MAYTE SPÍNOLA* Extracto del libro «»Vivencias. Lo que aprendí de mis amigos», de reciente publicación (2021). Antonio María ha sido alguien muy singular y eso lo sabe todo el país, desde su secuestro por terroristas de GRAPO en los años 70. Sus cartas eran impresionantes, llenas de serenidad y esperanza, eran tan fuera de lo común, que hasta sus propios secuestradores estaban sorprendidos de su gran personalidad. Más tarde, a una niña, hija de una secuestradora, le dejó un dinero para pagar sus estudios. Fue ministro de Justicia de Franco y presidente del Consejo de Estado con el Rey Juan Carlos. Tuve una gran sintonía con él y venía a veces a hablar conmigo en nuestra casa de La Escorzonera en El Plantío, ya que éramos casi vecinos. Cuando lo secuestraron, Carmen, mi hermana, no conocía todavía a su hijo Luis Javier, quien sería su futuro marido; se conocieron después en la casa de los duques de Granada en La Escorzonera, jugando al mus. Estando yo en Sierra Nevada con su hija María de Oriol, íntima amiga de Pilarita Bohórquez, marquesa de las Palmas, en pleno secuestro de Antonio María, dije: -Vamos a invocar a san Antonio y que pague la familia Oriol un millón de pesetas al Carmelo por su libertad.
Esto era a primeros de febrero de 1977 y al poco tiempo fue cuando le liberaron. Yo comencé a perseguir a Pilarita para que recordara a María Oriol que tenía que pagar el millón de pesetas a las carmelitas y se excusaba diciéndome que, cómo iba a hacer ella una cosa así. Cuando mi hermana Carmen se casó con Luis Javier de Oriol y al año tuvieron sus primeras hijas, las gemelas Rocío y Carmen, estuve con Elisa Simón Zurita, buena amiga de mi hermana y mía, que me compró un cuadro grande en un millón de pesetas, gran cifra para el momento. Llamé de inmediato a Pilarita y a Antonio María de Oriol y les invité a tomar café en casa. Le conté a Antonio María mi promesa a san Antonio y le dije que mi testigo era Pilarita. Le entregué el millón de pesetas para el Carmelo, pero Antonio Oriol se echó a reír: -Esa promesa no tiene validez –dijo–, no se puede prometer en nombre de otra persona.
Al insistirle yo, aceptó la cantidad y la entregó al Carmelo. Me dio las gracias por ese gesto de cariño hacia él. Mi promesa indirecta quedó cumplida. Antonio María me demostró toda su vida un gran cariño, así como a mi hermana Carmen. Adoraba a sus cinco nietos. Una persona maravillosa. Creyente, mariana y rociera: Al haber sido la hija mayor, he hecho un poco de madrecita de mis hermanos, sobre todo cuando mis padres se separaron o cuando mi madre sufrió un cáncer. Seguro que si mis hermanos hubieran ocupado ese primer lugar, lo hubieran hecho mejor que yo, pero todos, los tres, han demostrado en el tiempo su generosidad y su gran capacidad de trabajo. Estamos muy unidos. Hemos pasado momentos difíciles pero, gracias a Dios, los hemos superado. En estas Vivencias, sólo quiero hablar de lo positivo y animar a quien las lea a que sea siempre positivo en la vida. La memoria, la buena memoria, tiene la virtud de recordar sólo lo bueno y olvidar lo malo. Creo que el dolor es una forma de purificación en esta vida. El purgatorio lo pasamos aquí.
Yo creo en Dios como Ser Supremo pleno de energía, nos transmite a su vez su energía creadora. Soy católica, apostólica y romana, porque nací en España y he sido educada en esta fe a la que no renuncio, como otros al nacer en Oriente son budistas o islámicos. He pintado en mis cuadros al Cristo cósmico, como ese Dios que nos da la energía de su gracia y con Él nos fundiremos como parte del todo. A nosotros nos cabe la tarea de ser buenos hombres, buenos administradores de la inteligencia y la riqueza que nos ha proporcionado Dios. Lo demás es todo añadido. Y, como dicen los refraneros del pueblo sabio, hay que pedir salud para poder hacer el bien.