JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. La conversación de este domingo 26 de julio (2020) cierra este primer ciclo de entrevistas en “Reflexiones desde Majadahonda en Tiempos de Pandemia”. Y por eso nada mejor que hacerlo con un prestigioso filósofo, el Dr. Javier Gomá Lanzón, actual director de la Fundación Juan March y considerado por muchos «el Ortega del siglo XXI». Realizo esta entrevista por email, conectando con su domicilio en Madrid. En primer lugar, muchas gracias por aceptar la entrevista ¿qué tal se encuentra y cómo está pasando la pandemia? –He tenido un confinamiento malo, porque no sólo he sufrido el virus en casa sino sus molestas secuelas a lo largo de varias semanas. Pero eso es agua pasada, nieve de ayer, como se dice en otros sitios, y ahora ya miro al futuro con muy buen ánimo. Parece que esta crisis ha vuelto a incendiar los populismos de ambos extremos, ¿cómo ve el futuro de España tras la Covid-19? –Eso dicen los que entienden y analizan la realidad política y social. El populismo es fundamentalmente ideológico y eso significa que, quien emite un juicio, no ve los hechos sino siempre la corroboración de sus ideas. Lo cual, en la práctica, implica que, al desconocer los hechos, son torpes en su gestión. La pandemia, un inmenso hecho, requiere de buenos gestores y, en consecuencia, la sociedad se aleja del populismo porque no confía en él para gestionarlo adecuadamente. Pierden aquellos que simplifican, moralizan y sentimentalizan, como hacen los populistas. Y los gestores competentes ganan.


Jose Mª Rojas

En estos meses hemos visto el ejemplo del sacrificio en el personal sanitario y en otros colectivos profesionales (fuerzas de seguridad del estado, farmacéuticos, transportistas, vendedores en tiendas de alimentos, etc) que han mantenido el funcionamiento de este país, pero hay una desazón bastante generalizada con el comportamiento de los políticos. Como autor de una obra de ética tan importante como “La tetralogía de la ejemplaridad”, ¿qué piensa de esta diferencia de sensaciones?, ¿necesitan nuestros dirigentes leer/entender a Max Weber (“La política como vocación”)? –Insisto con frecuencia en evitar la mixtificación y la confusión de campos diferentes. La filosofía es la ciencia del ideal, del deber-ser. La política es acción real y concreta en un entorno imperfecto, cuyo objetivo es la obtención del poder por procedimientos legítimos que susciten obediencia (el propio Weber lo afirmó). No creo que ningún político deba en principio leer nada sino hacer bien su papel, que en una época democrática es conseguir y mantener el poder por procedimientos legales, transparentes, competitivos y sujetos electoralmente a la voluntad popular.

Y luego está el problema de la inconsciencia en sectores de la población, que ha generado nuevos rebrotes: usted que en “Ejemplaridad pública” reclamaba el desarrollo de una «paideia” de la ciudadanía en las democracias posmodernas, ¿sigue pensando que eso, además de necesario, es posible?  -Una sociedad moderna es aquella organizada, sobre todo, no sobre leyes, sino sobre costumbres, resultado de la generalización de esa “paideia” de la que habla usted en su pregunta. Una sociedad sólida es aquella que realiza lo socialmente debido, no por amenaza del castigo de la ley, sino por “la fuerza de la costumbre”. Es decir, porque todo el mundo, de manera natural, siente que algo es debido porque así ha sido educado, “por educación”. Y su incumplimiento, aunque no mandado por la ley, es repugnante y reprochable. Una ley, como dijo Joaquín Costa, es sólo una promesa de costumbre, sin ella la ley es papel mojado. Y entre la costumbre cívica, la ejemplaridad de la sociedad, que cumple un confinamiento doloroso y lesivo de sus intereses. Y entre la costumbre también, una opinión pública ilustrada, el mayor contrapoder que existe en una democracia libre.

Usted que escribió un monólogo dramático, “Inconsolable”, centrado en el sentido de la pérdida, en este caso del padre, ¿qué reflexión puede hacer sobre la enorme cantidad de personas que ni siquiera han podido despedirse de sus seres queridos y de tantos otros que han muerto sin consuelo, arracimados por descarte en las residencias de mayores? ¿No se ha banalizado el dolor por la ausencia de imágenes en los informativos de las televisiones, sustituyéndolas por canciones, globos y aplausos? –Aquello que violenta la dignidad de que cada uno de nosotros somos portadores, merece la calificación de indigno. No porque nosotros seamos tales, sino porque no nos tratan con el respeto a que somos acreedores. Y dado que estamos abocados a la indignidad de la muerte, por extraño decreto de la naturaleza, indignidad que convierte nuestra exquisita individualidad en esa cosa fría que es el cadáver, al menos deberíamos morir con decoro, humanamente, conforme a la piedad ha venido exigiendo desde el principio de los tiempos. Uno de los hechos más atroces de la lucha contra la pandemia ha sido la obligación de permitir a algunos que mueran sin un resto de piedad y decoro, sin humanidad, solos, apartados de los suyos, olvidados, despojados de ritos y ceremonias, sin vela, sin consuelo. Se les ha privado de que tengan una “buena muerte” en el combate contra la muerte general que el virus traía a la población. Las víctimas -yo conocía directamente a una de ellas que ha muerto de la manera descrita- ya no pueden recuperarse, sólo nos queda lamentarnos. Y esperar que, si algún día vuelve a suceder, se concierte una lucha contra el virus que tenga en cuenta la piedad.

