Concha Zardoya (Majadahonda) y Miguel Hernández (Orihuela): una relación poética

RAMON PALMERAL. Durante la Guerra Civil Española, Concha Zardoya tuvo que dejar sus estudios y perdió a su único hermano, Alfonso, quien murió defendiendo la República. Ella decidió irse a Valencia para trabajar en cultura popular, organizando eventos artísticos en fábricas y hospitales. También escribió sus primeros cuentos, más tarde publicados en «La Hora de España». Allí trabaja en Cultura Popular (Frente Cultural Antifranquista), institución en la que organiza una biblioteca y muchos actos culturales en hospitales, en fábricas y en la radio. Su único hermano muere en el frente defendiendo la República, era encargada de la emisora radiofónica en Valencia, donde en 1937 se encargó de llevar Miguel Hernández para que leyera sus poemas.


El pintor y dibujante José Manaut, escribe: «Tras el estallido de la sublevación militar, su compromiso ideológico de izquierdas le llevó a integrarse en distintos colectivos republicanos que desarrollaban tareas de enseñanza, divulgación y recuperación del patrimonio cultural. En los primeros días del conflicto bélico frecuentó los talleres de Artes Plásticas de la Alianza de Intelectuales. Junto a la poetisa Concha Zardoya, amiga íntima del poeta oriolano Miguel Hernández y de su esposa, colaboró en el departamento de Cultura Popular del Gobierno republicano, que se encargaría en las tareas de fomentar la lectura entre los civiles y los soldados que combatían en los frentes. Su trabajo consistiría en la búsqueda de libros y material escolar que luego se enviaba a las escuelas, bibliotecas públicas e incluso a los frentes de combate. Por mediación de su amiga Concha Zardoya entabló amistad con el poeta Miguel Hernández, destinado entonces en la «Posición Pekín» de Torrente, sede del Estado Mayor del Ejército de Levante. (José Manaut Viglietti, «Las Bellas Artes en la Segunda República». Texto de la conferencia leída en el Ateneo de Madrid el 1 de abril de 1933. Edición Universidad Carlos III de Madrid. 2002).


Concha Zardoya en Valencia durante la guerra civil

Dos fotografías de Concha Zardoya en Valencia, con otros compañeros, en la redacción de Cultura Popular. Por aquel entonces, comienza a escribir poemas que publica en la “Hora de España” y, ya en Madrid, da clases, realiza traducciones, elabora guiones de cine y ensayos y se dedica a la narrativa, saliendo a la luz sus primeros cuentos. Vuelve a reanudar en 1947 su carrera universitaria de Filología Moderna doctorándose con un trabajo sobre el poeta norteamericano Walt Whitman, que le abrió las puertas a los Estados Unidos, y se marchó en la Universidad de Illinois doctorándose con la tesis “España en la poesía americana”. Luego otras universidades de EE.UU. la acogen: Tulane, California, Yale, Indiana, Boston… Allí imparte clases de Literatura Española (como lo hicieron Pedro Salinas o Jorge Guillén), al igual que en otras universidades norteamericanas. Regresa definitivamente a España treinta años más tarde, en 1977.

Concha Zardoya en Valencia durante la guerra civil

En la biografía de Concha hay merecidos galardones como el accésit del Premio Adonais por «Dominio del llanto», la Primera Mención Honorífica del Premio Catá de Cuentos en La Habana, el Premio Boscán por «Debajo de la luz», el Fémina por «El corazón y la sombra», el Café Marfil por «Ritos, cifras y evasiones», el Ópera Óptima por «Manhattan y otras latitudes» o el Prometeo de la Poesía por «Altamor». Su obra en el campo de las letras abarca desde la traducción (de Walt Whitman o Charles Morgan), la biografía (Miguel Hernández), la crítica literaria (Historia de la Literatura Norteamericana o Poesía española del siglo XX) y el «cuento»: bajo el seudónimo de Concha de Salamanca escribió «Cuentos del antiguo Nilo», «Historias y leyendas españolas» e «Historias y leyendas de Ultramar».

