
«La cosa es que en su momento una empresa llamada “Norita”, más falsa que el pelo de Simeone, me endilgó una minuta de casi 40 euros a cambio de un jersei de Cachemira (vale, ya sé que “Cashmere” puro y duro es bastante caro, pero –en fin- uno que no es Rockefeller…, ya me entendéis) que jamás vino a mi poder. Y han pasado ya cuatro meses. Y aquí me quedé yo con cara de panoli. Y 40 euros menos».
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 24 de septiembre de 2025). Mucha Pupila. Últimamente me he visto envuelto en un par de embrollos cibernéticos que debo manifestar al selecto auditorio, aunque no sea más que para demostrar que mucho del oro que ofrece o pulula por internet es de aquel que defecó el moro. (No, por favor que nadie se me ofenda, que estamos en el país de los ofendiditos, y si no del oro susodicho, de la plata que cagó la gata, y ruego que no se enfaden los amantes de los felinos, yo, uno de ellos, por cierto). La cosa es que en su momento una empresa llamada “Norita”, más falsa que el pelo de Simeone, me endilgó una minuta de casi 40 euros a cambio de un jersei de Cachemira (vale, ya sé que “Cashmere” puro y duro es bastante caro, pero –en fin- uno que no es Rockefeller…, ya me entendéis) que jamás vino a mi poder. Y han pasado ya cuatro meses. Y aquí me quedé yo con cara de panoli. Y 40 euros menos. Y tan felices los morrudos redactores del anuncio de “Norita”, dos –aparentemente- encantadoras abuelitas, quienes hartas de pelear con las grandes superficies habían decidido tirar la casa por la ventana y liquidar el género a precio de risa. También porque, descubridoras de los encantos de la abuelidad, lo suyo –decisiòn muy personal- era reintegrarse al hogar y dedicarse al cuidado de sus nietecitas. Como el presunto jersei de Caschemira no llegaba intenté contactar con el teléfono que “Norita” ofrecía. Tan londinense como el Big Ben, tan mudo como la pobre Ana Bolena luego de ser decapitada por orden de Enrique VIII. “Norita” sigue apareciendo en internet, a veces con otros nombres, juraría que “Shein” es de la misma factura, un cuento chino, diría yo,
ASÍ QUE, OJO, PUPILA, Y OIDO AL PARCHE, REMENDADÍSIMO COMO MI ESPÍRITU LUEGO DE LA ESTAFA. Y ahora viene la segunda. En el saldo de mi tarjeta de CaixaBank aparece, días atrás, un abono de 49 euros a una empresa llamada “My trip Online”, que jamás he utilizado ni por asomo. Lo primero que hice fue, como es natural, anular la tarjeta susodicha y, acto seguido, presentar la denuncia en la primera comisaría que me cayó en suerte. La de la Plaza de la Remonta, Barrio de Tetuán, Madrid, en puridad, Pasaje de Maestros Ladrilleros. Para mi propósito, se me dijo, valía tanto la policía como la guardia civil y al hallarme en la zona señalada allá que fui. No sabía que me esperaban 3 horas de espera y, eso sí, un trato amabilísimo de los funcionarios. Así da gusto, y lo digo muy en serio, contar, con un factor policial tan gentil y bien dispuesto. Casi que di por bien empleado el tiempo de espera y me acordé, sin nostalgia alguna, de aquellos “grises” de mis tiempos mozos que te molían la espalda a las primeras de cambio.
HECHOS TODOS ESOS TRÁMITES CAIXABANK ANULÓ LA OPERACIÓN REINTEGRÁNDOME EL DINERITO QUE ME BIRLARON ESTOS SINVERGÜENZAS, conchabados –supongo- con algún empleado infiel de alguna compañía, aérea o ferroviaria, con las que suelo operar mis prolijos viajes (viajo más que Willy Fogg, el baúl de la Piquer o aquel santiagués llamado Bugallo). La palabra de Cambronne para ellos y mi consejo al selecto auditorio: ojo, pupila con quien os jugáis los cuartos. Que en internet hay cosas muy buenas, compro libros descatalogados en “Iberlibro”, “Todocolección” o “Amazon”, sin problema ninguno, pero cuando salta la liebre de la picardía, nacional o foránea, mucho pero que mucho ojito con ella. Y mi agradecimiento a la policía nacional que tan bien me atendieron. Sí. P.S: 48 horas después de hecha la denuncia Caixabank me reintegró el dinero estafado. Ya lo sabéis: ante los sinvergüenzas, actividad. Hay leyes y procedimientos.
Nos están apretando tanto que poco a poco vamos a tener que anular ordenadores, tablets, móviles y demás utensilios de lo que se valen los ladrones para vivir de nosotros