
María Antonieta, hija de emperatriz y reina por matrimonio, símbolo de la opulencia, la frivolidad y el esplendor que precede a la caída. Fue también mujer sin infancia propia, madre angustiada, peón político y, finalmente, víctima del odio popular. Y Maximilien Robespierre, el incorruptible, el abogado que soñó con una república virtuosa, que predicó la moral con el fervor de un sacerdote… y que acabó cubierto por la sangre de quienes osaron contradecir su ideal.
MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 18 de julio de 2025). Encuentros. Maria Antonieta Vs. Robespierre. Hubo un día en que el mundo pareció arder en ideas y Francia se convirtió en una hoguera donde lo viejo y lo nuevo se consumieron por igual. En ese escenario, dos figuras —opuestas como el mármol y la dinamita— marcaron los extremos del drama humano. María Antonieta, hija de emperatriz y reina por matrimonio, símbolo de la opulencia, la frivolidad y el esplendor que precede a la caída. Fue también mujer sin infancia propia, madre angustiada, peón político y, finalmente, víctima del odio popular. Y Maximilien Robespierre, el incorruptible, el abogado que soñó con una república virtuosa, que predicó la moral con el fervor de un sacerdote… y que acabó cubierto por la sangre de quienes osaron contradecir su ideal. Uno perdió la cabeza en nombre del pueblo; el otro en nombre de la justicia. Se cruzaron en vida solo a través de decretos y condenas. Hoy, en esta tierra sin tiempo, se ven por primera vez cara a cara desde Majadahonda (Madrid). ¿Puede un verdugo mirar a su reina sin rencor? ¿Puede una reina mirar a su verdugo sin odio?
EL ENCUENTRO
ROBESPIERRE (se inclina, en silencio, con la rigidez de quien no está acostumbrado a reverencias): Majestad…
MARÍA ANTONIETA: (alza el mentón, con dignidad serena). Ciudadano Robespierre. Veo que la muerte os ha devuelto las formas.
ROBESPIERRE: Aquí no hay guillotina, ni aplausos, ni tumbas. Solo lo que fuimos… y lo que hicimos.
MARÍA ANTONIETA: Y aun así, parecéis más incómodo ahora que cuando me enviasteis a morir.
ROBESPIERRE: No os envié por odio. Os envié por justicia. La Revolución exigía símbolos. Vos erais uno.
MARÍA ANTONIETA: ¿Símbolo? ¿De qué? ¿De un pueblo hambriento que nunca goberné? ¿De un lujo que heredé sin pedirlo? ¿De un sistema que yo no inventé?
ROBESPIERRE: De la impunidad. De la indiferencia. De esa sonrisa helada con la que se servía pastel mientras el pueblo no tenía pan.
MARÍA ANTONIETA: ¿De verdad creéis que dije eso? ¿»Que coman pasteles»? Nunca pronuncié tal frase. Fue un rumor, una burla, una invención conveniente. Pero os sirvió, ¿verdad?
ROBESPIERRE: No importa si lo dijisteis. El pueblo lo creyó. Y yo creía en el pueblo.
MARÍA ANTONIETA: Vos creíais en la virtud, y os ahogasteis en sangre. ¿Cuántos murieron en nombre de esa virtud? ¿Cuántas cabezas os parecieron necesarias para purificar París?
ROBESPIERRE: Demasiadas… y no las suficientes. Porque la corrupción seguía viva. La República nacía rodeada de lobos. Yo quise fundar un nuevo orden. Uno puro.
MARÍA ANTONIETA: Y para eso matasteis a todos los que no encajaban en vuestra pureza. Incluidos niños, mujeres, amigos… ¿Incluso a Danton? ¿A Desmoulins, vuestro hermano de causa?
ROBESPIERRE: Porque flaquearon. Porque dudaron. Porque quisieron pactar con la mediocridad. Yo no podía permitírmelo.
MARÍA ANTONIETA: ¿Y creéis que eso os hace noble? Lo que hicisteis no fue justicia. Fue miedo. Fue ego. Fuisteis… un rey sin corona.
ROBESPIERRE (alza la mirada, como si lo golpearan): ¡Nunca quise poder! ¡Yo fui su siervo! La Revolución era más grande que yo.
MARÍA ANTONIETA: Y sin embargo, ¿quién más firmaba las listas? ¿Quién subía al estrado a denunciar y condenar con voz trémula y mirada de hielo? ¿Quién hizo de la muerte una costumbre?
ROBESPIERRE (susurra): Yo… no me reconozco en lo que fui. Pero entonces, no podía detenerme. El terror era un río que arrastraba a todos.
MARÍA ANTONIETA: Yo también fui arrastrada. Y sin embargo… me descubrí humana en la prisión. Fui madre, esposa, mujer. Solo entonces dejé de ser reina y empecé a vivir.
ROBESPIERRE: ¿Y me perdonáis?
MARÍA ANTONIETA: No vine a perdonar. Vine a comprender. Y ahora os veo: tembláis igual que yo lo hice camino del cadalso. ¿Sabéis qué me sostuvo?
ROBESPIERRE: ¿Qué?
MARÍA ANTONIETA: Mi hijo. Su carita. Su olor a leche y a miedo. Pensé: si yo caigo con dignidad, algún día lo sabrá. Aunque nunca lo supiera.
ROBESPIERRE: Yo no tuve hijos. Pero tuve un pueblo… al que quise proteger como a un hijo. ¿Fue amor? ¿O fue delirio?
MARÍA ANTONIETA: Tal vez ambas cosas. Lo terrible es que el amor sin compasión se vuelve tiranía.
ROBESPIERRE: Y la compasión sin justicia se vuelve debilidad.
MARÍA ANTONIETA: Tal vez. Pero en este lugar donde ya no se mata, ni se aclama, ni se teme… solo queda lo que fuimos.
ROBESPIERRE: Y lo que pudimos haber sido, si hubiéramos hablado antes.
MARÍA ANTONIETA: (sonríe levemente)
¿Un jacobino y una reina? Habría sido un diálogo digno de Salón o Asamblea.
ROBESPIERRE: O de esta mesa, aquí, donde por fin no hay más verdugos ni víctimas.
MARÍA ANTONIETA: Entonces, ciudad… no. Entonces, Maximilien… Bebamos a la memoria de los que no comprendieron que todos fuimos humanos.
ROBESPIERRE: Y que todos, en el fondo, fuimos miserables. (Se sirven vino imaginario en copas invisibles. Se miran, esta vez no con reproche, sino con una suerte de melancolía compartida. Y beben. No por la gloria. Por la verdad)
Todos fuimos humanos, maravilloso cierre de esta conversación imposible. Al final, queda nuestra humanidad con sus horrores y sus grandezas. Muchísimas gracias, Miguel
Cuanto ingenio y cuanta sabiduría contiene esta entrevista Gracias por permitirnos conocerla
Qué interesante encuentro y dentro hay muchas verdades que forman parte de una naturaleza humana que cree que representante de un verbo divino
Genial Miguel! Magistral!
Salud Miguel…abrazo desde Bariloche…!!!
Robespierre dixit…» Los países libres son aquellos en los que son respetados los derechos del hombre y donde las leyes, por consiguiente, son justas.»
María Antonieta reflexiona…»Con tantas cabezas que se pierden…es importante conservar la suya»