Una reflexión sobre Cervantes y Majadahonda

Una reflexión sobre Cervantes y Majadahonda

VICTORIANO COLODRÓN. «Prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda». Así le dice en una ocasión don Quijote a Sancho Panza, y el episodio tiene su miga, sobre todo para quienes, siendo aficionados a las cosas de la lengua, vivimos en Majadahonda y pensamos que esta ciudad española debería hermanarse con la villa colombiana de Tunja. Me explico. Segunda parte del Quijote, capítulo diecinueve. El ingenioso caballero reprueba una vez más a Sancho Panza por su forma de hablar: «Fiscal has de decir […]; que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda». A lo que Sancho se defiende y le pide a su señor que no le riña, «pues sabe que no me he criado en la corte», le dice, «ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos». Y agrega: «Sí, que ¡válgame Dios! No hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido». Lo de Majadahonda viene ahora. Cuando tercia en la conversación, para apoyar a Sancho, uno de los estudiantes que caballero y escudero acaban de encontrar en el camino: «Así es», confirma, «porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos». Y concluye: «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda…».

Victoriano Colodrón

Victoriano Colodrón

¡Vaya por Dios! La única mención de mi pueblo en el Quijote, y tenía que ser como referencia indiscutible del mal hablar… Ya podía haber citado otro sitio el estudiante de Salamanca en su fina lección sociolingüística: por lo que toca al lenguaje, viene a decirnos en ella, es tal la fuerza de la discreción (o sea, en aquella época, de la inteligencia, la sensatez, la agudeza), que puede incluso compensar el haber nacido en Majadahonda… Ahora bien, en asuntos de lengua Majadahonda ya no es la que era. Hoy Cervantes no podría escribir su nombre como ejemplo de lugar en el que se habla un español ordinario, tosco o inculto. ¿Por qué? Antes de explicarlo, quizá venga bien una mínima presentación. Hablamos de una ciudad pequeña, de cincuenta o sesenta mil habitantes, situada a unos veinte kilómetros al oeste de Madrid, en dirección a la sierra de Guadarrama. Uno de los municipios madrileños más ricos, rodeado de otros pueblos acomodados (Pozuelo, Las Rozas…), en una zona conocida en la región por su alto nivel de vida. Una zona residencial, con chalés, casas adosadas y urbanizaciones privadas con piscina y pista de tenis o pádel…, y que en los últimos años ha sufrido -está sufriendo- un crecimiento urbanístico brutal, con al menos dos consecuencias evidentes: un espectacular aumento de la población, doblada casi en un lustro, y la pérdida del poco carácter, de la autenticidad que alguna vez tuvieran estas poblaciones.

¿Por qué digo que Majadahonda, en punto a las cosas de la lengua, del español que en ella se habla, ya no es la de antes? Primero, porque hace mucho tiempo que dejó de ser el villorrio campesino y ganadero que durante largos siglos fue, y no se dedica ya a la labranza de campos o el cultivo de huertas, ni al cuidado de vacadas, cabriadas y borregadas. Entre los cada vez más escasos vestigios de su pasado rústico, destaca, por cierto, el precioso topónimo que le da nombre, y que para muchos madrileños tal vez evoque una imagen de dinero, de vida burguesa y bien acomodada, sin reparar en que alude a una actividad pastoril por otra parte ya casi desaparecida. (Hay todavía un pastor fantasma que a veces, en medio de la niebla o al final de algunas tardes de verano, cuando amenaza tormenta, pasea a sus rebaños por los descampados y los caminos majariegos que aún no están en construcción…). Y es cierto que sobreviven en esta ciudad, sobre todo en boca de los viejos, restos de un castellano popular, de resabio rústico, poco tamizado por el contacto con la escuela o los libros, pero se encuentra en franco retroceso, cada vez más arrinconado, menos presente en las calles. Sin embargo, no es esta la principal razón en la que me baso para afirmar que Majadahonda ha cambiado mucho en cuestiones de lenguaje. Tampoco lo es, aunque tenga su importancia a ese respecto, el fenómeno del español pijo, peculiar expresión lingüística de una determinada situación social, propia de ciertos jóvenes de padres adinerados (más o menos), y que algunos considerarían característica de esta ciudad. Una variedad de la lengua tal vez más aparatosa, más fácilmente reconocible, que realmente extendida por aquí. Pero es que salta al oído enseguida, con sus eses de los plurales bien marcadas y afiladas, las vocales que se hacen más largas o más nasales de lo debido, el relajamiento displicente al pronunciar ciertas consonantes o, en general, el amaneramiento impreso en cada palabra y en la entonación. Una jerga cuyos hablantes deben de considerar muestra inequívoca de distinción y refinamiento, y que a todos los demás nos suena engolada, afectada y ridícula, irremediablemente estúpida.

