JOSE MARIA IZQUIERDO. Fue redactor jefe de Diario 16, subdirector de Informaciones y corresponsal de EFE en La Habana. En 1983 se incorpora a El País como jefe de Edición, donde fue redactor jefe y subdirector. En 1989 se incorpora como director de los Servicios Informativos a Canal+. En 1995 vuelve a El País como director adjunto. Desde setiembre de 2005 hasta noviembre de 2009 fue director de los Informativos de Cuatro y de CNN+. Por su interés, reproducimos su célebre artículo «Majadahona, el inicio del fin». Comienza así: «Majadahonda, 30.000 habitantes en 1990, 70.000 en 2013, es la madre de todas las poblaciones que pululan entrelíneas en el caso Gürtel. Hablamos de Guillermo Ortega, conocido en la elegante nomenclatura de Francisco Correa como Willy, El Rata o La Rata, alcalde de Majadahonda desde 2001 a 2005, imputado en el caso Gürtel por los delitos de cohecho, fraude fiscal o blanqueo de capitales. En unos pocos párrafos veremos sus hazañas, pero conviene echar un poco atrás la moviola, porque no hay hijo sin padre ni nieto sin abuelo».
Como dice Manuel Fort, concejal del PSOE durante 11 años en Majadahonda, «aquí llevaba años utilizándose el urbanismo y el dinero procedente del urbanismo indebidamente y produciendo pingües beneficios a muchas personas, y no solo a los promotores. Y seguramente después de la trama Gürtel ha seguido y seguirá». Porque Majadahonda es territorio amigo. Allí también hacía sus negocios con la trama el socio y amigo de Agag, Jacobo Gordon. En una de sus promociones de lujo, Twain Jones, que aparece varias veces en la causa, vivieron algún tiempo los consuegros de Aznar. Y del PP de Majadahonda era concejal José Luis Peñas, del que ya hemos conocido su papel protagonista en la denuncia de este aquelarre.
Ricardo Romero de Tejada, nombre que aparece una y otra vez en las hemerotecas de la crónica negra de la Comunidad de Madrid, fue alcalde de Majadahonda desde 1989 hasta 2001, año en el que decidió dedicarse de lleno a la secretaría regional del PP, cargo que ya ocupaba desde 1996 debido a sus muchas gracias, aunque algunas gentes maliciosas dicen que también por sus muchas capacidades para la colecta de pesetas y euros. Hombre modesto, dejó que le pagara durante años las cuotas a la Seguridad Social una empresa de fotocopias propiedad de unos hermanos, los Sánchez-Lázaro, que tenían algunos intereses inmobiliarios. Cuando aquella vergüenza salió a la luz, nadie se ruborizó y la dirección de Génova, en lugar de montar en cólera, optó por la magnanimidad, dio un paso adelante y dijo que no hay problema, pagamos nosotros, que mucho le debemos. Curioso este Romero de Tejada, nombre que te tropiezas a cada poco si quieres investigar aquel sancocho infame que fue el tamayazo de 2003.
Grosso modo, los inicios de las relaciones entre el ayer y el hoy de los gatuperios majariegos pueden resumirse -o así lo hacen quienes conocen el paño- en una guerra entre los más ortodoxos del PP -Romero de Tejada y Narciso de Foxá, recaudación de recorrido in situ/Comunidad/Génova-, y los modernos que aparecen en el lugar, recaudación in situ, también, pero reparto a dos manos entre Ortega y Correa, que para llevárselo otros aquí estamos nosotros, la savia nueva del PP criada a los pechos del aznarismo. Romero de Tejada ya había creado su empresa para manejar el suelo, Pammasa, al margen de las odiosas obligaciones legales. Al frente situó a su hombre de confianza, el concejal Narciso de Foxá, que al final se quedó con el santo y la limosna: hoy, tantos años después, sigue siendo el alcalde de la localidad. La bronca clave data de los primeros años 2000, cuando sale Romero de Tejada de la alcaldía y deja a Ortega como alcalde, que parecía poca cosa, para reservar a Foxá en su sitio clave al mando del urbanismo y la compra-venta de suelo. Y de aquellas tierras, estos barros, porque resulta que Ortega, que no parecía un peligro para el estatus quo, salió como salió.
