A. BUSTILLO. El crimen del zapatero de Majadahonda, que hace unos días narraba el escritor y jurista Gregorio Mª Callejo en su serie literaria e histórica sobre «Crímenes imperfectos», aflora nuevos detalles de testigos presenciales. O el asesinato de «El Lorenzo» a manos de su tío («El Esquila») por una disputa de herencias cuando éstas no se sometían al imperio de la ley. Son sucesos que no tienen desperdicio y que poseen valor histórico en un relato hasta ahora inédito. Lo escribió Crescencio Bustillo, hermano del celebre Gumersindo Bustillo, que fue candidato a concejal, militar y prisionero de guerra. Nacido en 1907, mi abuelo era primo de su padre y un día buscando en internet a los Bustillo de toda España me llamó la atención un apellido idéntico con residencia en Cataluña. ¿Un Bustillo majariego catalán? Era Darío Bustillo, hijo de Crescencio. Y tirando del hilo pude enterarme de toda la historia escrita por su padre y referida desde los inicios del siglo pasado hasta la guerra civil. La segunda parte describe lo que pasó ese «día maldito» del 18 de julio de 1936 en Majadahonda. Y es que su hijo me contaba que Crescencio Bustillo llegó a ser capitán del Ejército de la República. Como era autodidacta le dio por escribir las memorias del pueblo. Antes eras labrador, albañil o herrero, no había mucho más que elegir, por lo que tuvo que formarse por sí mismo. Al final de la guerra civil del siglo pasado le condenaron a dos penas de muerte, que le conmutaron por 30 años de prisión. En Barcelona escribió estas memorias, que daremos a conocer por capítulos y que, transcurrido ya un siglo, forman parte de la historia de Majadahonda de la primera mitad del siglo XX. Hoy: el crimen del zapatero y el de «El Esquila» sobre «El Lorenzo», «los dos únicos casos de sangre que he conocido en casi 30 años que viví en el pueblo», dice el autor.
«Variando un poco el tema, se hicieron un poco célebres por los sucesos a que dieron lugar el tío Morán, que viendo como golpeaban a su mujer, corrió en defensa suya y con la cuchilla de zapatero, de un viaje sin cargó al tío Cándido «el Carrasco», echándole las tripas fuera. El tío Morán estaba en su mesa de zapatero trabajando, puesto que ejercía este oficio, cuando le avisaron que pegaban a su mujer. Y ni corto ni perezoso, con la cuchilla que tenía en la mano, le pegó el navajazo al tío Carrasco, que en unión de su mujer «la Sorda» estaban zurrando la pavana a la mujer del otro. Cuando le juzgaron le salió poca condena porque fue en defensa de su mujer y sin premeditación, pues actuó con la herramienta de su oficio que tenía en la mano. Además los antecedentes del pueblo fueron muy buenos, pues tenía una honorable conducta. Por el contrario, el muerto y su familia eran pendencieros y soberbios y no gozaban de grandes simpatías. Con todo, la familia del tío Morán, que tenía varios hijos, se marcharon del pueblo evitando roces o venganzas en su futuro».
«El otro caso de sangre fue un tío y un sobrino por motivos de herencias familiares. La víctima se llamaba Lorenzo, un chaval joven y valiente que tuvo un altercado con su tío político «el Esquila», que fue su matador. Parece ser que ya se habían peleado ellos solos en un porche de la finca motivo de la riña. Allí «el Lorenzo», sin más armas que las manos, le había zurrado. Alguien lo separó marchando cada uno a su casa. «El Lorenzo» no dijo nada en la suya, volviendo a salir. Y se estacionó en las famosas Cuatro Calles. «El Esquila» se fue a la suya y al verle su mujer en el estado que llegaba se enteró de la pelea y en lugar de apaciguar los ánimos, le soliviantó diciéndole que no tenían nada de hombre si no le mataba…»
«Para reforzar la amenaza, le acompañó en su música, llevando «El Esquila» una pistola corta empuñada en el bolsillo. «El Lorenzo», al verlos venir hacia él no se inmutó, siguió con las manos en el bolsillo del pantalón. Los otros llegaron a su altura y ella le dijo al marido: «¡Ahí lo tienes, mátalo!». «El Esquila» hizo fuego casi a quemarropa, pegándole un tiro que le atravesó el corazón. A las voces y gritos de la gente acudimos los que estábamos más cerca, Lo cogimos ya caído en el suelo y corriendo lo llevamos a su casa, que estaba a unos 200 metros. Cuando llegamos con él ya había muerto totalmente. Las escenas de la madre y hermanas no son para describirlas».
«Aquel crimen cayó como una bomba en el pueblo. Tuvieron que reforzar la Guardia Civil para poder contener la indignación de la gente, que quería linchar a los criminales. Él por disparar el arma y ella, tía carnal de la víctima, por inductor. Al juzgarle, todas las pruebas y antecedentes le fueron desfavorables, Les salió bastante condena pero con la implantación de la República le cogieron varios indultos que aminoraron su condena. No obstante, la pena y el remordimiento por el acto injusto que había cometido minaron su salud y murió en la cárcel antes de terminar la condena. La mujer y los hijos abandonaron el pueblo para siempre por no escuchar desfavorables comentarios. Éstos son los dos únicos casos de sangre que he conocido en casi 30 años que viví en el pueblo. Los demás eran accidentes fortuitos o suicidios, Pero nunca manos homicidas».
Interesante documento que ayuda a recuperar un poquito más de la historia de la ciudad.
Magnífica iniciativa.
A Cristina Chamorro Chamorro le gusta tu enlace.
Mi abuelo decía que había conocido a los dos hermanos Gumersindo y Crescencio y si es verdad lo que recordaba y me contó de ellos nos esperan unas memorias muy jugosas
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