
Mientras los humanos debatimos sobre modelos de gobierno, utopías y revoluciones, las abejas llevan milenios funcionando sin necesidad de gobernantes, ejércitos ni constituciones.¿Dónde reside el secreto de su armonía? Contrario a lo que sugiere su título, la reina abeja no gobierna. Su única misión es la de perpetuar la especie: poner huevos, hasta 2.000 por día, sin tomar decisión alguna sobre el destino de la colmena.
MIGUEL SANCHIZ. (5 de julio de 2025). Atlas de la geografía humana. La colmena y el hombre: el enigma de una sociedad sin gobierno. Hay en los campos, colgando de árboles huecos o escondida en rincones del mundo, una estructura viva que desconcierta y fascina: la colmena. Una sociedad sin leyes, sin jueces, sin jerarquías deliberadas, pero de una eficacia apabullante. Mientras los humanos debatimos sobre modelos de gobierno, utopías y revoluciones, las abejas llevan milenios funcionando sin necesidad de gobernantes, ejércitos ni constituciones.¿Dónde reside el secreto de su armonía? Contrario a lo que sugiere su título, la reina abeja no gobierna. Su única misión es la de perpetuar la especie: poner huevos, hasta 2.000 por día, sin tomar decisión alguna sobre el destino de la colmena. No impone mandatos, no reparte tareas. Vive inmóvil y alimentada por otras, en la penumbra tibia del núcleo. Su reinado es biológico, no político. Esta prodigiosa fecundidad puede mantenerse hasta 5 años, tiempo durante el cual la reina genera la totalidad de las generaciones obreras y zánganos que sostendrán la vida de la colmena. Pero el funcionamiento real recae, casi en su totalidad, sobre las obreras.
LAS ABEJAS OBRERAS SON ESTÉRILES Y EFÍMERAS. Viven unas pocas semanas en verano. Nacen sabiendo qué hacer: unas limpian celdas, otras recogen néctar, ventilan el panal, alimentan larvas o defienden el nido. Su sociedad no les ha sido impuesta: la llevan inscrita en la sangre. No existe entre ellas una voz de mando. No hay elecciones, ni castas, ni privilegios. Cada una cumple su función con una eficiencia que parecería robótica si no fuera tan asombrosamente orgánica. Y sin embargo, no hay un solo gen que dicte el comportamiento colectivo. No hay un “plan maestro” que se imponga desde fuera. Entonces, ¿cómo es posible esta organización perfecta?

«Viven unas pocas semanas en verano. Nacen sabiendo qué hacer: unas limpian celdas, otras recogen néctar, ventilan el panal, alimentan larvas o defienden el nido».
EL MILAGRO DE LA COLMENA SE EXPLICA POR UN PRINCIPIO QUE LA CIENCIA HA EMPEZADO A COMPRENDER APENAS EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS: LA INTELIGENCIA COLECTIVA EMERGENTE. Cada abeja responde a estímulos locales: olores, feromonas, señales táctiles. No saben qué hacen las demás, pero su pequeña acción contribuye al equilibrio global. Miles de decisiones minúsculas, ejecutadas sin conciencia del todo, terminan construyendo una maquinaria social de una precisión exquisita. Como una sinfonía sin director, donde cada instrumento toca desde el instinto, pero la melodía emerge con una claridad absoluta. La colmena no necesita leyes: tiene armonía. No tiene líderes: tiene propósito. No tiene propiedad: tiene misión. ¿Y el hombre? La pregunta inevitable es esta:

«Su sociedad no les ha sido impuesta: la llevan inscrita en la sangre. No existe entre ellas una voz de mando. No hay elecciones, ni castas, ni privilegios».
¿PODRÍAMOS LOS HUMANOS VIVIR COMO LAS ABEJAS? La historia parece decir que no. La complejidad del ser humano —su libertad, su conciencia, su memoria, su ambición— lo hace incompatible con un modelo sin normas ni gobierno. El hombre no nace con un código social inscrito, sino con la necesidad de construirlo, negociarlo, repensarlo. La colmena no evoluciona. Nosotros sí. El ser humano no es una abeja: es una paradoja. Puede traicionar, mentir, destruir… pero también puede crear, imaginar, trascender. Y esa libertad, que impide replicar la exactitud social de la colmena, es al mismo tiempo su mayor esperanza. Una sociedad humana sin gobernantes ni leyes sería, en teoría, posible si cada individuo actuara, como la abeja, con altruismo instintivo, con obediencia natural al bien común. Pero la conciencia humana no obedece sin preguntar. Y ahí reside tanto su tragedia como su grandeza.

«Cada una cumple su función con una eficiencia que parecería robótica si no fuera tan asombrosamente orgánica»
EL INTENTO DE IGUALAR AL HOMBRE CON LA ABEJA ES TENTADOR PERO INGENUO. La colmena es perfecta porque ignora el conflicto interior. El hombre, en cambio, nace dividido, y su camino es el de la reconciliación con sus semejantes y consigo mismo. No podemos copiar la colmena, pero sí aprender de ella. La colmena nos enseña que el orden no necesita de poder, sino de propósito compartido. Nos recuerda que el bienestar colectivo no surge del control, sino de la cooperación. Que no hay progreso sin trabajo silencioso, sin entrega invisible, sin vocación de armonía. Tal vez nunca seremos colmena. Pero si logramos despertar en cada uno de nosotros un compromiso honesto con el bien común —no impuesto, sino elegido—, habremos dado el primer paso hacia una sociedad más justa, más solidaria, más humana. Porque en el fondo, lo que hace volar a las abejas no son las alas, sino el sentido de pertenecer a algo más grande que ellas mismas. Y eso, también, está en nosotros.
Fantástico como viven las abejas, un reportaje muy interesante
Los humanos no podemos hace lo que hacen las abejas, sencillamente, y bajo mi punto de vista, es porque tenemos una paro atroz que nos lleva, por pensantes, a hacer lo que no se debiera. Ellas están trabajando y buscando de flor en flor su trabajo y nosotros cuando estamos en el paro buscamos el fastidiar al otro, liarnos, pegarnos, insultarnos, robar para no dar ni golpe, todo menos trabajar.
El entorno de la colmena es, en sí, un sistema de gestión y gobierno, un intruso es un enemigo, que gran diferencia, nos sentimos cómodos conviviendo con enemigos 😡
Ahora leo en un diario que un okupa se ha metido en un garaje de un edificio y en una plaza ha plantado una cama, nevera y no se qué. Esto nos diferencia enormemente de las abejas, con otras miles de cosas, como es natural.
Como las abejas no pero si como ovejas en el redil del ayuntamiento
Beeeee beeee
Quizas los concejales querrian vestirse de abejas?
Gracias Miguel, como siempre muy interesante tu artículo. El libre albedrío es maravilloso, pero tiene, como todo, su lado oscuro… ¡que se lo digan a los zánganos! cuando la reina vuelve a la colmena después de ser fecundada…