Pionera junto a Juan Guerrero Zamora de la biografía de Miguel Hernández, tuvo gran amistad con Josefina Manresa, que le facilitó cartas y otros documentos. La versión hernandiana de Concha Zardoya es la que le facilitó Josefina y por ello, es la versión interesada de ésta. Sobre la vida del poeta, menciona la importancia que tienen el campo y la naturaleza en la adolescencia de Miguel. También explica que ignora la manera en la que en Madrid se ponen en contacto Miguel Hernández y Concha de Albornoz (p. 14). Sobre ese primer viaje a la capital se dicen vaguedades y no se data dicha permanencia, aunque sí la considera positiva en el fondo. Algunos críticos como Villa Pastur criticarán algún aspecto puntual más concreto, como el olvido del asesinato del padre de Josefina, que fue en Elda y no en Elche.

Los datos que maneja Zardoya, provienen de amigos oriolanos (no quiso responde a una carta de Ramón Pérez Álvarez, que le ofrecía su amistad incondicional. La crítica no comenta la versión «Imagen de tu huella» (descubierta por Guerrero) y se refiere a las Misiones Pedagógicas (p. 27) a destiempo, fechando además de manera errónea la intervención hernandiana en éstas en el año 1936. Por el contrario, sí hay más datos y presenta más minuciosidad en su edición (no pueden compararse las condiciones de editar en España, como Guerrero, o fuera). Recoge toda la leyenda existente sobre Neruda y la liberación de Miguel Hernández y la relación con el Encargado de Negocios de Chile, Carlos Morla Lynch. Lo publica en el apartado de notas (notas 188 y 189, p. 40) aportando los textos íntegros del poeta chileno.

En el capítulo sobre su «Obra», la autora habla del legendario cuaderno a rayas (p. 49) con poemas de la adolescencia. Explica cómo los clásicos españoles le llevaron a conocer a los greco-latinos. En este apartado hay que destacar la seriedad y la metodología que sigue Zardoya en los análisis estilísticos, que a pesar de estar superados por el tiempo siguen conservando su valía. Sobre su obra, menciona primero «Perito en lunas», que será «una victoria sobre sí mismo» (p. 51), una aspiración de la cultura. Este apartado fue criticado por estudiosos como Cirre, que destacan que no mencionase una posible influencia de Gerardo Diego a la hora de realizar «Perito en lunas». De cada obra y etapa poética va a revisar las influencias, dedicatorias, temática, estructura y forma, técnica metafórica, cromatismo, paralelismos, y correlaciones. Después los puntos analizados, serán: «Primeros poemas sueltos» (tras «Perito en lunas»), El silbo vulnerado (1934), El rayo que no cesa (1936), Poemas sueltos (1935-36), Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (1939), Cancionero y romancero de ausencias (1938- 41) y «Poemas últimos».

Al hablar del «Teatro» hernandiano, Zardoya no entiende, o por lo menos no comparte, la opinión despectiva de la crítica. Para ella, la poesía posee un hondo sentido dramático del que a veces el teatro es un desarrollo. Para ella, su mayor aportación teatral fue el sentido de lo terruñero, aunque hay que hacer constar su falta de conocimientos técnicos más precisos. El auto sacramental, El torero más valiente, Teatro en la guerra y la noticia de Los hijos de la piedra y Pastor de la muerte (teatro inédito estas dos piezas, que no estudia Zardoya pero sí las conoce), completan la visión panorámica del ensayo.

Las fotografías, facsímiles, una bibliografía primaria completa y otra secundaria que recoge los estudios publicados en América, así como poesías dedicadas y un apartado reservado a la iconografía, hacen de la bibliografía la más completa de las publicadas hasta 1960, fecha de edición de las Obras Completas, cuya bibliografía deriva de la presente. El siguiente homenaje lo dispensó la poetisa con el artículo «El mundo poético de Miguel Hernández», aparecido en Ínsula. De “Viento del pueblo” Zardoya defiende que en él, Miguel Hernández «se encuentra a sí mismo. Olvida resonancias clásicas y escribe una poesía directa». Cuatro años después, en 1980, aprovecha la reseña al libro “Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández”, publicada por Ediciones de la Torre, para continuar con su homenaje. Esta reseña se publicaría en el número 407 de Ínsula, de octubre de 1980, (pp. 4-5). El primero, va dedicado a los niños, y se tituló «Miguel Hernández y los niños», apareciendo en el diario ABC el 1 de abril de 1979 en sus páginas 10-13. Lea aquí el artículo completo.

 

 

 

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