¿Se puede conjugar seguridad biológica con libertad o esta pandemia supone el fin del liberalismo como algunos vaticinan? Según el filósofo Byung-Chul Han, se debe reivindicar el valor de los ritos. Y el “dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento”. ¿Considera usted que se podrían aplicar estas ideas a lo vivido en estos meses de confinamiento? –No veo por ningún lado de qué modo la pandemia pueda suponer el fin del liberalismo: me parece una ocurrencia loca. El liberalismo moral significa el reconocimiento del individuo, mientras que la democracia reivindica a la mayoría. El liberalismo templa a la mayoría con el valor insuperable de los individuos: eso es la dignidad, fundamento de los derechos humanos, que prevalecen sobre los intereses de todos o de muchos. Aquí reside el delicado equilibrio de la democracia parlamentaria de Occidente. Una democracia sin liberalismo incurre en la tiranía de la mayoría. Si algo ha demostrado justamente la lucha contra la pandemia de la democracia occidental es el esfuerzo mayúsculo de combinar el interés general de la sociedad con la dignidad individual, por contraste con otros regímenes, como la dictadura china, que desprecian la democracia parlamentaria y la dignidad individual. Nuestros regímenes son más difíciles, más complejos, deben tener en cuenta más valores, pero justamente al hacerlo se dignifican a sí mismos y ofrecen un modelo de convivencia excelente, frente al simplismo axiológico de la tiranía china, que además es dictatorial y no democrática.

Hay mucha polémica con el Estado de Alarma ¿Considera usted que se deberían haber aplicado otros instrumentos legales para conseguir los mismos objetivos sanitarios por los que se promulgó el Estado de Alarma o no existía otra posibilidad? ¿No hubiera sido más eficaz confiar en el modelo autonómico para gestionar la crisis, como hizo Alemania con los diferentes lander? –Esta es, en buena parte, una pregunta que deben contestar los que saben, no yo. Hay ejemplos para todo: un país federalista como Alemania que ha gestionado bien y otro como EEUU que lo ha hecho mal. No teníamos precedentes, todo sobrevino demasiado deprisa y brutalmente, como si uno estuviera tomando un cóctel en la hamaca de una playa de lujo y sobreviniera por sorpresa una ola de cuarenta metros. El espectáculo general ha sido de una cierta torpeza, que quizá se hace más disculpable cuando se observa el panorama internacional. Seguramente no es del todo casual que algunos de los países más castigados sean los que más turismo reciben. En todo caso, no quiero dejar de insistir en que la causa de todos los males no es del Estado, ni del Gobierno, ni de las Administraciones, sino de ese coronavirus nefasto y letal. En cuanto a lo otro, la gestión de la pandemia, cada Estado está expuesto a la responsabilidad legal y electoral correspondiente, además del juicio informado de la opinión pública.

¿Esta pandemia cambiará la forma de entender la vida en sociedad? ¿Hay alguna lección que se pueda sacar de todo esto? –He escrito sobre ello y la pregunta, obligada, se repite con frecuencia. Yo lo he resumido en algún sitio en tres cambios: cosmopolitismo, dado que la especie humana ha sido unificada por un ataque que la ha amenazado de modo universal y conjunto, poniéndola en peligro de extinción. Alteración de algunas costumbres, como el teletrabajo y hábitos de higiene, que seguramente se quedarán con nosotros para siempre. Y la acentuación de nuestro sentido de deportividad, que acepta los contratiempos del juego de vivir incluso antes de haberlo jugado. Había tantos planes que habíamos previsto que la pandemia ha volatilizado, que ahora somos más conscientes que antes que la vida es un juego. Y que en el juego, como en nuestra contextura humana, participa siempre la buena y la mala suerte. Hacemos planes con el propósito firme de hacerlos y al mismo tiempo la conformidad previa de su hipotética imposibilidad.

Finalmente para terminar, ¿nos puede sugerir lecturas para estos tiempos difíciles? –No me gusta recomendar, porque sé demasiado que cada uno tiene sus preferencias. El único consejo que me atrevo a dar, que sigo a rajatabla, es el de despojarse del prurito de estar al día. No estar al día y prescindir de lo nuevo, si lo nuevo no se hace imprescindible con algo más que su novedad. BIOGRAFÍA DE JAVIER GOMÁ. Es licenciado tanto en Filología Clásica como en Derecho por la UCM, doctor en Filosofía por la UNED y letrado del Consejo de Estado (número 1 de su promoción). Ha reunido su obra filosófica en dos bloques: Tetralogía de la ejemplaridad y Filosofía mundana. Es autor también de Ingenuidad aprendida y La imagen de tu vida.​ Ha escrito una trilogía teatral que incluye el monólogo dramático «Inconsolable» y recientemente ha publicado «Dignidad». Es miembro del Consejo Asesor de la Revista de Estudios Orteguianos y del International Visitors Program del Departamento de Estado/USIA de EEUU y Patrono del Teatro Real. Colabora habitualmente con los principales periódicos y radios de España y ha recibido varios premios por sus libros, destacando el Premio Nacional de Ensayo (2004) por Imitación y Experiencia. En 2012 y en 2014 la revista Foreign Policy (en español) lo incluyó en la lista de los cincuenta intelectuales iberoamericanos más influyentes.

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