Los cardenales caminan en procesión hacia la Capilla Sixtina en el Vaticano al comienzo del cónclave, el 18 de abril de 2005. © Journal du Vatican L’Osservatore Romano, AP

MIGUEL SANCHIZ. La elección del Papa desde Majadahonda, una mirada a un acontecimiento mundial. La elección de un Papa es uno de los rituales más solemnes y cargados de historia de la Iglesia Católica. Cada cónclave no solo decide quién ocupará la Cátedra de San Pedro, sino que también refleja siglos de tradición, fe y responsabilidad universal. En estos días, en que los cardenales se reúnen para discernir la voluntad divina, conviene recordar el origen de esta ceremonia y algunos episodios que han dejado una huella curiosa en la historia. En los primeros siglos del cristianismo, la elección del Obispo de Roma —nombre formal del Papa— era una cuestión de consenso entre el clero y los fieles de la ciudad. La participación del pueblo era directa: aclamaban al candidato que consideraban más digno. Sin embargo, con el tiempo y ante la creciente importancia política y espiritual del cargo, la necesidad de regular el proceso se hizo evidente. Fue en 1059, bajo el Papa Nicolás II, cuando se estableció que solo los cardenales tendrían derecho a elegir al nuevo pontífice. A lo largo de los siglos, este derecho se fue refinando. El término «cónclave» —del latín cum clave, «bajo llave»— surgió precisamente de la necesidad de aislar a los cardenales para evitar presiones externas. La práctica se formalizó tras el interminable cónclave de Viterbo (1268-1271), que duró casi 3 años. Cansados de esperar, los vecinos de la ciudad encerraron a los cardenales y, según la leyenda, incluso les redujeron el suministro de alimentos hasta forzar una decisión.

Miguel Sanchiz (Majadahonda) narra las elecciones históricas de Papas más controvertidas y que están rodeadas de un proceso enormemente secreto casi equivalente al de confesión

MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA Y LA TRADICIÓN, LA ELECCIÓN DE UN PAPA ES UN ACTO DE PROFUNDA ESPIRITUALIDAD. Para los católicos, el pontífice es el sucesor de Pedro, a quien Cristo confió la guía de su Iglesia. Cada cardenal, al depositar su voto en la urna, pronuncia las palabras: «Testor Christum Dominum, qui me iudicaturus est…» («Pongo como testigo a Cristo Señor, que me ha de juzgar…»), recordando que su responsabilidad es ante Dios, no ante intereses humanos. La famosa fumata que emerge de la chimenea de la Capilla Sixtina —negra si no hay elección, blanca si sí— se ha convertido en símbolo de esperanza para millones de fieles que siguen el proceso con emoción. Entre las muchas curiosidades históricas, destaca la existencia de la sedia stercoraria, una silla de mármol o madera con un agujero en el centro. Durante la Edad Media, el Papa elegido debía sentarse en ella para confirmar que era varón, en un gesto que, según algunas crónicas, buscaba evitar que se repitiera el escándalo de la mítica —aunque probablemente apócrifa— Papisa Juana. El diácono encargado de la inspección, tras realizar la comprobación, exclamaba solemnemente: «Testiculos habet et bene pendentes!» («Tiene testículos y cuelgan bien»). El rito, de haber existido en realidad, era breve y simbólico, y terminó desapareciendo siglos atrás. Hoy, aquella silla se conserva como una reliquia histórica, más asociada a la leyenda que a la liturgia.

LA HISTORIA DE LOS CÓNCLAVES ESTÁ SALPICADA DE EPISODIOS MEMORABLES. En 1378, cuando los cardenales eligieron al Papa Urbano VI, la presión del pueblo romano fue tal que algunos purpurados, temiendo un motín, decidieron nombrar apresuradamente a un italiano para calmar los ánimos. En 1903, el cardenal Jan Puzyna, obedeciendo al emperador austrohúngaro, intentó vetar al cardenal Rampolla, favorito en el cónclave. Aunque el veto no fue aceptado formalmente, influyó en la elección de Pío X. A raíz de este episodio, el Papa prohibió cualquier intervención secular en futuras elecciones. Más recientemente, en el cónclave de 1978, al surgir el nombre de un cardenal polaco relativamente desconocido —Karol Wojtyła—, varios cardenales preguntaron en voz baja: «¿Quién es ese?». Juan Pablo II resultaría ser uno de los Papas más trascendentales de la historia contemporánea. También hubo cónclaves marcados por la brevedad. En 1939, tras la muerte de Pío XI, la elección de Pío XII fue tan rápida que algunos cardenales bromeaban diciendo que apenas habían tenido tiempo de deshacer las maletas. En cambio, en 1978, la elección de Juan Pablo I, conocido como «el Papa de la sonrisa», terminó en tragedia: su pontificado duró solo 33 días, dejando al mundo conmocionado.

HOY, CADA CÓNCLAVE ES TAMBIÉN UN REFLEJO DE LOS RETOS Y ESPERANZAS DE LA IGLESIA EN EL MOMENTO PRESENTE. Los cardenales no solo buscan un líder espiritual, sino un guía capaz de dialogar con el mundo contemporáneo, de tender puentes, de revitalizar la fe. Mientras la Capilla Sixtina se convierte de nuevo en el escenario del misterio y la esperanza, los católicos del mundo aguardan la aparición de la fumata blanca y la proclamación del Habemus Papam. Porque, en el fondo, cada elección papal es mucho más que una decisión humana: es, para la fe cristiana, una manifestación del Espíritu Santo en acción.