
«En esa larguísima supervivencia he visto cómo los tranvías españoles derivaban hacia la desaparición. Sí, ya sé que hay excepciones, Valencia, Barcelona, no demasiado funcionales y échale hilo a la cometa de la cierta timidez ecológica. Los últimos “de verdad” que recuerdo: Vigo y Zaragoza. Las fotos tranviarías que aquí reproduzco son de Olomouc, capital que fuera de Moravia, (República Checa)»
VICENTE ARAGUAS. (27 de julio de 2025). El porqué de los tranvías. Tuve una infancia feliz –¡ay de los que le amarguen la vida a un niño!– y, definitivamente, tranviaria. Aquel tranvía, el número dos, que llevaba del Muelle de Ferrol (el Mar en Ferrol siempre en mayúscula) a Neda. El número 2, heredado por el autobús que, desde 1962, hace idéntico recorrido. Ya no es lo mismo, claro. Lo curioso es que en hora punta viene a tardar lo mismo.Y se llevó por delante la calma, el fluir silencioso, salvo la tos quejumbrosa del hierro al subir la cuesta de Xuvia, la elegancia cuadrada de aquellos tranvías y, sobre todo, la dulzura de sus campanillas al enfrentarse a cualquier obstáculo o, simplemente, anunciando paradas. ¡Ah los tranvías! Con aquel de Ferrol-Neda se llevaron mi infancia. Luego, ya se sabe, a sobrevivir. “Cuando se es niño se vive, después se sobrevive”. Lo dijo el poeta Leopoldo María Panero y apuntaba con pericia. Y en esa larguísima supervivencia he visto cómo los tranvías españoles derivaban hacia la desaparición.
«SIGO AMANDO LOS TRANVÍAS, Y AQUELLOS PAÍSES DONDE EJERCEN COMO TALES, MUY POR ENCIMA DE LOS AUTOBUSES URBANOS». Sí, ya sé que hay excepciones, Valencia, Barcelona, no demasiado funcionales y échale hilo a la cometa de la cierta timidez ecológica. Los últimos “de verdad” que recuerdo: Vigo y Zaragoza. Con ellos aquellas “campaniñas timbradoras” de Rosalía de Castro, viajera seguramente en algún tranvía de caballos madrileño. Semejante al del último viaje de su amigo Bécquer, de Sol a Claudio Coello, desprovisto de abrigo, en la imperial del vehículo por carecer de fondos para ir en el anterior, dijo quien lo supo. Y porque sigo amando los tranvías, y aquellos países donde ejercen como tales, muy por encima de los autobuses urbanos, me agrada tanto hallarme en su proximidad, al menos en algunos momentos anuales. Cuando me detengo y cumplo con mis preceptos de obligado cumplimiento. Así, el visitar Moravia (República Checa) unas cuantas veces al año. Me muevo por ella con la alegría natural de quien disfruta los lugares discretos, en la expresión, naturales, en la manera, cultos en lo tocante al fondo, y sumamente musicales en lo referido a la forma. Y, por supuesto, con tranvías como medio de transporte. En Olomouc, capital que fuera de Moravia, ahora lo es Brno (pronúncíese “Berno”), cuna de la madre de Alfonso XIII, Maria Cristina de Habsburgo-Lorena. Olomouc: ciudad entre medieval y barroca, sesgada por el Río Moravia, que da nombre a la región y toma su nombre de Julio César, aquel gran peregrino bélico que por aquí también anduvo. Olomouc: Julius Mons. El monte de Julio, por lo tanto. Y si no es cierto, es hermoso.
PERO NO CABE DUDA DE QUE POR AQUÍ ANDUVO MOZART, 1767, once añitos, huyendo de la epidemia de viruela que asolaba Viena. En Olomouc el pequeño Mozart compuso gran parte de su Sexta Sinfonía. Y en Olomouc vivió, 1883, el gran Gustav Mahler, origen checo, por más que entonces lo que hoy es la República Checa estuviese como es sabido, en los brazos austro-húngaros. Y muy probablemente esa elegancia innata que aquí se deja ver, ese instinto tan sumamente discreto, ese no entrar en la vida de nadie si no hay una aceptación plena por parte del invadido, viene de cuando Viena, no demasiado lejos de Olomouc, por cierto, instruía.
Y NO HACE FALTA RECORDAR EL ESPLENDOR VIENÉS EN EL TIEMPO DE LOS TRANVÍAS. Ese fluir fluvial, al modo del Moldava, que sigue dando un toque de seda a las calles y las espléndidas avenidas de Olomouc. Viendo las fotos tranviarías que aquí reproduzco, mi amigo, el escritor y profesor ponferradino, Eduardo Fra decía: “Todo tan limpio, tan impecable, que parece un cuento de maldades”. Y yo le respondí: “Y solitario”. Definitivo. Como el auge tranviario de Centroeuropa. Sí.
Interesante artículo, Sr. Araguas. La frase de Leopoldo Maria Panero me ha traído a la memoria otra no menos interesante de Rilke, cuando dijo que «La verdadera patria del hombre es la infancia». Bonita ¿verdad?
Gracias, Don Ángel. Rilke: nacido en lo que hoy es territorio checo y entonces Imperio Austro-Húngaro. Escribía en alemàn.
Gracias Sr Araguás, por recordarnos que el tranvía fue un gran acierto como modelo de transporte en las ciudades, así como fue igualmente un craso error destruir los miles de kilómetros de raíles insertados en las vías urbanas, cuál arterias en el cuerpo humano.
Hoy día, gracias al Metro, circulando principalmente por el subsuelo urbano, se han conseguido superar en eficacia los tiempos de transporte, conectando en modo de telaraña el tejido urbano, incluso poblaciones limítrofes de la periferia.
Por superficie, gracias a los recientes autobuses eléctricos, se está consiguiendo mitigar esa fuerte contaminación causada por los hidrocarburos, que tantos problemas respiratorios nos trajo, así como las recientes normativas salvaguardando el centro de las ciudades de ese tráfico feroz de superficie, que iba increscendo limitando el espacio de los peatones, como verdaderos actores de la vida urbana.
Buen análisis, Don Félix. Muchas gracias.