BEGOÑA DELCLAUX. Cuando Elisa entró en su casa, vio a su padre en el salón enfrascado en el periódico. Tenía abiertos los deportes y sonaba a todo volumen un aria de Verdi que se escuchaba en la tele acoplada a un altavoz. Se lo había montado su hijo dirigido por Elisa, que le enseñó a usar Spotify y a crear sus propias listas. Le costó un poco aprender y puso un montón de pegas, pero ahora estaba encantado. Él no entendía de ópera, siempre fue de blues y rock, pero le gustaban las arias. Debía ser que la edad llevaba a cambiar de gustos, igual que ahora prefería un cocido a una hamburguesa. Lo mismo debía pasar con la vista y el oído, pero, al no poder comparar, no es tan fácil de medir. De su incipiente barriga echaba la culpa a su madre y a su maña en la cocina. Era una gestora eficaz que se ocupaba de todo. Cuando murió su mujer, se había venido abajo. Por más que quisiera a sus hijos, no llenaban un vacío que tiraba de él hacia dentro como un agujero negro y volvió a beber sin control como había hecho de joven hasta sentar la cabeza. Cuando acabó el instituto, no quiso seguir estudiando. Primero fue camarero y luego se empleó en un taller. Le gustaban los motores. Salía todas las noches y gastaba el sueldo en copas y en drogas varias. Le echaron cuando empezó a llegar tarde y en mal estado. Un día la mala fortuna, o buena según se mire, le llevó a robar un piso. Fue con un colega suyo que se las daba de experto. Por poco no les cogieron. Estaban en plena faena cuando volvieron los dueños. Huyeron por la ventana y él perdió una zapatilla.


Begoña Delclaux

El miedo a que le rastrearan como al pie de Cenicienta le obligó a parar y pensar que aquello no era lo suyo. El hermano de un amigo acababa de opositar para la Guardia Civil y optó por cambiar de bando y pasar a ser de los buenos. Semejante decisión dejó a su madre pasmada, pero no dijo ni mu. Se entregó a su profesión y fue subiendo de rango. Catorce años después le habían nombrado sargento, pero murió su mujer y al poco llegó al cuartel completamente borracho.
Por entonces la sargento Alicia Maura tenía el rango de cabo y estaba bajo su mando, pero al verle en ese estado se atrevió a encararse con él. —Tiene que dejarlo, sargento —le soltó—. Debe parar y pensar. Se va a meter en problemas si no empieza a controlar. —Es tarde para eso, cabo —repuso él con ironía—, ya los tengo, los problemas.
—Sus hijos también los tienen, que han perdido a su madre y ahora tienen un padre que llega a casa borracho día sí y día también. La vida es un asco, oiga, pero lo es para todos.

La miró desconcertado y después miró a la nada del estrecho callejón que había fuera del cuartel, entre el ayuntamiento y la calle Mirasierra. Miró con ojos profundos cargados de alcohol y pena.
—Le sugiero que se vaya a dormir la mona a casa —la sargento Maura siguió— . El jefe llegará en cualquier momento y es mejor que no le vea con esa cogorza que lleva. Deje ya ese rol de víctima y haga algo de una vez. Váyase al médico, al Congo o péguese un tiro si quiere, pero hágalo ya, sargento. —«Pa» vivir así, mejor no morirse nunca —masculló un refrán extraño y contradictorio que a él, por alguna razón, siempre le había hecho gracia y esbozó una sonrisa amarga que le hizo a Maura pensar en payasos de ojos tristones.

Iba a seguir su consejo porque se dio media vuelta y se alejó calle abajo sin volver a entrar siquiera a buscar su cazadora.
 Pero la mala fortuna quiso que el jefe llegara en ese mismo momento. Era el alférez Cubillas, entonces al mando del puesto. El encuentro fue sonado, tanto que terminó en juicio y no le expulsaron del Cuerpo por méritos anteriores y su reciente infortunio. Eso sí, fue suspendido de empleo y sueldo seis meses. Cubillas, muy ofendido, no dejaba de jurar que bloquearía su ascenso por los siglos de los siglos.
De momento lo había logrado y casi diez años después Cubillas era teniente y él seguía de sargento. Pero no le guardaba rencor ni se hacía mala sangre pues no iba con su carácter. Tampoco se arrepentía y hasta sonreía al recordar el encuentro, aunque no lograra enfocar el suceso con nitidez. (Continuará)

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