiz y sus Encuentros con la Historia que esta primera semana de octubre se dedican a la Feria del Libro de Majadahonda 2025

JULIEN.– Señor Stendhal, debo preguntarle algo que ha pesado en mi conciencia desde el último instante de mi vida.
STENDHAL.– Os escucho, Julien.
JULIEN.– ¿Por qué me condenasteis?
STENDHAL.– ¿Condenaros? ¿A qué os referís?
JULIEN.– Sabéis bien a qué me refiero. ¿Acaso no me hicisteis escalar, sufrir, engañar, luchar contra un mundo que me despreciaba solo para que, al final, terminara con la cabeza en el cadalso?
STENDHAL.– Os di un destino acorde a vuestras propias decisiones.
JULIEN (con amargura).– ¡Mentira! Me hicisteis capaz, perspicaz, me disteis la inteligencia para superar a los mediocres, pero también sembrasteis en mí un impulso autodestructivo que me impidió triunfar. ¿Era necesario?
STENDHAL.– Sí. Porque vuestra historia no es la de un vencedor. Es la de un hombre que desafió las reglas y pagó el precio por ello.

JULIEN.– Entonces, ¿me hicisteis fracasar para dar una lección?
STENDHAL.– Para mostrar la verdad.
JULIEN.– ¿Y cuál es esa verdad?
STENDHAL.– Que la sociedad nunca perdona a los que no juegan según sus normas.
JULIEN (con rabia contenida).– ¡Pero yo intenté jugar según sus normas! Me humillé en casa del señor de Rênal, me sometí a las hipocresías del seminario, intenté moldearme para ser aceptado. ¡Me negué a ser el hijo del carpintero!
STENDHAL.– Y al final, os rebelasteis.
JULIEN.– Porque vi la podredumbre de ese mundo. Vi cómo la nobleza y el clero eran un nido de serpientes. Vi cómo la meritocracia era una farsa, cómo el talento importaba menos que el linaje, cómo los corazones eran moneda de cambio.
STENDHAL.– Lo sabíais desde el principio.
JULIEN (bajando la voz).– Sí… pero aún así, lo intenté. Con la ingenuidad del que quiere creer que puede ser distinto. Que puede escalar sin ensuciarse.

STENDHAL.– Y lo perdisteis todo cuando dejasteis que el amor venciera a vuestra ambición.
JULIEN.– Entonces, ¿fue el amor lo que me destruyó?
STENDHAL.– Fue vuestra incapacidad de controlarlo. Si hubierais seguido el camino de la frialdad y el cálculo, habríais triunfado.
JULIEN (mordaz).– ¿Pero a qué precio? ¿Convertirme en un cínico como tantos otros? ¿Ser uno más de esos aristócratas vacíos a los que despreciaba?
STENDHAL.– Exactamente.
JULIEN (tras una pausa).– Entonces, ¿qué alternativa tenía?
STENDHAL.– Ser alguien que el mundo pudiera aceptar.
JULIEN.– Pero eso significaba traicionarme a mí mismo.

STENDHAL.– Y así llegamos al dilema que os condenó. ¿Vivir sin ser fiel a lo que sois o morir siendo auténtico?
JULIEN (mirándolo con intensidad).– Vos me disteis la inteligencia para ver más allá de los mediocres, pero no la frialdad para jugar con sus mismas reglas.
STENDHAL.– Y por eso os admiro, Julien.
JULIEN.– ¿Admirarme? ¿Después de lo que me hicisteis?
STENDHAL.– Porque no os rendisteis. Porque luchasteis hasta el final, aun cuando sabíais que la batalla estaba perdida.
JULIEN (desviando la mirada).– Yo no quería ser héroe. Quería ser feliz.
STENDHAL.– Y eso, en vuestra época y condición, era pedir demasiado.
JULIEN (casi un susurro).– Ella… Madame de Rênal. Aun cuando todo se derrumbaba, fue la única verdad que conocí. El único instante en que no sentí miedo.
STENDHAL (con ternura):
Lo sé. Y por eso os dejé morir con dignidad. Vuestro final fue más noble que el de muchos que os despreciaban.

JULIEN.– ¿Y qué fue de ella? ¿Sufrió?
STENDHAL.– Mucho. Y os lloró como se llora a los que dejan una herida imposible de cerrar.
JULIEN.– Entonces, ¿mi destino fue una advertencia para los que vengan después?
STENDHAL.– Más bien una pregunta: ¿puede alguien escapar de su destino cuando el mundo ya ha decidido quién es?
JULIEN (guarda silencio. Reflexiona. Mira al vacío).– Si pudiera volver a empezar…
STENDHAL.– Haríais lo mismo.
JULIEN (afirmando).– Sí.
STENDHAL.– Entonces, vuestra vida no fue en vano.
JULIEN (con voz temblorosa).– Señor Stendhal, ¿por qué os importo tanto?
STENDHAL (con mirada grave).– Porque en vos puse todo lo que una vez fui.
JULIEN.– ¿Y sobrevivisteis?
STENDHAL (tras una pausa).– Solo porque fui más cobarde que vos.
JULIEN (sonríe levemente, con melancolía):
Ahora comprendo. Ambos se miran, y en ese instante, saben que su historia seguirá repitiéndose en cada lector que descubra su relato.

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