«Nosotros seguimos lo que queda de Camino hacia el corazón de Santiago de Compostela. Esto es, la Plaza del Obradoiro: románica, plateresca, barroca, neoclásica. una de las plazas más bellas del mundo, en una ciudad con un casco viejo prodigioso, donde perderse, pero solamente para encontrarse una y otra vez. Con calles como Acibechería, Rúa da Moeda Vella, Ruela do Peso y así sucesivamente, en una sucesión milagrosa. Que eso es Santiago: un asombro pétreo»

VICENTE ARAGUAS. (25 de julio de 2024, Festividad de Santiago Apostol). Si todos los caminos llevan a Roma, de ahí los romeros, todos conducen también a Santiago (de Compostela, que hay muchos más a través del mundo). A Santiago llegan, o vuelven, los peregrinos. De Jerusalén, los palmeros. Y por ahí seguido. Como seguidos, en procesión de hormigas alegres, han sido estos seis días, y cinco noches, que nos han tenido en peregrinación. De Ferrol a Santiago. Claro que hay caminos más largos, también más cortos, y no es más poeta quien se explaya (se sale del arenal, pues) en un poema extenso que aquel que se “empequeñece”, deliberadamente, en los tres versos de una soleá o una triada. Pues algo así el Camino. Que para serlo de verdad habrá de ser interior. Y en este sentido aconsejo hacerlo, también, en solitario. Tal como lo hice yo el año de la pandemia, el 2020, pues. Cuando, pues era impensable hacerlo con escolares, tomé mi hatillo de andar y mis botas de caminar (y uno de mis himnos, “These Boots Are Made For Walking”, de Lee Hazelwood), y anduve y anduve, revolviendo mis pensamientos, también mis canciones cuando el camino se hacía más pedregoso. Solo cinco personas fui encontrando aquel año en los senderos. Tres señoras de Neda, una madre y sus dos hijas, y una pareja de catalanes. Nadie más, sino el aire fresco del Camino, para entonar aun más los (buenos) pensamientos.

Vicente Araguas con Leire Garrido y un Pulpiño en O Piorno

Lo cierto, en todo caso, es que este curso, 23-24, he vuelto a Compostela con los alumnos que me son especialmente queridos, los de Logos (Molino de la Hoz, Las Rozas). Volando, casi literalmente, en esta última etapa que va de Sigüeiro a Santiago. Un tramo que apenas presenta dificultades, tres o cuatro repechones, y poco más. Y entrando ya en el Concello de Santiago una “carballeira” (robledal, como ya he señalado en algún momento) a la que le sobran alguna “bruja”, que cuelga a modo de espantapájaros de la arboleda. Como también está de más la denominación “El bosque encantado”, por muy homenaje que parezca a uno de los autores gallegos más importantes, Wenceslao Fernández Flórez. Y es que a la naturaleza, como al Camino, lo mejor es dejarla transcurrir a su aire, sin ponerle motes, rótulos ni zarandajas. Enseguida vamos a llegar al Polígono del Tambre, que no es que sea –como cabe imaginar- un lugar especialmente hermoso. Sí que tiene un bar espacioso y bien organizado donde estampar los últimos sellos en las credenciales del Camino. Y uno de los atractivos, que pasa muy desapercibido para peregrinos y asimilados, es el vecino Cementerio de Boisaca, donde está enterrado Valle-Inclán. Desde el 6 de enero del 36. Luego de un entierro tan tumultuoso como esperpéntico. En Boisaca yace Valle y nosotros seguimos lo que queda de Camino hacia el corazón de Santiago de Compostela. Esto es, la Plaza del Obradoiro: románica, plateresca, barroca, neoclásica. una de las plazas más bellas del mundo, en una ciudad con un casco viejo prodigioso, donde perderse, pero solamente para encontrarse una y otra vez. Con calles como Acibechería, Rúa da Moeda Vella, Ruela do Peso y así sucesivamente, en una sucesión milagrosa. Que eso es Santiago: un asombro pétreo.

Nosotros, luego del Obradoiro, fin del Camino, o principio para volver a empezar, subimos hacia la iglesia de Ánimas, donde la misa del peregrino, que ha previsto para nosotros Don José Mogo Castelao, director que fue de Logos en sus comienzos. Y luego el tiempo libre para tomarle el pulso a una ciudad universitaria (y muchas otras cosas) donde fui tan feliz como solo se puede ser cuando uno milita en la juventud que aprende al fuego de los jazmines casi, todavía, adolescentes. Y hasta aquí esta ruta del Camino Inglés. Con mi cariño absoluto hacia los peregrinos de 1º de Bachillerato de Logos. Y a esos profesores impagables que se llaman Ana, Jorge y Aaron.

 

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