JULIA BACHILLER. Cuando nos encontramos con un «problema» en nuestro municipio, el primer consejo que nos recomiendan las autoridades es denunciar. Dependiendo de su procedencia son dos los organismos oficiales que reciben las denuncias: el Ayuntamiento y la policía local. En ocasiones no son suficientes ni efectivas estas denuncias ya que las actuaciones por parte de los mismos son únicamente parches temporales que no aportan ninguna solución. Y refiriéndome con la palabra «problema» a los ruidos a los que están sometidos los vecinos de Majadahonda, muchas son las zonas afectadas por esta situación. En esta ocasión me voy a referir a la Gran Vía, por ser el lugar donde puedo verificar lo que ocurre tras más de 30 años viviendo en ella. La Gran Vía es la calle principal de nuestro municipio, “el alma de Majadahonda”, como así la definió nuestro alcalde Narciso de Foxá durante la última campaña electoral. Es el lugar donde los alquileres de los locales son desorbitados aunque debido al gran tránsito de personas que pasean por ella seguramente compense la inversión. Es también idónea para la exhibición, ya que tras su peatonalización hace resaltar cualquier evento que se realice. A lo largo de ella, a uno y otro lado, son muchos los comercios y locales de restauración que podemos encontrar. Y si levantamos la mirada a ambos lados podemos comprobar algo evidente: sobre todos estos locales existen viviendas, algunas destinadas como oficinas y el resto como domicilio habitual de un gran número de vecinos.


Sometidos diariamente a convivir con el ruido, este no cesa a pesar del gran número de denuncias presentadas en el Ayuntamiento y llamadas a la policía local en situaciones extremas. Para que se hagan una idea de la situación y puedan valorarla tomaré como referencia un tramo de esta vía, la comprendida entre la ferretería «La Maja» y el Horno de Santa Mónica. De lunes a lunes la barredora comienza su limpieza a las 8:00 horas, algunos días incluso antes: el motivo no es otro que tener las calle limpia antes de que los bares de la zona comiencen a colocar sus terrazas, tarea que se complementa cada dos meses con una ruidosa furgoneta provista en su interior con una maquinaria para limpieza a presión de bancos, baldosas y contenedores de recogida neumática. El centro de Majadahonda amanece así con el ruido como despertador.

Seguidamente comienza la puesta en marcha de las terrazas arrastrando sillas y mesas para su ubicación, que en algunos casos sobrepasa la zona destinada para ello. El resto del día seguimos con esa fea costumbre de alzar la voz, tanto para saludar a un conocido como para llamar a los niños que en ocasiones ni atienden, atemorizados seguramente por el tono utilizado por los padres. A esto le sumamos el éxito de las terrazas en verano, repletas en ocasiones y en las que algunos aprovechan para exponer sus opiniones en un tono elevado. Todo ello ignorando a las personas que les rodean, que no son el público asistente a su espectáculo. Eso sí, sus ponencias son agradecidas con enormes risotadas por los conocidos que les acompañan. Ruido a medio día y más ruido por la noche.

Todo esto crea un ambiente desesperante para los que estamos obligados a padecerlo. Los fines de semana o días festivos todo esto va acompañado del vocerío de los vendedores ambulantes y los músicos, los cuales se ganan la vida poniéndole una banda sonora a las terrazas más concurridas, portando amplificadores e instrumentos para ampliar el sonido. Si la recaudación es buena incluso interpretan varios temas en el mismo lugar, siendo las actuaciones durante la mañana y la tarde. No debemos olvidar aquellos que acuden a los bares y se introducen en su interior dejando a su perro atado en una farola: el pobre animal ladra incansablemente, cosa que a su dueño no le afecta. Cae entonces la noche en el centro de Majadahonda repleta de ruido.

Llega la hora del cierre oficial y obligatorio de las terrazas, a las 24:00 horas, hecho del cual la policía local da cuenta pasándose para garantizar su clausura. Es entonces cuando comienza la actividad de un nuevo local instalado en Gran Vía 33 los viernes y sábados, del cual no puedo decir su nombre ya que no lo tiene expuesto. Una vez cierra el centro comercial, este local abre sus puertas dando acceso por la salida de emergencia del mismo, y con un portero que selecciona la entrada y efectúa la apertura de la puerta, ya que al ser salida de emergencia solo se abre desde dentro. Desde su apertura hasta el cierre a las 4:00 horas de la madrugada, la música de su interior puede escucharse hasta con la puerta cerrada y cuando alguien accede se escucha en todo su esplendor. Sigue el ruido.

Durante todo este tramo horario a las 2:00 horas de la madrugada un camión de la basura recoge los desperdicios dejados en el exterior de los contenedores de recogida neumática de los locales cercanos. Además del molesto ruido característico del vehículo se añade un pitido de marcha que tiene su encanto. Cuando el local de copas efectúa el cierre a la hora mencionada (04.00 horas), los usuarios se quedan en el exterior y continúan la fiesta hasta aproximadamente las 5:30 horas. A partir de ese momento los vecinos disponen de 3 horas para descansar y dormir si pueden, antes de que comience la barredora su turno a las 8:00 horas. El ciclo de ruido vuelve a comenzar.

Tantas horas sin descansar ni dormir incentivan la búsqueda de una solución. Ante un «problema» siempre buscamos un responsable sobre el cual recaiga la culpa. Y tras varios días pensándolo he llegado a la conclusión de que carecemos de una autoridad municipal que haga cumplir unas normas de convivencia social. Las normas sociales son reglas que fija la sociedad. Se basan en la conducta justa de los miembros con el objetivo de regular el comportamiento de cada individuo. En otras palabras, las normas sociales son guías para la convivencia de los miembros de una sociedad. La falta de cumplimento de las normas sociales son desaprobadas por las sociedad pero en Majadahonda no conllevan una condena o castigo legal o jurídica.

No es solo cuestión de cerrar un negocio por generar actividades medioambientales insalubres, ni solo advertir con fuertes multas por ello. Tampoco es una cuestión de libertad de expresión molestar a los demás con gritos, ruidos y música altisonante. No se trata ni siquiera de vetar una manera de divertirse ofensiva para los demás. Se trata únicamente de cumplir la ley: quienes la infringen no piensan en los demás y les importa un bledo que con sus actos dañen al resto de los vecinos. Si los encargados de hacer cumplir la ley en materia de ruidos fueran eficaces en su gestión evitarían enfrentamientos e incluso un ahorro económico importante para Majadahonda: al ruido desenfrenado le acompañan habitualmente los daños en el mobiliario urbano, en parques y en calles. Y a un ruidoso botellón le sigue otra ruidosa recogida de basuras.

Esos son algunos de los gastos innecesarios que realiza el Ayuntamiento de Majadahonda por su permisividad frente a esa minoría ruidosa que fastidia la convivencia y cuyos excesos además pagamos los vecinos con dinero y con salud. Todo ello se mitigaría con el escrupuloso y exigente mantenimiento de la vigente ley contra el ruido, ya que parece claro que los que no quieren aprender a convivir con respeto a los demás solo entienden el lenguaje de la ley. Se acercan unas elecciones y será el momento de recordarlo a aquellos que no la aplican: con ruido pero sin voto.

Majadahonda Magazin