«San Isidro, si venimos de la Gran Vía, es una bajada suave hasta formar una especie de valle, denominando así un bloque de viviendas que dan a doctor Calero, Avenida de España, Benavente y San Isidro. Este, para no estar solo, tiene muy cerquita a Santa María de la Cabeza, su santa esposa.»

VICENTE ARAGUAS. (10 de septiembre de 2024). San Isidro en el Valle. Ahora me adentro en el terreno que mejor conozco y, tal vez, más amo (en Majadahonda, quiero decir). La calle en donde vivo, en la que llevo casi medio siglo. San Isidro, aquel santo un tanto pigre que oraba mientras los ángeles araban por él. Arar/ Orar: aliteración, pues. San Isidro, si venimos de la Gran Vía, es una bajada suave hasta formar una especie de valle, denominando así un bloque de viviendas que dan a doctor Calero, Avenida de España, Benavente y San Isidro. Este, para no estar solo, tiene muy cerquita a Santa María de la Cabeza, su santa esposa. Y alguna muchacha conocí con este nombre; problemita, le decían, decíamos, Cabeza, vaya por Dios.


Vicente Araguas

San Isidro es calle muy surtida, pues tenemos casi de todo. Gimnasio, por supuesto, el clásico de Majadahonda. Ahora se llama de otro modo pero para mí siempre será Muladhara. Al que voy desde hace un cuarto de siglo, una vez que democratizó sus precios, para que pudiésemos ir los currelantes, los de la murga aquella de Carlos Cano. Que al principio era cosa para pudientes, gente de televisión, actores, y tal y tumba. Ahora es ya de todos. También porque nuestro pueblo, pongo de nuevo a Dios por testigo, no tiene una buena oferta (no ofrece y cómo me duele el barbarismo ofertar) de gimnasios públicos. San Isidro, en fin, cuenta con dos galerías de alimentación. La vieja, la que había cuando llegué, dispone aún de algún establecimiento. En ella estuvo la librería “de viejo”, “La vieja Galería”, con “Las Pilares”. Luego se fueron a Real Baja. Ya no sé por dónde andan, pero le dieron alegría y lectura, todo lo mismo, a Majadahonda. Enfrente, la Galería Sanabria, no es lo que fue pero tiene mucho aquel todavía. Aunque falta un Emilio Antelo que aglutine personal; ¡ay lo que puede un meteoro como este buen amigo! Hubo, donde hoy hay una tienda de tatuajes, debo ir, a la vejez viruelas, una sala de juegos recreativos. De las cuatro que recuerdo. Algo la frecuenté. Más, tal vez, la de la Gran Vía, casi en Colón, donde jugaba tenis de mesa con Andrea, mi hija. En San Isidro, escaparates y a la vuelta el umbral, los “Decomisos” de Tito; colas y colas en las Navidades ochenteras. Y nunca entré en ella, soy más de bailes de salón, pero veo haciendo visera con las manos en la niebla de la memoria la discoteca “La Ballena”, donde hoy hay un bazar chino bien surtido. Al lado lo que era Floristería Acebal. Pilar se nos jubiló, antes la vida –lástima– había hecho lo propio con sus padres, estirpe trabajadora, y a día de hoy preside la comunidad de San Isidro 18.


«En casi cincuenta años he conocido muchos vecinos, claro. Buena gente, y apenas voy a citar algunos»

Y aquí quería llegar, pues aquí vivo. En casi cincuenta años he conocido muchos vecinos, claro. Buena gente, y apenas voy a citar alguno. A Benito, por ejemplo, que regentó el Bar Albatros, en el Valle, un gran tipo, yerno de aquel Señor Kennedy, tan clavado a JFK que de ahí el apelativo. A Juan José, sacerdote, de Molina de Aragón, que se nos fue de pronto, todo corazón maduro ya de más en un verano aciago. Y Ceferino, majariego de esencia, que ya no vive aquí pero al que encuentro, o encontraba a veces, por esa Majadahonda que se expande. Y Fernando, ciclista y guitarrista, Y Roberto Gayo, incombustible. Y Felicidad, animosa y animada, la decana del bloque. E Ignacio, tan culto y buen conversador. San Isidro 18, donde da la vuelta el aire, cerca casi pegado al búnquer telefónico al que la leyenda urbana; el hablar no tiene cancelas, atribuía cánceres, mira qué cosas. Pero falta lo mejor, Pepe Zugasti, nuestro conserje, ¡no te vayas nunca, Pepiño!, sicólogo, confesor, mañoso en mañas múltiples, lazarillo en majadahonduras, como majariego fetén. Y llego hasta aquí sintiendo tanto como me queda en el tintero. Volveremos. Como Mc Arthur. Sí. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).

 

 

Majadahonda Magazin