Para hacerlo breve, aunque no es fácil, Pammasa jugaba con los derechos para hacer vivienda protegida y se los cambiaba a los promotores para hacer vivienda libre en las parcelas que se sacaban a concurso, con denominaciones tales como RN1 o D2. Lo que la oposición socialista llamó «el permutazo». Y es que si una vivienda protegida -hablamos de los tiempos del ladrillazo- valía 180.000 euros, una libre podía costar 600.000. Calculen ustedes a cuánto ascendía el premio gordo de hacerte en pleno boom inmobiliario con alguno de aquellos chollos. 250 de estos derechos de pública a privada, traducidos en 250 pisos de lujo, por ejemplo, significaba una muy significativa cifra de cien millones de euros. Así que trucar o influir en alguno de esos concursos era una pelea a muerte entre las constructoras y sus protectores.
Afar 4, propiedad de Antonio Cubo, era la empresa que lograba más obra en Majadahonda mientras Romero de Tejada y Foxá promovían los concursos para llevar a cabo los «permutazos». Pero a Ortega -a Correa, en realidad- no le gustaba nada que se le birlara esa parte del pastel. En la denuncia ante la fiscalía está grabada esta frase de Ortega con su grupo municipal: «No voy a aceptar que el arquitecto municipal cambie su informe de la parcela para que se la lleve Afar 4. Lo siento en el alma, pero no lo voy a aceptar». Y es que Correa ya había presentado a varias empresas suyas para hacerse con el botín.
Por este tipo de operaciones se montó un escándalo -una primera permuta en 2000, y otra en 2003- por el que se tiraron de los pelos Foxá, el hombre del PP más vertebrado, y Guillermo Ortega, a quien cuidaba con primor Francisco Correa. Tanto que la esposa de este último, Carmen Rodríguez Quijano, conocida por el sobrenombre de «la Barbie», ya se había convertido, ni más ni menos, que en la jefa de gabinete de Willy, El Rata o «cerebro de mosquito» como se le oye decir al gran capo en las grabaciones de Peñas, para guiar al alcalde hasta cotas ni tan siquiera soñadas por el simpático Willy. Como tener, por ejemplo, alguna cuenta en Suiza, en la que figuraba como beneficiario de una sociedad radicada en la isla caribeña de Nevis, un paraíso fiscal de lo más acogedor.
O a recibir, por sus muchos favores a la trama, algunas prebendas que se detallan en los autos. Carpinteros que cobran por facturas falsas al Ayuntamiento pero que en realidad, bajo las expertas señas de la esposa de Ortega, Gema Matamoros, confeccionaron un hermoso mueble de comedor a medida y con armero para su domicilio familiar. En 10 años, junto con su mujer, llegó a tener 39 vehículos y para que no le resultaran muy onerosos, chequeras de gasolina. Más de 40 viajes y estancias -suyos y de sus familiares, incluso de su servicio doméstico- en hoteles de superlujo de España y varios países, además de algunos cruceros. Trajes, también trajes, y bolsos de Loewe para la señora, abonos de tenis y fútbol… Y hay, también, entregas en mano de cientos de miles de euros que ayudarían para el pago del piso de lujo que se compró en la misma Majadahonda.
Y relojes, muchos relojes. Porque según contó al juez uno de los ex concejales díscolos de Majadahonda, Juan José Moreno, Guillermo Ortega «era un apasionado de los relojes, un apasionado no, un descerebrado», puntualiza Moreno, que llegó a tener «un armario en su casa absolutamente bestial» lleno de relojes. Hay constancia de que Willy compró en la joyería Suárez relojes por un valor superior al millón de euros, entre ellos varios Panerai y algunos Hublot. Un albarán señala, comprados de un golpe, tres cronógrafos suizos por 23.000 euros.
Aquella guerra de las parcelas culminó con la destitución de Ortega, en una operación en la que tuvo que intervenir la mismísima Esperanza Aguirre. Generosa, halló la solución: Foxá amarra Pammasa, la madre del cordero, junto con la alcaldía, y a Guillermo Ortega, pobrecillo que no se nos quede sin nada, le nombra gerente del Mercado Puerta de Toledo, con un sueldo superior al de alcalde. Como ven, un castigo ejemplar de la lideresa, siempre tan firme en la lucha contra la corrupción.
Fuente:
El País