En Majadahonda, con acento colombiano

Si sostengo, en fin, que desde un punto de vista lingüístico Majadahonda ya no es la que era en tiempos del Quijote, no se debe a la casi total desaparición del español rústico o a la quizá superficial floración del español pijo, sino al deslumbrante triunfo en sus calles del español americano, de los españoles de América. ¡En Majadahonda se oye hablar cada vez más con acento peruano, argentino, ecuatoriano, dominicano, pero sobre todo colombiano! Como sucede en otras muchas ciudades y pueblos de España, los inmigrantes latinoamericanos han hecho aquí realidad esa vieja y hermosa idea del español como lengua de ida y vuelta, muy llevada y traída y vuelta a llevar y a traer, siempre de camino para algún lado. Así, hay en Majadahonda una continua, una densa producción verbal en español americano, que se concentra de manera particular en algunos barrios y en ciertos bares; en torno a los teléfonos públicos, sobre todo por la tarde, cuando los de la otra orilla ya están despiertos; o a lo largo de nuestra Gran Vía, peatonal desde hace unos años, por la que es un placer pasear entre matices y tonalidades de moreno procedentes de la América Morena, como la llamaba Fernando Quiñones. Pero donde esa intensa producción verbal con distintos acentos hispanos alcanza su mayor condensación tal vea sea en los ciberlocutorios que han proliferado en algunas calles del centro. Yo visito a veces algunos de ellos para navegar por Internet. Hay uno, el Águila Dorada, que además de teléfonos y ordenadores, tiene tienda de alimentación: un «supermercado latino» que se anuncia como «rinconcito de América» y donde se pueden encontrar yuca, panela, pan de bono, papa criolla… Hace unos días, comprando allí arepas y frijoles, trabé conversación con la tendera, una risueña y muy amable señora colombiana:

– Me han contado que en Tunja es donde se habla el mejor castellano de Colombia -le dije.- ¿Lo había oído usted antes?

– Umm…, sí…, puede ser -respondió-. Pero, brrrrr…, qué frío hace en Tunja, es ciudad de páramo…

No la vi muy convencida. «¿Qué sitio de Colombia tiene fama de ser donde mejor se habla?», insistí, «¿tal vez Bogotá?», y ella pareció dudar: «No sé, quizá en el valle del Cauca…». Y tras unos segundos de silenció, aseguró, suave pero categórica, embromándome y a la vez hablando en serio:

– Eso sí, donde se habla mal el español es aquí. Lo de allí no tiene nada que ver, es otra cosa, más armoniosa, más dulce… Aquí, qué cantidad de expresiones y palabras feas -añadió la señora, arrugando la nariz y exagerando el gesto-. Y ese acento, esa forma de pronunciar, tan dura…

Pero no se refería a Majadahonda, sino a España en general. Y yo creo que no le faltaba razón, aunque también pienso que el español de mi ciudad ha mejorado de manera sustancial gracias a la infiltración del hermoso y limpio acento colombiano; de la dulzura, la precisión y la fluidez del habla argentina; del discurso claro y biensonante de los peruanos… «Cada vez que viajo a América aprendo mucho español», ha dicho más de una vez Álex Grijelmo. Ahora, los que vivimos en Majadahonda, como en otras muchas ciudades del país, no hace falta que viajemos a América para conocer más y mejor esta lengua. A poco que, paseando por nuestra muy ventilada Gran Vía, agucemos el oído -o simplemente lo abramos-, los distintos españoles del lado de allá nos regalarán cadencias y modulaciones distintas de una música compartida, y con ellas el sonido auténtico del idioma común, que es el de una polifonía… estereofónica. Y así es como creo yo que viene a redimirse esta ciudad de la mala fama lingüística implícita en el pasaje del Quijote. «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro» -podría decir hoy, ¿por qué no?, el estudiante salmantino- «está en los discretos ciudadanos, especialmente en los que, llegados de las Indias, han venido a parar a Majadahonda».

Fuente:

Cuaderno de Lengua – Victoriano Colodrón Denis

Majadahonda Magazin