Muchos podrán pensar que la de Luis Milla es solo una historia de éxito transferido de padre a hijo pero se equivocan: es una historia de sacrificio, superación y fe. Luis Milla no llegó a jugar en el primer equipo del Rayo Majadahonda, tras haberse formado en su cantera, porque jamás recibió una oferta. Tampoco consiguió quedarse en el At. Madrid B, ni en el “Sanse”, ni en el Rayo Vallecano, ni en el Alcorcón, del que llegó a declarar: “El Alcorcón tomó una decisión, pero creo que me merecía una oportunidad que no me han dado. Ahora soy feliz en Fuenlabrada y me dejaré la piel aquí, pero creo que les di razones para poder jugar allí». Hoy es jugador del CF Fuenlabrada, donde ha firmado por 4 temporadas, es capitán y posiblemente se convierta en futbolista profesional y logre hacer historia en su club. Su destino final está en el Olimpo.


Pocos saben que a cada tropiezo de Luis Milla –y tuvo muchos– le siguieron nuevos intentos: el último en el Guijuelo de Segunda B, donde por fin encontraba acomodo estable, la confianza, el aplauso y el reconocimiento de un joven que de mayor quería ser futbolista como su padre, que solo fue 3 veces internacional pero que representa un caso único en el fútbol español: jugar en los 3 principales clubes de su liga (Real Madrid, FC Barcelona y Valencia). Pero entonces, cuando obtenía la pequeña recompensa a tanto esfuerzo, tanta odiosa comparación, cuando empezaba a superar el descomunal peso de su apellido, llegaba la cara amarga del fútbol: una lesión le apartaba de los terrenos de juego durante 9 meses y ponía fin a su etapa salmantina. Se rompió el ligamento cruzado anterior de su rodilla y no se recuperó hasta la penúltima jornada. Disputó cuatro partidos y marcó un gol.

Pero Luis Milla nunca tiró la toalla, siguió entrenando con denuedo y tesón, desmintiendo a aquellos que dicen que el fútbol es solo cosa de altos, fuertes, grandes, físicos… Y con su habilidad, técnica, astucia e inteligencia superó a todos los que pensaban que Luis Milla solo estaba ahí por influencia de su padre. El técnico Antonio Calderón confió en él, le dio continuidad, le hizo capitán y hoy encabeza un FC Fuenlabrada que va como un cohete a la Segunda División española, con 16 millones de euros como premio por ingresar en la Liga de Fútbol Profesional por la apuesta de su joven presidente, Jonathan Praena, que le ha firmado por el máximo: 4 temporadas. Un futbolista así necesita tiempo y ellos querían dárselo porque madera y maneras tenía. Y hoy el equipo juega al ritmo que Luis Milla le marca, en robos de balón, contraataques, salidas desde portería, avanzando o retrocediendo pero siempre con el pase certero, abriendo campo o achicándolo, entregando la bola en mejores condiciones que la recibe.

El gol en el Santiago Bernabeu y la felicidad radiante de su autor no era jactancia, ni presunción, ni mucho menos orgullo desmedido o narcisismo. Era el triunfo personal de alguien que ha recibido muchos golpes y pocas caricias en esa cara B del mundo del fútbol de la que nadie habla porque el público, los clubes y la prensa solo quieren goles y triunfos. Y también el objetivo colectivo de un equipo que tuteando al actual campeón de Europa en competición oficial está diciendo que hasta la Segunda A se le puede quedar pequeña. Por eso alguien le envió un mensaje declarado a un periódico de Indonesia, donde es seleccionador nacional: “Felicidades por el buen nivel del juego que estás mostrando: como en la vida, todos aquellos que trabajan duro definitivamente obtendrán resultados, no dejes de crecer». Era su padre.
(El seguimiento a Luis Milla, residente en Majadahonda, en MJD Magazin)

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