VICENTE ARAGUAS. (5 de septiembre de 2024). En realidad tendría que hablar de la Carretera de Pozuelo, del tramo que corresponde a Majadahonda. Carretera tan retocada a día de hoy y de la que se hablaba, 1979, sobre la chica de la curva; ya se sabe, la que te pide que la lleves en el coche y échale hilo a la cometa legendaria (urbana). Un cuento tan repetido en todo el mundo como el que inspira “El malentendido”, viajero que vuelve sin identificarse a una casa de huéspedes, regentada por su madre y hermana, tan familiarmente asesinas y…, de Camus. Nos lo creíamos o hacíamos como que sí, crédulos que éramos, tan jóvenes como el pueblo, joven todavía (hoy ya maduro y es que “se nos va la Pascua, mozas”). Pero en este momento quiero hablar del Cerro del Espino. Y pocos campos de fútbol pueden presumir de nombre más bello. Acaso el Salto del Caballo, toledano o, tal vez, A Malata, ferrolano (¡ay, el corazón como me delata!). Cerro del Espino, entonces, cuando lo abordé, vez primera, tierra brava, y alguna instalación rudimentaria (y el Señor Kennedy vendiendo entradas con una mesita en la entrada, y la rifa de un jamón en el intermedio, ¡ay ese premio gastronómico en el país de las carpantas históricas!). Luego fuimos mejorando y vinieron aquellas tribunas a modo de jaimas. Y el campo ya de hierba.
Había una vista memorable, donde hoy se acomoda la CUM, tapada el año de la utopía llamada Segunda. Yo me instalaba allí para ver la Sierra de Hoyo y Colmenar Viejo adivinado. Luego vino ese telón de fondo con publicidad. ¿Ventajas de las televisiones o para ellas? No lo sé, pero sigo siendo un utópico. Al fondo algunos chalés previos al Monte del Pilar, tras la general, “generola” decíamos de niños cuando íbamos al fútbol de pelea, sin sustituciones, salvo el portero, y el “Marcador Simultáneo Dardo” (el periódico daba las claves para interpretar los anuncios, “Ron Negrita Bardinet”, 2-0, y era el Celta-Oviedo, un suponer). Campo y campo nuestro campo de fútbol municipal aunque concedido al Atlético de Madrid. Otro día habrá que volver a este frontón dialéctico que nos tiene sin cubierta. ¿Quién debe ponerla? Mientras, yo mismo, catarrazo en aquel diluvio de partido copero Rayo-Racing de Ferrol.
Y pues hablamos de copas me costará perdonarle a la directiva el que se llevara al Wanda (entonces) el partido contra el Atleti. Hubiera sido la joya de la corona de un estadio hermoso, y no solo de nombre, en la Carretera de Pozuelo. La que lleva a otro pueblo de veraneo, entonces, como lo era nuestra Majada, aunque hoy nos parezca mentira. Mas Pozuelo, claro, con la colonia creciendo en torno al ferrocarril. El nuestro, nuestra estación, la traté aún como apeadero. El Plantío-Majadahonda, más fuera de mano. Y tiene su historia relacionada con la boda de Victoria Eugenia y Alfonso XIII, para facilitar a la novia británica el pasaje al Pardo, en cuyo palacio iba a pernoctar previo a su enlace, 31 de mayo de 1906. Mateo Morral a punto para el asesinato masivo, otra historia. Y esa colonia de El Plantío pensada para los ferroviarios.
Al Cerro del Espino se llega, yo, al menos, Avenida de España, Carretera de Pozuelo, caminando. Que así es como se va al campo. Que tal es el Cerro del Espino, campo en el campo. Un atractivo más para una tarde o noche de fútbol. Aunque, francamente, prefiero ir a las 12 del mediodía y en domingo. Hora del Angelus, que a veces el futbol, por eso nos gusta tanto, tiene aromas angelicales. Como pintado por Millet. Cerro del Espino, Carretera de Pozuelo, con vuelta a Moreras. Y muchas casas de buena factura, donde entonces había espinos e higueras (una, al menos, sobrevive; un consuelo). *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).
Muy interesantes las vivencias que el Sr. Araguas nos cuenta sobre Majadahonda.
Gracias señor, por esas descripciones tan detalladas.
Gracias, Don Alejandro. Me gusta su elogio porque advierto en usted, igualmente, un espíritu crítico.