GREGORIO Mª CALLEJO HERNANZ*. La semana pasada veíamos en estos “apuntes…” dos ejemplos de crueldad orientados a la consecución del poder o a su consolidación, al dominio sobre los otros. Dos ejemplos extraídos de la realidad histórica. Hoy propongo un cierto cambio de enfoque. Desde la ficción, desde la novela del Siglo de Oro, intentaré exponer un ejemplo de crueldad ejercida con el fin de agradar a los poderosos, con el fin de conseguir con ella reconocimiento social y éxito. Hace poco Federico Utrera recordaba desde estas páginas la figura de Juan Goytisolo. Uno de sus tantos méritos fue rescatar del olvido una novela que parecía condenada a pasar por una de tantas picarescas escritas en los estertores del género y que bien poco había aportado a la historia de nuestra literatura.


Se trataba de la “Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, contada por él mismo”, publicada en 1646 , sin que quede aún claro si se trata de una autobiografía o de una “falsificación histórica”, es decir si su enigmático autor se “apropió” de la figura de una persona existente y le atribuyó una biografía falseada. Goytisolo la calificó en un clásico artículo escrito en el Ruedo Ibérico como la novela moderna más importante de la historia de España después del Quijote. ¿Qué mérito tiene esta novela, que se consideró hasta hace cincuenta años una novela menor?. En lo que a nosotros nos afecta, en estos apuntes sobre la crueldad, nos encontramos con un fenómeno literario sorprendente.

La exaltación de la crueldad y la cobardía como méritos para mejorar socialmente. Estebanillo González es un “pícaro”, un personaje con, en principio, las mismas trazas que el Lazarillo, el Buscón o el Guzmán de Alfarache. Pero esta obra supone un giro esencial con respecto de los patrones habituales de la novela picaresca. En primer lugar, Estebanillo no es un pícaro por extracción social, no es hijo de delincuentes, ni de una bruja, ni de una alcahueta. Es pícaro porque le gusta serlo después de despreciar todos los esfuerzos de sus padres por darle un oficio honrado. En segundo término, y frente a la concepción claramente moralizante de la novela picaresca (por ejemplo, en el final del Buscón, y ante la marcha del protagonista a las Indias se dice que su vida fue todavía a peor “pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres”) , destaca aquí la frialdad con la que el autor omite cualquier pronunciamiento sobre las barbaridades que va cometiendo Estebanillo.

En tercer término, y frente a la falta de contenido de los personajes pícaros (meros portadores de anécdotas y episodios con intención moralizante), Estebanillo tiene una temible profundidad psicológica: Es un psicópata , un psicópata en el Siglo de Oro. Cuidado, cuando digo psicópata no me refiero a su modalidad de “asesino en serie”, sino de lo que los ingleses llamaban moral insanity. Un tipo narcisista, egoísta, sin empatía alguna por los demás y capaz de general cualquier daño al prójimo con tal de atender a sus intereses. La novela contiene todo un recital de hechos dañinos que tienen como nota común el hacerse reír a sí mismo y a los demás (normalmente a gente poderosa) y que, de manera desoladora, acaban confluyendo en un éxito final en su carrera. Es decir, ser malo, ser un verdadero canalla, reporta un beneficio final.

Llama la atención que desde casi su niñez el protagonista desarrolla una crueldad que al principio no se manifiesta de manera muy significativa. Simplemente el lector comienza a estar incómodo con sus supuestas gracias. Pero ya de aprendiz de barbero, siendo muy joven, empezamos a indignarnos con él. Por pura impericia arranca el bigote entero de un desdichado con un hierro al rojo. cuando éste se enfada, simple y llanamente le marca en la mejilla con el hierro candente… y huye. Estebanillo es cobarde y siempre huye de su responsabilidad. Lejos de cualquier arrepentimiento estas situaciones le hacen muchísima gracia. De igual forma, cuando rapa sin pies ni cabeza a un cliente pobre, se refiere a él como “lo esquilé como a carnero”, “desierta la mollera y calva toda la cholla”, y cuando le empolva la cara de manera absurda y mientras le llena el rostro de cortes refiere que “hacíame más gestos que una mona”.

