Mercadillo de Majadahonda: Samuel Fernández (pendientes), Jonathan (bolsos), Jesús Gutiérrez y Ester Velarde (ropa), protagonistas de un reportaje

LIDIA GARCIA. «Majadahonda: El mercadillo de toda la vida al que Tiktok ha hecho viral: «Ahora vienen con más dinero«. Las redes sociales han puesto de moda un espacio que asiste atónito a lo nunca visto en sus 40 años de historia: se han convertido en tendencia y el público es cada vez más variado«. Con estos titulares, la periodista Lucía Franco de «El Confidencial» no ha podido resistir la tentación de reportajear este sábado 17 de junio (2023) por enésima vez el célebre mercadillo majariego, aunque con un punto de vista diferente: «Su secreto para triunfar: seducir a jóvenes con la última moda». Y cuatro comerciantes han pasado por su grabadora de audio para contar porqué les va tan bien. El mercadillo de Majadahonda empezó a funcionar en 1983. Al comienzo, se vendían sobre todo frutas, verduras y pescado, explican desde el Ayuntamiento: «El mercado ha evolucionado de un tiempo a esta parte y ahora cuenta con puestos que venden bisutería, artículos para el hogar y ropa. Cuenta con casi 300 puestos. Para cientos de jóvenes madrileñas, el mejor plan de sábado no es otro que ir al mercadillo de Majadahonda y después grabarse haciendo un «haul», un video en el que las protagonistas van enseñando una a una las prendas que han comprado. El hashtag #mercadillomajadahonda tiene más de 41,8 millones de visualizaciones en TikTok«, escribe Lucía Franco sobre lo que acontece en Majadahonda todos los martes y sábados del año de 9 a 3.

Lucía Franco

SAMUEL FERNÁNDEZ (PENDIENTES). «Aunque no lo recuerda, Samuel Fernández estuvo por primera vez en el mercadillo de Majadahonda hace 30 años. El mismo que después ha sido su vida. Estuvo, pero técnicamente no se puede decir que pisara él por ahí, pues aún flotaba en la tripa de su madre. Hoy, espera no dejar de ir hasta que se muera. El puesto en el que trabaja lleva 44 años en manos de su familia, pero solo desde hace 8 decidió asumir las riendas del negocio. Empezó a cambiar los productos que vendían poco a poco, buscando mayores beneficios. Lo tenía claro: para triunfar tenía que seducir a los jóvenes con la última moda. “Aquí nos enfocamos en la moda. Todo es moda”, repite una y otra vez. La realidad del enclave ha cambiado por completo, con unos clientes cada vez más variados, impulsado por las redes sociales. Samuel Fernández lo sabe bien. De niño dedicaba horas y horas a ver pasar a las mujeres que venían de todo Madrid al mercadillo cada fin de semana. Analizaba todo lo que llevaban puesto, pero se fijaba sobre todo en lo que colgaba de sus orejas. Fue así como volvió el mundo de los pendientes en su vocación. Lo sabe todo sobre ellos: “Aunque brille mucho, si la oreja se cae con el peso, nadie lo va a querer”, explica con voz experta.

«No es para menos. Cada fin de semana pasan por sus manos miles de abalorios. En su puesto, el más popular del mercado, vende solo un producto: pendientes a dos euros. Esto ha hecho que intentar llevarse los mejores aros sea motivo de disputa entre sus clientas. Abundan los empujones y los codazos, y alguna que otra imprudente se lleva un buen tirón de pelo de cuando en cuando. “Siempre intento mediar. Si la clienta sale enfadada, no vuelve”, reconoce Samuel Fernández, que recuerda cómo hace poco dos grupos de amigas casi se pegan por un par de pendientes con forma de sol. El conflicto tiene más explicación de la que parece: eran los últimos y se trata de uno de los modelos predilectos de sus clientas. Es por eso que ahora Fernández ha abierto un perfil en Instagram para que puedan ver lo que va a vender el sábado y lo puedan reservar. El movimiento le permite anticiparse a los problemas y sacar pecho. “¡Muestro en internet mi negocio porque es motivo de orgullo!”, exclama satisfecho. En el amor y en la guerra todo vale. Hace tiempo, Samuel Fernández se reencontró con una amiga de su infancia. La invitó a cenar y le regaló unos pendientes. La relación no cuajó, pero ahora ella va todos los sábados a comprarle fielmente. “No conseguí novia, pero sí una clienta”, cuenta entre risas. Su alma de negociante le dice que salió ganando. Una de las características más particulares de este negocio es que carece de inventario. Samuel Fernández explica que un día intentó hacer uno, pero la constatación de que le habían robado algunos de sus preciados pendientes le enfadó tanto que renunció a afrontar la ineludible realidad de que todos los negocios sufren sustracciones», señala el artículo.

JONATHAN (BOLSOS). «La viralidad alcanzada por el mercadillo ha hecho que muchos puestos ahora quieran vender lo mismo que ven que funciona en las redes. Algunos, como la tienda de bolsos de Jonathan G., han creado incluso sus propias cuentas para promocionar sus productos: “Ahora la gente va vestida y complementada como si fuéramos grandes marcas”, comenta entre ilusionado y extrañado. El top de encaje dorado, los bolsos de cintas, los pendientes y las zapatillas son los productos más vendidos y repetidos. “De tanto ver el top dorado se me quitaron las ganas de comprar. Antes me sentía única cuando venía aquí”, asegura Iris Hermoso mientras camina por el mercado». JESÚS GUTIÉRREZ Y ESTER VELARDE (ROPA). A Jesús Gutiérrez, un comerciante de 45 años que lleva 26 en el mercado, todo esto le ha pillado con el pie cambiado. No era consciente del impacto de las redes sociales. Ahora dice que cada sábado lo agota, pero en el fondo vive agradecido porque aunque no tiene muchas esperanzas de volverse millonario, por lo menos no tiene que aguantar a un mal jefe. Ya es mucho. A pocos metros del puesto de Jesús Gutiérrez está el puesto de ropa de Ester Velarde, de 46 años. Ella llegó al mercadillo hace 9 años después de pasar un buen tiempo en el Rastro. Logró que le hicieran una transferencia del puesto y no lo piensa dejar: “Son reñidos”, asegura. La marca de ropa de Ester Velarde se llama Kalami. Su proceder es siempre el mismo: viaja cada cierto tiempo a la India, compra las telas, fabrica sus vestidos y vuelve para venderlos en el mercado, donde sus productos son reconocidos por su calidad y, sobre todo, por su clientela: “Mis clientes tienen algo más de dinero”, dice orgullosa. Sus vestidos llenos de color, por otra parte, han tomado al asalto las redes sociales. Miles de jóvenes se han probado ante la cámara, en sus «hauls», los modelitos para el verano, lo que ha hecho que su tienda se vuelva cada vez más popular. Es por esto que los comerciantes como ella han tenido que ceder a lo nunca visto antes en este mercadillo: pagos con tarjeta y precios cada vez más ajustados. El chisme de que el mercado se ha vuelto viral corre como la pólvora de puesto en puesto. Aunque muchos no saben muy bien lo que eso significa, notan de inmediato los efectos de un fenómeno que cada sábado llena un recinto de más de 10.000 metros cuadrados. Desde primera hora de la mañana, hasta allí se acercan cientos de jóvenes. Llegan a la guerra: harán cualquier cosa por unos pendientes de 2 euros de Samuel Hernández, concluye el reportaje.

 

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