
Así se dice en la introducción de la “Fortuna varia del soldado Píndaro” de González de Céspedes. Pero en otras ocasiones, simplemente se expone un cuadro de atrocidades con el fin de moralizar al lector, de hacerle saber las consecuencias de la vida del maleante. Me interesa dar una relación de ejemplos, porque la literatura, la novela, no deja de ser un indicador muy sugestivo del estado de pensamiento de una sociedad en un momento concreto. La sociedad barroca española, a un siglo vista del comienzo de la Ilustración, tenía unas ideas sobre el castigo penal y su necesidad, sobre la legitimidad para su imposición, pero también un hartazgo de los abusos, corrupciones y miserias del proceso penal. Y ese es el cuadro punitivo que se encontraron nuestros penalistas en los albores del siglo, incluso empezado el mismo, cuando la ordenación de la legislación penal se llevó a cabo en un texto tan propio del Antiguo Régimen como lo era la Novísima Recopilación.
¿Qué se desprende del variopinto cuadro sobre la represión punitiva que nos da la literatura clásica española?. Creo que hay un primer sustantivo que nos asalta al cotejar la colección de atrocidades que aparecen en el Guzmán de Alfarache, en el Estebanillo González, en el Buscón, o en la Fortuna Varia del Soldado Píndaro: crueldad. Una violencia desmedida que supera al objeto propio del castigo. El condenado a galeras o a prisión sufre una infinidad de penalidades desproporcionadas, exorbitantes a la pena misma. La novela barroca española nos habla de cárceles, galeras, tormentos y cadalsos con notable crudeza. Próximo capítulo: la vida en la cárcel con sus huidas, sobornos y azotes (III)




