David Felipe Arranz ©Sara Ropero

LIDIA GARCIA. Si en la primera parte el periodismo ocupaba el mayor interés, en esta segunda entrega de la entrevista con el periodista, escritor y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, David Felipe Arranz, se aborda su libro «España sin resolver. Crónicas de la postransición» (Pigmalión, 2021) con su reflexión sobre una pregunta: ¿Podrían los partidos locales o vecinales con políticos de distrito acabar con la hegemonía del bipartidismo o eso es una quimera? -Así lo creo, aunque la democracia estadounidense, que está más cerca de este sistema con los “caucus” y las elecciones primarias, sigue votando a los demócratas y a los republicanos: hay inercias difíciles de sortear, como las españolas de conservadores y progresistas, si bien lo ideal es una armonía de ambas sensibilidades. Son sus extremos los que deterioran la convivencia y hace que los españoles parezca que estamos prestos a desenvainar la espada contra el vecino, como decía Machado. Y, por supuesto, la transacción y compraventa con los separatistas periféricos, que viene de lejos.


Lidia García

¿Existen antecedentes del movimiento vecinal en España? –Hay un libro precioso de Emiliano González Díez, «El régimen foral vallisoletano» (1986), que muestra como en la vecindad descansa el origen de la democracia, como sucedía con el acervo medieval aquilatado en lo local, en la proximidad consuetudinaria e incluso oral de los núcleos de población. La «Carta Puebla» proporcionaba al vecino igualdad y protección jurídica y acceso a magistraturas municipales, respeto y libertad de bienes, tanto a los caballeros como a los villanos pecheros, siendo el Antiguo Régimen. Y aquí, en la España bizarra, ya nos hemos dividido en casta parasitaria –cada vez más numerosa– y clase media depauperada extorsionada por la primera, que es extractiva amparada en la “legalidad” de los impuestos. Luego está el proceso de celeridad de la tecnología, que se ha asociado con los tahúres del gran dinero, que entra en la sociedad sin resistencia por el amansamiento del personal, que deja que piensen otros, como decía el gran Paul Lazarsfeld.


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¿Podría acabar la transversalidad con las ideologías del siglo XX que siguen pesando demasiado en el siglo XXI? –Más que lo transversal, lo práctico. El españolito de a pie quiere una vida digna, y esta gente no resuelve sus problemas, salvo el de sus propias finanzas. El salario de un diputado es más de 70.000 euros brutos anuales, retribución que puede aumentar dependiendo de los cargos que desempeñen. Son yonquis de las arcas públicas, de la gallofa de oro del escaño, del desastre económico, que se compadrean con la banca: el maridaje de la cleptocracia a la ibérica. La ideología de esta gente es la del dinero y el Hemiciclo es la ruleta de Las Vegas: lo demás es literatura, Manuel Azaña y Dolores Ibárruri, invocados y evocados cuando les conviene, pero jamás leídos, porque desasnar al político profesional es muy difícil. Para eso contratan a su pléyade de negros a los que pagan generosamente con dinero público. Luego, cuando se han enriquecido, montan el chiringuito, el despacho, la oficina de influencia, el negocio y publican su librito en Planeta o similar.

Paul Lazarsfeld: un intelectual que aboga por el pensamiento propio

¿Les falta cultura? –Preguntar a nuestros políticos por las ideologías del siglo XX, el liberalismo, el conservadurismo y el socialismo, es un ejercicio de melancolía. Recordemos, por ejemplo, que en mi Universidad, Pablo Iglesias y Albert Rivera no atinaron al citar la «Crítica de la razón pura» de Kant en un debate con Carlos Alsina en noviembre de 2015: nuestros alumnos los pusieron contra las cuerdas. Este es el nivel. Tierno Galván fue el precursor intelectual y político de la democracia española, como dice Raúl Morodo en su libro: «¿Pero, después de Tierno, qué?». Eso sí, cita como precursores a Montesquieu, Diderot, Rousseau, Costa, Azaña, Ortega, Salvador de Madariaga e incluso Pessoa. Y le voy a mencionar tres transversalidades a las que esta gente de ahora desatiende, como se ha visto en la pandemia: la educación, la cultura y la sostenibilidad –no de boquilla, por supuesto–. Próximo capítulo: Decadencia económica y puertas giratorias.

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