MIGUEL SANCHIZ. (8 de febrero de 2025). Camino por las calles de Majadahonda o Madrid y me doy cuenta de que los verdaderos héroes no llevan capas ni buscan reflectores. Están ahí, silenciosos, haciendo que todo funcione. Están en el hombre que recoge la basura a primera hora, antes de que despertemos; en la mujer que cuida a su madre enferma, sacrificando su tiempo y sueños; o en el artista callejero, cuya música suaviza el peso de un día difícil para los transeúntes. Son los invisibles. No ocupan titulares ni se llevan ovaciones, pero su impacto se siente en cada rincón. Sus historias se pierden en la vorágine de una sociedad que premia el éxito visible y olvida la labor discreta pero esencial. Me pregunto cuántas veces he cruzado miradas con ellos sin detenerme a pensar en el valor de su esfuerzo. Es irónico cómo hemos aprendido a depender de quienes ignoramos. Si ellos no estuvieran, la maquinaria del mundo colapsaría. No son números ni estadísticas, son personas que, en su modestia, llevan la dignidad como bandera. El trabajador que garantiza nuestra seguridad alimentaria, el cuidador que sostiene vidas desde el amor o el músico que convierte una calle gris en un lugar más humano. No necesitan fama, pero merecen nuestro recuerdo. No debemos ignorarlos. Los invisibles nos recuerdan que la grandeza no siempre se encuentra en los reflectores, sino en las sombras donde pocos miran. Ellos construyen los cimientos de nuestras vidas, y al verlos, quizás aprendamos algo sobre nosotros mismos: la transcendencia al valorar lo que realmente importa.
LA RESILIENCIA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS AISLADOS. En este Atlas de Geografía Humana exploro estas comunidades que no son reliquias de un pasado distante ni objetos de museo. Son culturas vivas que eligen permanecer separadas, a menudo por temor al impacto devastador del contacto con un mundo que desconocen o que ya les ha herido. La historia de la colonización y explotación sigue resonando en su memoria colectiva, y su aislamiento es, en muchos casos, una forma de protegerse de aquello que amenaza su existencia: enfermedades desconocidas, la pérdida de sus territorios y la disolución de sus comunidades. La responsabilidad que tenemos hacia ellos no consiste en integrarlos a la fuerza ni en reducirlos a un atractivo turístico. Necesitamos garantizar su derecho a existir en sus propios términos. Esto implica proteger sus territorios, respetar sus decisiones y ofrecer ayuda solo cuando la soliciten. Su aislamiento no debe interpretarse como atraso, sino como una elección consciente de vida, cargada de dignidad.
SIN EMBARGO, SU LUCHA NO SOLO ES CONTRA EL OLVIDO, sino también contra personajes ambiciosos y sin escrúpulos que ignoran su valor y destruyen su entorno. Empresas madereras, mineras y traficantes de tierras arrasan sus hogares en busca de riquezas, dejando un daño irreversible. Protegerles es un deber ético: no solo para preservar su legado, sino para frenar una explotación que nos deshumaniza como seres civilizados. Ayudarles no significa transformarlos, sino asegurar que puedan seguir siendo lo que han decidido ser: custodios de un mundo que no debemos olvidar, porque al preservarlo, nos preservan también a nosotros.
Gracias Miguel, precioso y lucido -como siempre- homenaje a los olvidados héroes anónimos y a los pueblos invadidos y expropiados que no pueden defenderse. A estos últimos exposición Amazonia de S. Salgado los retrata excelentemente.