El periodista Vicente Vallés fue señalado por el vicepresidente de Podemos, Pablo Iglesias

JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. La democracia no consiste en el mero hecho de votar, pues siendo una herramienta de los procesos democráticos, no es exclusivo de ellos. Pongamos un ejemplo: en el régimen franquista se hizo un uso continuo de referéndums y nadie puede considerar que aquello era una democracia. Lo que define a las democracias modernas es el acatamiento a las leyes que surgen de una Constitución, en la que se plasma el respeto a los derechos humanos y civiles aceptados internacionalmente, con dos pilares básicos: Igualdad y Libertad. Pilares que, aunque pueden entrar en contradicción (tal y como demostró Isaiah Berlin), tienen, en sentido jurídico, ámbitos muy diferenciados.


Jose Mª Rojas

Igualdad (no igualitarismo) de todos los ciudadanos ante el imperio de la ley, con derechos y deberes básicos, además de mecanismos de evitar el uso despótico del poder estatal dentro del concepto de Estado definido por Max Weber: “asociación de dominación con carácter institucional con el monopolio, dentro de un territorio, de la violencia legítima como medio de dominación”. Libertad, aunque con la valoración de los dos sentidos definidos por Isaiah Berlin (“Two Concepts of Liberty»): libertad positiva: entendida como la capacidad de cualquier ciudadano de ser dueño de su voluntad, además de dirigir y dominar sus propias acciones, así como de su destino. Y por otro lado libertad negativa: considerada como la ausencia de coacción externa al ciudadano que desee realizar un curso de acción determinado.

El término “negativa” no implica una denigración, sino que (en el lenguaje lógico de Isaiah Berlin) se refiere a la negación o falta de coacción sobre la ciudadanía y en su propio argumentario, Isaiah consideraba la libertad negativa como el valor esencial de toda democracia liberal. De ahí que infería que el concepto utópico de autorrealización (libertad positiva) era propio históricamente de los regímenes totalitarios y ha sido utilizado, con frecuencia, como excusa para cercenar las libertades negativas de la población. En este contexto (con los dos tipos de libertad y el poder del Estado) es necesario el sistema de controles independientes, además de cruzados, y de la crítica, como herramienta fundamental en el mantenimiento de las democracias liberales, como demostró Karl Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos». Todo ello junto con su consideración de que la esencia de un gobierno democrático reside en la “destituibilidad”.

La crítica política tiene una relación recíproca con la democracia y en ella se articula la idea ya expuesta de libertad negativa: la democracia precisa de la crítica política y la crítica política alcanza su esplendor en democracia. Esta crítica se puede efectuar en diferentes planos, independientes a los partidos políticos que también son actores de la misma, pero la intelectualidad y los medios de comunicación tradicionalmente han sido los adalides de la crítica, fundamentada en la libertad de pensamiento y expresión. Por esta razón, todas las dictaduras y gobiernos han perseguido a los intelectuales y han limitado/coartado la libertad de prensa. Sin embargo, es en las situaciones de crisis y miedo, como la que vivimos, cuando muchas democracias sucumben a la tentación de limitar estas libertades fundamentales. En las últimas semanas hemos visto tres ejemplos ilustrativos de este comportamiento que se revisarán en las siguientes entregas.

Por un lado, están los ataques -especialmente en redes sociales- contra el periodista de A3Media, Vicente Vallés. Situación que incluso llevó a diversas declaraciones del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, justificando esas acciones. Todos los países democráticos han vivido momentos tensos en la relación gobierno vs prensa: así, por ejemplo, en EEUU fueron famosos los escándalos de los papeles McNamara y Watergate en la pugna de los años 70 entre la administración Nixon y dos de los grandes periódicos de ese país (The New York y The Washington Post), la polémica entre el comentarista Pat Buchanan y Bill Clinton en los 90 sobre el tema de la “guerra cultural” hasta el punto álgido del enfrentamiento actual entre Donald Trump y la mayoría de los medios liberales por el uso del primero (y su colaboradores) de las tácticas de la “posverdad”. En nuestro país, los casos son variados: la ofensiva socialista contra Pedro J. Ramírez por el caso GAL (cuando Felipe González acuñó la diferencia entre “opinión pública y opinión publicada”), pasando por su defenestración en El Mundo a raíz de la entrevista a Bárcenas y el caso Gürtel (con el famoso mensaje de Rajoy), hasta la salida de Alfonso Ussía de La Razón y la presión actual sobre Vicente Vallés y otros.

La dependencia de las ayudas y concesiones radio-televisivas, así como la publicidad institucional, son métodos habituales que los distintos gobiernos de España han usado para condicionar la crítica política en los medios de comunicación. Sin embargo, ahora se ha dado una vuelta de “tuerca” al señalar a un periodista en las redes sociales. El vicepresidente Iglesias dice que la acción periodística también puede ser criticada y ese argumento es válido, pero incompleto e implica un sofisma. La crítica válida es entre iguales o desde el escalón inferior al superior, nada de esto se cumple en el presupuesto del vicepresidente Iglesias. El matiz que le falta es que el poder del Gobierno es tan inmenso (por el concepto de Weber sobre el Estado y su “monopolio de la violencia legítima”) que es imperativo su control (siguiendo el “contractualismo” de Thomas Hobbes) por todos los mecanismos independientes de una sociedad democrática. Y la prensa libre es esencial en ello.

Asimismo, ese poder es tan inmenso que se establece una profunda relación de desigualdad frente a las opiniones de un ciudadano individual (en este caso el periodista Vicente Vallés) generando una coacción que atenta contra los principios de la libertad negativa y además señalándolo implícitamente. Ni ética, ni estéticamente son asumibles esas declaraciones, como vicepresidente del Gobierno de España. Tal vez, llega el momento de aplicar a la política el concepto de “percepción aura” acuñado por Walter Benjamin a la crítica estética y literaria, para recuperar la apreciación del mito, aunque sea el de Casandra: sacerdotisa profeta que siempre acertaba en sus vaticinios, pero a la que nadie creía.

Majadahonda Magazin