«Y, como es natural, me eché a la calle, visto lo visto, para ver más y mejor. Y me encontré con muchas tiendas cerradas y otras en trance de atrancar las puertas. Y descubrí lo previsible: que el bueno de Tito, del establecimiento de “decomisos”, nombre clásico de un tiempo en que estas tiendas vendían productos decomisados, naturalmente, estaba haciendo un agosto abrileño vendiendo transistores y pilas»

VICENTE ARAGUAS. (29 de abril de 2025). El Apagón y la Rosa. El gran apagón me sorprendió leyendo “El Jarama”, de Sánchez Ferlosio, un tipo tan peculiar que se pasó la vida diciendo pestes de esta novela genial, que a mayor abundamiento es la que le dio sustento y fama. Y es, de toda su obra, la que va a pervivir. Como la función de Peter Shaffer, llamada precisamente “El apagón”, que este lunes 28 de abril de 2025 no dejé de rememorar. Una delicia aquella pieza, en la que el escenario se iluminaba cuando los protagonistas estaban a oscuras, y viceversa, provocando situaciones ciertamente cómicas. Poco divertidas las de este lunes, que demostraron la gran paciencia del personal, habitante de un país en general ineficaz en lo que se refiere a los servicios públicos, Y otro día hablaré, no sé si del gobierno, pero sin duda del desastre ferroviario que sufrimos los viajeros al Oeste. Mucho peor, comparativamente, que los galdosianos, que al menos tenían tiempo de almorzar en la cantina de Ávila, camino de San Sebastián (ver “La de los tristes destinos”). Pero vuelvo al redil majariego, donde el lunes viví el apagón de marras. Y, como es natural, me eché a la calle, visto lo visto, para ver más y mejor. Y me encontré con muchas tiendas cerradas y otras en trance de atrancar las puertas. Y descubrí lo previsible: que el bueno de Tito, del establecimiento de “decomisos”, nombre clásico de un tiempo en que estas tiendas vendían productos decomisados, naturalmente, estaba haciendo un agosto abrileño vendiendo transistores y pilas. Lo mismo que el bazar chino de un poco más arriba. A condición, claro, de que se pagase en metálico la mercancía. Y gente y gente haciendo una cola, regulada en el bazar por Joana, ni siquiera a la luz de las velas, que también estaban a la venta, sino en medio de la oscuridad ambiental. La que ocupaba la España peninsular, no así la insular ni las plazas de soberanía, término este tan añejo como “decomisos”.

Vicente Araguas

UNA DE ESAS CALLES PARALELAS CON SAN ISIDRO, mi centro y equilibrio majariegos, presentaba señales de humo. Y es que en un bar, en su terraza y aledaños, había una parrilla, en la que un señor robusto gobernaba piezas de carne, que esperaba un personal provisto de cervezas y gaseosas, como aquellos excursionistas de “El Jarama”. Lo único que en la novela ferlosiana la pobre Luci acabó ahogada. Y a estos parroquianos nadie los ahogaba, sino que los mantenía tan vivos el cierto regocijo de algo semejante a un día de campo en el asfalto de la Majada. Y fui luego al Bulevar Cervantes y aledaños, donde mi “Alcampo” de bolsillo estaba cerrado. Y en el exterior Luisito peloteba y yo hablaba con Agustín, tan animalista, de águilas y cernícalos y el apagón seguía, pero nada ni nadie apagaban el aire bucólico de nuestra conversación sobre el bicherío.

«Me detuve en la puerta de “Flores Acebal” donde Jara, muy agradable dama peruana, es quien lo regenta ahora. Y Jara puso en mis manos una rosa. Y en el exterior Luisito peloteba»

Y YA DE VUELTA A CASA me detuve en la puerta de “Flores Acebal” donde Jara, muy agradable dama peruana, es quien lo regenta ahora. Y Jara puso en mis manos una rosa. Y, ya lo dijo Gertrude Stein: “Rosa, es una rosa, una rosa, una rosa”, y JRJ aun sin llegar tan lejos como Rilke, muerto precisamente de la picadura de una rosa, dejó dicho que “no le toques ya más que así es la rosa”. Claro que el de Moguer hablaba del poema. Y a mí se me quedó cara de poema ante la delicadeza de Jara en el día del gran apagón. Majadahonda tan encendida como siempre. Y en mi barrio, que antes era pueblo, las señales de humo que indican comunicación abierta. La que yo más amo. Sí.