NARCISO DE FOXÁ ALFARO. Pues que quieren que les diga… yo me siento orgulloso de mi familia. Me siento orgulloso de mi tío y padrino Agustín de Foxá, Conde de Foxá y Marqués de Armendáriz. Me siento orgulloso de sus novelas, de sus obras de teatro y de su poesía. Y, por supuesto, me siento orgulloso de cómo era como persona. Nunca hizo mal a nadie y siempre quiso ayudar a los demás. Pero ahora la nueva izquierda radical ha decidido que para ser un buen político hay que eliminar del callejero todo lo que huela a uno de los bandos de nuestra guerra civil. Mala cosa, esto de hacer sangrar viejas heridas que estaban cicatrizando y que han producido demasiado sufrimiento en las dos Españas. “Madrid de Corte a Checa” fue su gran novela, que leí en mi juventud por primera vez. Una historia de amor, durante la II República que, por cierto, no era el ejemplo de democracia que han pretendido hacernos creer. Pero algo que sin duda agradezco es su epistolario, publicado por Prensa Española, dentro de sus obras completas. En sus cartas, casi semanales, a su madre, puede leerse la historia pequeña de mi familia, las alegrías, las penas, los acontecimientos que yo nunca hubiera conocido sin su publicación. Su poesía también llenó mi juventud. A pesar de que su obra más conocida es “Melancolía del desaparecer”, a mí siempre me gustaron más unos versos de “La niña del caracol”.


Un niño provinciano de familia modesta,
aulas del instituto, charlas del profesor
los jueves, un mal cine. Y los días de fiesta…
banda del Regimiento en la Plaza Mayor.

Imagen inédita

Supongo que nunca le perdonaron que escribiera bien siendo de derechas. Señora alcaldesa, han pasado ochenta años. Mi padre no hizo la guerra. Yo ni había nacido; ¡Señor! Ha transcurrido el tiempo suficiente para que las heridas dejen de sangrar. Ser un buen alcalde no consiste en ir a trabajar el primer día, en metro o en bicicleta eso sí, sólo el primer día y con un equipo de comunicación detrás, ni colocar un cartel de “welcome refugees” en la fachada del Ayuntamiento ni, por supuesto, cambiar los nombres de las calles de tu ciudad. Eso sería demasiado fácil. Ser un buen alcalde y procurar el bienestar de tus vecinos afortunadamente es “algo” más complicado.

Tomás Alfaro Fournier

Señora alcaldesa le voy a contar una historia: A mis tíos paternos, incluido mi padre de 14 años, les fueron a buscar tres veces los milicianos a su casa en Madrid para darles el “paseo”. Afortunadamente no les encontraron porque quizá ahora yo no estaría escribiendo estas líneas. Mis tíos maternos no tuvieron tanta suerte y fueron asesinados, incluido su padre, en la finca de El Calderín (Toledo) por las milicias populares (tío Carlos, tío Manolo, tío Paco y tío Rafael). Mi abuelo materno, Tomás Alfaro Fournier, Marqués de Cañada Honda (también había aristócratas en el bando republicano) era alcalde de Vitoria durante la República y el 18 de julio de 1936 se negó a sumarse al levantamiento. Fue detenido y pasó tres años en prisión entre la cárcel celular de Vitoria y el fuerte de Guadalupe, en Fuenterrabía. Durante este tiempo estuvo dos veces delante del pelotón de fusilamiento y se salvó porque a su mujer, mi abuela María, le habían matado los rojos a su padre y a sus hermanos, mencionados anteriormente.

Mi abuelo Tomás además de alcalde fue escritor – “Vida de la ciudad de Vitoria”– y un gran pintor, discípulo de Amárica, que figura entre los mejores pintores vascos de finales del siglo XX. Todo ello le hizo merecedor de una calle en Vitoria. Señora alcaldesa… mi abuela perdonó al bando nacional y al bando republicano todo el dolor y sufrimiento que le infringieron. Y se lo perdonó no con el paso del tiempo si no el día que acabó la guerra y tuvo que convivir con su marido, mi abuelo Tomás y tío Federico, el único de sus hermanos que sobrevivió a la matanza de “El Calderín”. Yo también he perdonado. ¡Cómo no lo iba a hacer! Y por eso no entiendo tanto revanchismo. ¡Pues que quiere que le diga señora Carmena! Me siento muy orgulloso de que mi tío Agustín tenga una calle en Madrid y mi abuelo Tomás otra en Vitoria. Esa es la diferencia entre los que llevan el odio en el cuerpo y los que supimos pasar página hace mucho tiempo.

Majadahonda Magazin