CRESCENCIO BUSTILLO. Terminado de narrar este proceso político volvemos sobre las características generales de la gente del pueblo de Majadahonda. Voy a escribir algo sobre sus aficiones y costumbres. Una de ellas era la caza, pese a que no había gran abundancia en el término municipal. Pese a todo, constantemente se repoblaba de ella a causa de que los límites del término estaban llenos de cotos y vedados de caza, que eran una reserva para la misma. Cada amanecer había nuevos inquilinos: liebres, conejos y perdices se repartían por el vasto territorio junto a otras especies de menor importancia. Debido a esto, casi todo el mundo era cazador. Había algunos profesionales, pero nunca furtivos, que se dedicaban muchos meses del año a vivir de la caza. La mayoría eran cazadores de ocasión, pues la escopeta era la primera herramienta que se cogía para salir a trabajar al campo y nunca se olvidaba. Además, como todo el mundo tenía perros de más o menos raza para cazar, así se explica que hubiera tantos cazadores. También había muchos galgos para correr y matar liebres, desde mediado el otoño hasta la última parte del invierno. Pero estas cacerías de galgos se hacían más bien como deporte, sobre todo los días festivos que la gente no trabajaba. También en las vísperas de Navidad, por si se mataban algunas para celebrar aquellas memorables fiestas.


Donde había galgos a granel era en Pozuelo, y eso que no les quedaba apenas espacio libre para poder cazar, pues los cotos de caza se habían ido comiendo el término municipal. Por eso se venían muchas veces a cazar, con más o menos fortuna, hacia el nuestro, en la parte más cercana del suyo. Cuando lo hacían era en legiones de 15 y 20 personas. Y nadie se metía con ellos porque de siempre existieron unas buenas relaciones entre los dos pueblos. Estaba también la fauna pequeña en el invierno: cuando se sembraba la avena se poblaban de pájaros las tierras donde se celebraba la siembra. Entonces, para aprovechar esta caza se plantaban muchas trampas y si el día era frío, los animalitos acudían a buscar la comida. Por este motivo se cogían grandes cantidades de pájaros que se vendían y se comían en las casas, pero esto duraba poco tiempo, a lo sumo un mes. Después los pájaros emigraban a otra parte.

Siguiendo con las aficiones estaba el juego de la pelota, que era muy popular. Había un frontón o trinquete en el que se jugaba todo el año, siempre que el tiempo lo permitía, ya que estaba al descubierto. El juego era a mano y había algunos muchachos y hombres que jugaban muy bien a este deporte. Los días festivos era cuando se celebraban los partidos más importantes. Allí se cruzaban apuestas de dinero o especies para hacer comilonas. Y como es de suponer, se llenaba de gente para ver y comentar las jugadas, ya que la entrada era libre y completamente gratis. De los pueblos de alrededor eran los campeones, pero vino una vez por allí un gitano, llamado o apodado “Tomillo”, que ganó a los más destacados jugadores locales, llevándose una buena cantidad de dinero por sus ganancias.

Ángel Bustillo Ugena, sobrino de Crescencio, 2º agachado der (1947). Esta foto demuestra que el Rayo es anterior al año que dice el club (1958).

Siguiendo con los deportes estaba el ciclismo, que como había tantas bicicletas, se organizaban carreras. Pero la verdad es que en el pueblo no se destacaba ningún muchacho como gran corredor. En cambio en Aravaca, pueblo vecino, había un chaval que corría muy bien, llegando a ser campeón de Castilla. El fútbol, tan de moda ahora y de tanto auge, apenas tenía afición. Se jugaba algo en campos improvisados e inadecuados para la práctica de este deporte y pese a que había algún joven que se destacaba algo por su toque de balón, faltaba el conjunto. Así que a la hora de confeccionar un equipo no se encontraba material adecuado. Por eso, en las confrontaciones con los pueblos vecinos pocas veces se triunfaba en aquellos tiempos. Los campeones de la comarca eran los de la Estación de Pozuelo que tenían un equipo muy apañadito.

Ángel Bustillo Ugena (3º por la izq), sobrino de Crescencio, presidente del Rayo Majadahonda en 1967-1968. En primer término, su mujer Adela que todavía vive.

Majadahonda Magazin