«Yo he visto fotografías de muchachas majariegas bien hermosas que bajaban, años sesenta, los míos de jazmines adolescentes pero en la geografía que me acoge ahora, a bañarse al Río Guadarrama. A refrescarse, más bien, dado el mínimo cauce en la parte que nos toca». En la imagen, majariegas en la Gran Vïa (segunda mitad del siglo XX)

VICENTE ARAGUAS (31 de julio de 2024). Lejos de Majadahonda, al borde del Atlántico, ahora, enseguida al campanilleo tranviario del centro de una Europa que se agita pero disimula, pienso en los veranos majariegos. Los de antes, los de cuando las urbanizaciones eran racimos de uvas bien escasos. Un poco como el que adorna nuestro escudo, otro poco como aquellas uvas que, dos a dos, tres en tres, tomaban Lázaro de Tormes y el ciego, en Almorox, más cerca de la Majada que lo que yo estoy ahora. Pero antes de todo esto el verano era también poderío. Cuando el calor igualmente abrumaba; cierto que el mercurio sube y sube pero los estíos majariegos nunca han sido suaves, sino de ventilador y abanico, antes de que el aire acondicionado se haya vuelto moneda común. Y yo he visto las señoras, tan Almodóvar, tan Alana S. Portero, últimamente muy leída suLa mala costumbre” (Seix Barral), sentaditas en sus sillas de enea/anea, alzando pudorosamente las faldas para que la ventilación les llegase también a los muslos. Esas damas ya no están, estaban fuera de las casitas bajas de Hernán Cortés, pongamos, y se las llevó el viento del olvido. Ese ventarrón, que ojalá fuese brisa, que tanto se echa de menos en el “Summertime blues” de Majadahonda. Y yo he visto fotografías de muchachas majariegas bien hermosas que bajaban, años sesenta, los míos de jazmines adolescentes pero en la geografía que me acoge ahora, a bañarse al Río Guadarrama. A refrescarse, más bien, dado el mínimo cauce en la parte que nos toca.


Vicente Araguas recuerda los años en los que Majadahonda era una ciudad de veraneo en la Comunidad de Madrid

Y antes, mucho antes, del estado lamentable en que se hallan sus aguas a dia de hoy (otra historia, desde luego). Y volverían, después, a solazarse, verbo hermoso, hoy bastante perdido (como los consuelos que evoca en su etimología), en el baile de “La Flor del Día”, bastonero incluido para regular los cambios de pareja y cualquier posible altercado. O bien en el cine de verano, que los gitanos montaban en la que hoy es Plaza del Cura. Con su tilo majestuoso. Y los plátanos de paseo, los últimos en florecer, los últimos en desprenderse de sus hojas, asombrando las avenidas majariegas, los esbozos de entonces, la realidad de hoy, y que no desaparezcan. Cines de verano, para los climas calurosos, poco frecuentes donde estoy ahora, recurrencia en mi estancia estival en Siena (2006), huyendo de la leonera infernal que me acogía en noches de insomne, salvado por aquel cine de verano, ruidoso, con el personal toscano identificado con cuanto sucedía en la pantalla. Familias toscanas, portadoras de cenas pantagruélicas para una sesión doble de cine, con películas del mítico (para ellos) Carlo Verdone y la noche estrelladamente sienesa sobre los insomnes.


La Gran Vía de Majadahonda en 1940

Algo así, tal vez, pero más austeramente castellano (de Castilla la Nueva, digo, decíamos en tiempos) el cine de verano majariego. Cuando Majadahonda se batía entre los quince y los veinte mil habitantes. Y la proximidad de Madrid habría de llevar majariegos a la piscina inmensa del entonces Parque Sindical, orillas del Manzanares. O, tal vez, a la llamada Playa de Madrid, intento de hacer balneario fluvial, remedo del que otras ciudades tienen en ríos más consistentes que nuestro “aprendiz de río”, que dijera Don Francisco de Quevedo y Villegas. Sí, el mismo que colocó Majalahonda (sic) en el mapa literario gracias a “El Buscón”. Y es muy probable que el sacristán coplero, poetastro chirle y huero, muy probablemente hubiese pasado más de un verano en la Majada. Como también lo haría esa gloria de la traumatología, el Doctor Bastos, en su “Huerta Vieja”, confiscada después de la guerra, buen que luego devuelta a sus legítimos propietarios. Y es que Majadahonda, hoy que muchos de sus habitantes huyen, buscando otros lugares, de su verano tórrido, era sitio de veraneo. Tal cual. *Vicente Araguas es poeta y escritor majariego, autor de “Enseñando Poesía en la Escuela” (Magíster/ Pigmalión).

 

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