JULIA SÁEZ-ANGULO. El poeta Arturo del Villar, a quien hice una entrevista, me presentó a finales de los 70, a Ernestina de Champourcín como una de las dos poetas mujeres de la Generación del 27, de las que él era buen amigo: Ernestina y Concha Méndez-Cuesta, ambas del grupo de las “Las Sinsombrero”, porque, en los años 30, deseaban dejar libre la cabeza y la mente para que circularan nuevas ideas en ella y salieran con libertad creativa. De ambas mujeres Arturo del Villar había publicado directa o indirectamente al hablar de la poesía de su Generación, en la editorial que fundó denominada Los Libros de Fausto, que contaba con cinco colecciones.
Los tres, Ernestina, Arturo y yo, nos veíamos con frecuencia, en la casa que Ernestina tenía en el Paseo de La Habana. A Ernestina le gustaban estos encuentros en los que se hablaba mucho de poesía y sobre todo de su gran amigo el poeta Juan Ramón Jiménez al que Arturo del Villar le estaba dedicando una larga colección, Ediciones Anotadas, en connivencia con los sobrinos del escritor de Moguer. También hablábamos de Zenobia. La escritora nos contaba anécdotas de su encuentro con el matrimonio Juan Ramón-Zenobia en La Granja de San Ildefonso, primero, en Nueva York después, cuando ella era traductora en América. Para Ernestina, Juan Ramón Jiménez fue su mentor adorado.
Le hice varias entrevistas a Ernestina de Champourcín y Morán de Loredo (Vitoria, 1905 -Madrid, 1999) en distintos momentos y para distintas publicaciones, entre ellas el periódico Ya, donde hablé de ciertas dificultades de liquidez de la escritora, porque estaba vendiendo en subasta pública o a la Biblioteca Nacional las cartas que conservaba de Juan Ramón, algunas de ellas escritas a lápiz y con “su particular escritura rúnica”, al decir de Ernestina, porque efectivamente la caligrafía del Nobel se asemejaba a esa escritura.
Ese dato contado en la entrevista incomodó sobre manera a Ernestina, pues le habían llamado del Ministerio de Cultura, regido entonces por Jorge Semprún, por si necesitaba ayuda para vivir. Ella rehusó cortésmente, diciendo que podía vivir bien con sobriedad. Las cosas se complican a veces sin querer, pero Ernestina no se enfadó conmigo y seguimos siendo buenas amigas. Me consta que el Ministerio pasaba entonces algunas ayudas económicas a escritores que lo necesitaban, como a Alfonso Grosso y otros que la solicitaban como Gabriel Celaya, pese a haber obtenido doce millones de pesetas por la venta reciente de su biblioteca al Ministerio. Su mujer era muy pedigüeña, como lo era también la escritora Rosa Chacel.
Ernestina era una mujer muy independiente y de firme carácter junto a su amabilidad. Hablaba de Carmen Conde y de su marido, a quienes había tratado. También de las hermanas Pedroso y Sturdza, sobre todo de Lolita y Margarita, a quienes conoció en los años 30 en la casa de Juan Ramón Jiménez. Eran las niñas jovencitas que alegraban la vida del poeta, esas que le hacían decir a Zenobia cuando llegaban: “Juan Ramón, aquí están tus niñas”. También nos hablaba Ernestina de Marga Roësset, la escultora de Las Rozas que se enamoró de Juan Ramón y acabó suicidándose, porque su amor era imposible al estar él casado. Fue un episodio muy doloroso que conmocionó a todos los que estaban cerca del poeta que llegaría a premio Nobel. El parque en Majadahonda bautizado como Cerro del Aire, como el poema de Juan Ramón, hace honor y memoria de aquel suceso. También quise conocer a Margarita de Pedroso y la entrevisté para el suplemento del ABC, llamado Blanco y Negro, bajo el título “Margarita de Pedroso, el amor platónico de Juan Ramón”. En 1999 -murió el 27 de marzo de ese año, Ernestina fue reconocida con el Premio Euskadi de Poesía y el Ayuntamiento de Madrid le concedió el Premio Mujer Progresista y la Medalla al Mérito Artístico. Vitoria-Gasteiz convoca un premio con su nombre y el Grupo de Investigación en Historia Reciente de la Universidad de Navarra (GIHRE) ha convocado un certamen con su nombre, para promover estudios sobre la mujer.