CRESCENCIO BUSTILLO. Hablando de huertos pequeños y huertas grandes, todos producían toda clase de hortalizas. Había los de verano en las márgenes del río que producían los frutos del tiempo, desde el tomate hasta las patatas. Y en los de todo el año, además de estos, el resto de verduras y hortalizas según el tiempo y la estación. Los árboles frutales no eran ni numerosos ni muy variados, únicamente la higuera que proliferaba por todas partes, con buenos ejemplares de higos, en calidad y tamaño, así como variados. La fruta gorda, melón y sandía, se sembraba en abundancia aprovechando los barbechos, que si no daban grandes cantidades al ser de secano, eran en cambio de una excelente calidad por su dulzura. De estos melonares, algunos por ser superiores en superficie merecían su explotación, pero la inmensa mayoría eran parcelas pequeñas, cedidas a los vecinos que las labraban con mimo, con el objeto de tener en el verano algo con que refrescar e invitar a familiares y amigos. Por aquellos tiempos no había vecino del pueblo que no tuviera su trocito de tierra de melonar, cedido por los labradores en sus barbechos. También se sembraban en los huertos melones de regadío, siendo estos de gran tamaño para su explotación.


Mercado de Madrid de principios de siglo

Otra de las partes en importancia de la agricultura era la viña. Había muchas diseminadas por la mayor parte del término municipal. Las variedades también eran muy numerosas, pero entre ellas destacaba la tinta rosada, llamada “garnacha” o de Aragón, que se explotaba por entonces a gran escala. Esta variedad producía una uva suelta, sus racimos eran proporcionados, muy dulce, su hollejo era fino y muy agradable al paladar y una excelente presentación para las mesas más exigentes. Por todo ello se explotaba en gran escala, ya que en los tres meses que duraba la vendimia de esta uva se le sacaban buenos beneficios. Siendo el mercado de Madrid el principal consumidor de ella, tenía asegurada su venta por la justa fama que había adquirido, cotizándose por encima de las demás y conservando la frescura y buena vista desde el principio al final de la temporada de la vendimia.

Era curioso de ver como todo el mes de noviembre había corros de los majuelos u otras viñas que por su situación en el terreno, sobre todo en los sitios altos, donde la tierra era más suelta, estas viñas repletas de uvas, veías las cepas peladas de hojas en sus sarmientos y en cambio las uvas se conservaban intactas. Únicamente los pezones de los racimos se habían helado, permaneciendo perenne el fruto. Por extraño que pueda parecer, esta uva dejada a propósito en las cepas para sacarle mayores beneficios no se pasaba, conservaba su frescura. Y es que esta no tenía apenas zumo, solo pulpa. De esta manera permanecía invariable todo este tiempo. Antiguamente se utilizaba la uva para la explotación del vino, prueba de ello son las bodegas con sus tinajas, lagares, tinillos, etc. que existían en todas las casas antiguas y de alguna importancia. Pero en los tiempos que yo he conocido, solo se hacía un poco de vino en las casas para el gasto del invierno, y para eso se aprovechaban los “galdarrones”, que iban quedando atrás en la vendimia. Y otras uvas, que por sus defectos o sus variedades, no fueran aptas para su venta o explotación.

Majadahonda Magazin