VICENTE ARAGUAS*. (21 de junio de 2024). De los quince quioscos de prensa que llegué a contar en Majadahonda quedan solo tres o cuatro, el último bajo llave el de Rafa, “cerrado está por defunción”, como en el sonsonete sabiniano/ brasseniano, y lo lamento bien: lo veía muy malito, a pie de obra, costumbre añeja de los currantes de siempre. Librerías de viejo ya no hay. Estaba “La Vieja Galería” de las Pilares. Primero en la Calle San Isidro, donde habito y “me” habito. Luego en Real Baja, en el lugar que ocupa ahora un bar dominicano. Allí Pilar, la más menuda, tañía la guitarra sabatina con alguna canción de Aute. Se fueron las Pilares y quedó un tiempo su huella en forma de muchacha muy agradable, hija de Pilar, la más bajita. Esto es Majadahonda, un baile que no cesa de gentes y costumbres. Mientras sigamos volviendo “tutto a posto” («Todo esta bien»).
En el Callejón del Gato compré algún libro de ocasión de mano de una dama que no recordaba el nombre de aquel piano-bar. “¿Y cómo se llamaba?”. “El Cóndor”, le dije, luego de darle vueltas a las aspas del recuerdo molinero. “El Cóndor”, con espejos en el techo, tan película de Tinto Brass, ¿no? Y la cosa es que ahora compro libro de ocasión, lo mío es pecado, a falta de esos vasos comunicantes que me hiciesen reemplazar libros recién llegados por los que se van, en el quiosco de Manuel. El de la Gran Vía, sí, al que llegué en lo alto de Jardinillos con el propio Manuel a bordo.
Luego, ya abajo, con Loli (¿dónde te metes?, un recuerdo lleno de cariño) y Paloma, con quien hablo de nietos y de playas de Madrid, levantinas, nada levantiscas. Y Sergio, que es ahora el coronel. Un muchacho tan emprendedor, envuelto en la misión, también, de repoblar un país envejecido, felicidades, amigo. Un hombre que no contento con vender prensa escrita, “¡Que se nos va la Pascua, mozas!”, sabiendo que esto es pan para hoy y poco, muy poco para mañana, está reinventando el negocio. Y, mira por donde, ha transformado su quiosco, también, en puesto de venta de libros de ocasión. También de viejo: en “Manuel” compré hace poco la primera edición de “El Papa del Mar” de Blasco Ibáñez, encuadernada. También la mítica biografía de Goebbels, la primera, luego de la guerra, de Curt Riess. La de Göring, obra de David Irving, o esa fascinante “La escuadra la mandan los cabos”, de Manuel D. Benavides. Sí, temas relativos a la guerra civil y mundial; ya se ve que a Sergio han llegado fondos de alguna biblioteca monográfica que ahora se está desperdigando para caer bajo los bigotes de los ratones que merodeamos, royendo placeres bibliográficos, allí donde olemos letra impresa.
Recuerdo la biblioteca de Manuel Pilares, una vez muerto este, esparcida por las librerías de viejo del centro de Madrid. Y cuando expresé mi desolación ante semejante desparrame a un librero, que me recordaba al Zaratustra aquel de Valle, fue y me dijo: “Desengáñese, caballero, para eso están las bibliotecas, para que una vez desaparecidos quienes las agruparon, sus libros cojan vuelo y vayan a parar a manos de otros, que a su vez –al morir– harán que ese vuelo siga y siga, creando nuevas bibliotecas, haciendo que la fiesta lectora no decaiga”. Algo así me decía el Neo-Zaratustra y yo pienso ahora, por más que me duela, entre mis libros, gongorinamente libres, que no le faltaba razón a aquel librero de viejo. Que es lo que ahora es también Sergio. Quiosquero y padre ejemplar, y camino de ser también numeroso. Que me hizo caso en la pandemia y no cerró. Y yo le llevaba alguna delicadeza de Sanúz, de Doctor Calero. Y es que a los quiosqueros hay que cuidarlos como si fuesen una especie en extinción. Más aun si –además– hacen de libreros. *Vicente Araguas es poeta y escritor majariego, autor de “Enseñando Poesía en la Escuela” (Magíster/ Pigmalión).
Una llamada de atención para todos aquellos que creen que un libro es más que un adorno y que una librería de usado es más que un kiosco.
Alguien puede hacer algo contra la desaparición del kiosco de prensa en la Estación de Chamartin? Ya no sé a qué puerta llamar…
Desaparición de un icónico kiosco en Virgen de Icíar y también los del final de la Gran Vía que muestra la foto. Gran artículo Vicente
Los problemas económicos han acelerado la desaparición de los formatos periódicos. El coste de papel y la desaparición del quiosco tradicional llevan a buscar nuevas formas de publicar más rentables, pero suponen un terremoto para l@s artistas, que ven desaparecer su trabajo.
La triste desaparición de un quiosco nos muestra cómo se yuxtaponen los niveles que componen, capa a capa, la historia de nuestra ciudad, hasta que la arqueología, en un futuro lejano, vuelva a prestarles atención.
Si hace unos meses habéis quedado al borde de la desaparición, no estás vendiendo cromos en el quiosco de milagro, no lo traspases porque en las próximas elecciones tendrás que volver a abrirlo.
También ha tenido que cerrar por problemas de salud Jose, dueño del Kiosko en el parque del Arcipreste, frente a Mercadona, es un sitio privilegiado. Yo lo he difundido por todas partes, pero a pesar de haber tanto desempleo, a los que se han interesado parece que no les gusta madrugar.
Cuando cierra un kiosko de prensa se nos va un poco de nuestra cultura colectiva. Se trata de un hito más en esta supuesta lucha por acabar con lo antiguo en favor de un supuesto modernismo. Antes habían caído los videoclubs y muchos más negocios u oficios que pudieran sonar a antiguos en una sociedad en continua evolución que ojalá no devenga en un «Viaje a ninguna parte»