ÁNGEL SEDANO. Dicen que de las derrotas se aprende, curioso para alguien como yo, sin talento literario y con suspenso en verso y en prosa, aprender algo y encima de la derrota. Uno nació en Logroño por lo que estaba destinado a enamorarse de unas rayas blancas y rojas, a ser del Logroñés, un nombre que en mi niñez y adolescencia tenía otras siglas delante. Ahora, peinando canas y a mis cuarenta y pocos tacos, las siglas son otras aunque el sentimiento el mismo. Ese sentimiento de una derrota amarga. Y es que todas las derrotas son amargas, sean donde sea, contra quien sea y como sea. Da igual que mi equipo la UD Logroñés vista de grana y pantalón blanco, que juegue en el Cerro del Espino y que nos parta un Rayo, el de Majadahonda, otro de los Rayos de Madrid. La derrota aún duele y más en un día propicio para recortar distancias contra el todopoderoso Deportivo de A Coruña. Hay tardes que no sale nada a derechas, en el que este juego no gusta y además amarga.
El partido fue un poco así, amargo, con un equipo que quería proponer y otro esperando a sabiendas de que iba a tener su oportunidad, sin descomponerse, sin inmutarse lo más mínimo. «Qué vengan», parecía decir el Rayo Majadahonda, que vivía tranquilos y además tenían el Champagne en el frigorífico. Ay Champagne, este Champagne no era francés sino argentino, con reflejos felinos y sin burbujas. Guarrotxena se quedó descompuesto a la media hora de partido cuando su mano izquierda estropeó lo que podía haber sido otra historia. Así se iba un primer tiempo correcto de los dos equipos, con poco riesgo, con pocas ocasiones en el área y con ese fútbol tan cerrado donde los riesgos son mínimos. Un fútbol diferente, alejado de los focos y periódicos, pero el mismo fútbol que nos apasiona.






