«Cada castigo en el Infierno, cada paso en el Purgatorio y cada gloria en el Paraíso son reflejos de lo que el hombre puede alcanzar o perder. Y sin embargo, vuestros personajes sufren las consecuencias de sus actos. Macbeth paga por su sed de poder, Hamlet por su indecisión».

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 15 de julio de 2025). Las palabras tienen el poder de trascender el tiempo, de moldear la imaginación y de capturar la esencia misma de la humanidad. Si hay dos nombres que han marcado para siempre la historia de la literatura, esos son William Shakespeare y Dante Alighieri. Dante, el poeta de la Divina Comedia, construyó un universo donde el pecado, la redención y la justicia divina se entrelazan en un viaje que recorre el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Su obra, escrita en la lengua del pueblo y no en el latín de los eruditos, desafió las normas de su tiempo y sentó las bases del idioma italiano moderno. Shakespeare, el dramaturgo inmortal, dio voz a los conflictos más profundos del alma humana a través de sus tragedias y comedias. Desde la desesperación de Hamlet hasta la ambición de Macbeth, desde el amor trágico de Romeo y Julieta hasta la astucia de El mercader de Venecia, sus versos capturaron los matices de la emoción humana como nadie antes lo había hecho. Ahora, en el Más Allá, estos dos gigantes de la literatura se encuentran por primera vez. ¿Es la palabra un reflejo de la realidad o la construcción de un mundo propio? ¿Debe la literatura servir a la moral o simplemente a la belleza del arte? ¿Quién ha comprendido mejor la esencia del ser humano? En un vasto paisaje donde las letras flotan en el aire como estrellas, William Shakespeare y Dante Alighieri se observan mutuamente. Dos figuras separadas por siglos, pero unidas por su legado inmortal.

Miguel Sanchiz y sus Encuentros con la Historia

Shakespeare (con una sonrisa curiosa): Finalmente, el poeta del Infierno y del Paraíso. Me honra encontrarme con usted, maestro Dante.
Dante (asintiendo solemnemente): Y yo con vos, Shakespeare. Vuestra pluma ha tejido los dilemas del alma con maestría.
Shakespeare (con una leve inclinación de cabeza): Hice lo que pude. Mas decidme, ¿creéis que la literatura debe ser un sendero hacia la virtud, como en vuestra Divina Comedia?
Dante (con convicción): La palabra es un instrumento de verdad y justicia. Mi obra no es solo poesía, es una advertencia, una guía para que el alma no caiga en la perdición. Cada castigo en el Infierno, cada paso en el Purgatorio y cada gloria en el Paraíso son reflejos de lo que el hombre puede alcanzar o perder.
Shakespeare (pensativo): Interesante. Mas yo no escribí para enseñar, sino para mostrar la vida tal cual es: caótica, contradictoria, hermosa y terrible. No guié a mis personajes hacia la salvación ni los castigué con tormentos eternos. Simplemente los dejé existir, para que el público viera en ellos su propio reflejo.

Dante (frunciendo el ceño levemente): Entonces, ¿creéis que la literatura no debe tener propósito moral?
Shakespeare (encogiéndose de hombros): ¿Y por qué habría de tenerlo? La vida misma carece de un único propósito. Hamlet duda, Macbeth se consume en su ambición, Otelo cae en los celos… pero no porque deban ser castigados, sino porque así es la naturaleza humana.
Dante (con tono severo): Y sin embargo, vuestros personajes sufren las consecuencias de sus actos. Macbeth paga por su sed de poder, Hamlet por su indecisión. En el fondo, ¿no estáis también trazando un juicio moral?
Shakespeare (sonríe con astucia): Ah, pero no impongo el juicio, maestro Dante. Solo presento el dilema y dejo que el espectador lo resuelva. No hay castigos divinos en mis historias, solo las consecuencias naturales de la vida.

Dante (tras una pausa, asintiendo lentamente): Vuestra obra es, pues, un espejo en el que el hombre se ve sin filtros.
Shakespeare (con una leve reverencia): Así es. Dante se queda en silencio por un momento, reflexionando.
Dante (finalmente, con una leve sonrisa): Vos mostrasteis al hombre en su esencia. Yo le mostré su destino. Tal vez, entre ambos, hayamos dicho todo lo que debía decirse. Shakespeare ríe suavemente y extiende una mano.
Shakespeare: Entonces, llamemos a esto un empate, maestro Dante. Dante observa la mano extendida por un instante y, con un gesto solemne, la estrecha. En ese instante, las palabras flotan a su alrededor, como si cada letra, cada verso, cada tragedia y cada canto formaran una danza infinita en el aire. Y así, dos de los más grandes poetas de la historia se despiden, dejando tras de sí el eco inmortal de sus palabras.

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