Cuando está en Sevilla, decide estafar vendiendo como agua medicinal, la de un pozo helado que sólo reporta a los compradores “dolor de tripas y mal de ciática”. A partir de ahí se inicia un paroxismo de estafas, engaños, robos y violencias: “Abrile trinchea a un pintor en la cara sobre ciertos arrumacos que hacía a una conocida mía”, o en episodio que conlleva su condena a muerte acuchilla a un soldado debajo del estómago si bien dice que más bien fue “él mismo” el que había entrado en los “filos de mi espada”. Pero ni a él mismo se respeta mínimamente. Cuando es condenado a muerte en Barcelona y el sacerdote le ofrece encomendarse a Dios con la confesión, él le pide vino diciendo que “prefiero encomendarme a Baco”. Y se le conmuta finalmente la sentencia por el mero hecho de resultar gracioso a un general y obtener la conmutación del Rey. Hay un episodio especialmente repulsivo que se dice acontecido en Viena. Estebanillo va vendiendo polvos amarillos para quitar el dolor de muelas (por supuesto se trata de una nueva estafa), hasta que consigue engañar a un judío para hacerle una extracción sin dolor alguno, y simplemente para hacer reír a los Reyes que están presentes:

“Agárrele con el gatillo una muela, que me pareció la más abultada de todas las demás, y por hacer reír a sus Majestades a costa del llanto ajeno, tiré con tanta fuerza , que no sólo se la saqué, pero muy grande parte de la quijada con ella. Empezó el judío a dar voces, y sus camaradas a emperrarse contra mí, Sus Majestades a reírse y el pueblo a regocijarse. Más por ver que había algunos en el corro que se amotinaban contra mí , enternecidos del arroyo de sangre que salía de la boca del desquijarado , dije en alta voz: Adiviertan vuesas mercedes que el doliente es judío y sus camaradas hebreos, y que he hecho aposta lo que se ha visto y no por ignorar mi oficio” a lo que sigue el tremendo: “Con estas razones volvió a renovar la alegría y a celebrar la acción y a darles tal felpa a los cuatro zabulones que a no valerles los pies , llevaran más que curar, aunque pienso que no llevaron muy poco”.

Sólo para que una turba cruel y el propio Rey se rían a costa de la desdicha ajena, extrae una muela que ni siquiera es la enferma, y además provoca que la víctima y sus compañeros sean apalizados. Todo lo anterior con la habitual e indignante aversión antisemita que tantas veces plasma nuestra literatura. Este tipo de gracias , si bien no de tanta intensidad, llenan la novela. Estebanillo es cruel en la medida en la que su crueldad resulta divertida a los demás. No deja de ser su actitud una suerte de termómetro de una sociedad enferma. Su absoluta falta de principios y su consustancial cobardía enlaza con el episodio de la batalla de Nordlingen. Nada hay de heroico en la narración de la última gran victoria de los Tercios en las guerras de religión contra los protestantes (en este caso suecos). La guerra de los Treinta Años se ve desde el prisma de un bufón cobarde y malévolo. Un bufón que saquea las propiedades de los civiles indefensos, que se esconde durante la batalla bajo un caballo muerto para acabar saliendo una vez terminada a acuchillar cadáveres y moribundos al grito de “Santiago y cierra España”.

Cuando su capitán , malherido, le reprocha su cobardía y le pregunta porqué no le ha obedecido le espeta “por no verme como vuesa merced se ve”, y cuando aquel finalmente muere, apuntala el protagonistas “Lleváronlo a la villa, adonde, por no ser tan cuerdo como yo , dio el alma al Creador”. Cordura se equipara a cobardía, cumplimiento del deber a locura. Estebanillo es brutalmente sincero consigo mismo. Cuando acuchilla a los moribundos soldados suecos, cuando lacera cadáveres para intentar parecer valeroso, nos acaba diciendo “Fue tan grande el estrago que hice , que me paré a imaginar que no hay hombre más cruel que un gallina cuando se ve con ventaja…”

Su villanía acaba teniendo recompensa. La obra acaba cuando se le otorga licencia para regentar un local de juego en Italia. La novela acaba así con una exaltación de los beneficios de la adulación a los poderosos, como un homenaje a la insensibilidad y a la falta de compasión. Y todo ante la irritación que va surgiendo en el lector ante la cada vez mayor cantidad de crueldades y ante la indiferencia valorativa del narrador, y en el marco de una España decadente en la que triunfan los anti valores. Queda helado el lector con una novela que de manera cruda y sin tapujos ve en la crueldad, en la falta de empatía y en la insensiblidad un valor en sí mismo, una forma de conseguir éxito social. Casi cuatrocientos años después quedamos más helados cuando intuimos la terrible verdad que parece esconder la novela. *Gregorio Maria Callejo Hernanz es magistrado en Majadahonda y escritor.

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