
Hace unos días decidí pasear, en las franjas horarias aprobadas, en preparación hacia ese oxímoron de la “nueva normalidad” (si es nueva no puede ser normal y si es normal tampoco será novedosa). No es que sea un entusiasta, como Thoreau o el mismo Heidegger, del paseo como acicate del pensamiento, pero intento llevarlo con cierta dignidad pese al antifaz de la mascarilla. Caminar solo, acompasando ritmo de zancada e ideas, permite observar con calma nuestro entorno (eso que llaman “slow life”), mientras se divisa a quien viene de frente, planeando un regate de separación. Porque, y ese es el problema, aunque ando por las calles sigo distanciado, sin hablar con nadie. No sé cuánto me durará ésta secuela, pero es una herida complicada de cicatrizar. El ser humano es una animal social que necesita de modelos para guiarse y, si ese objeto a seguir es ejemplar, fundamenta la base ética, desde Spinoza a Javier Gomá, pasando por Kant.
El problema es que ese círculo virtuoso tiene su némesis en la imitación rutinaria de lo incorrecto, aquello que Hannah Arendt definió como “la banalidad del mal”. Hannah Arendt (de la que en el último Babelia-El País hay una interesante reseña), lo elaboró tras asistir en Jerusalén de 1961, como corresponsal de The New Yorker, al juicio del nazi Adolf Eichmann. Dejando a un lado las controversias por su valoración de ese juicio, la principal aportación es la idea de que el mal puede ser obra de gente normal, de aquellas personas que renuncian a pensar para abandonarse a la corriente que impera, a la voluntad de su jefe o a la disciplina del partido. La misma Arendt (discípula y amante durante un tiempo de Heidegger) lo sufrió personalmente como judía y lo plasmó en su principal obra “Los orígenes del totalitarismo”, donde describe la confusión entre hechos y opiniones que sirven de cemento al seguidismo acrítico de todos los populismos de izquierda y derecha.
¿Se puede aplicar el concepto de “banalidad del mal” a muchos de los errores y graves decisiones/omisiones acaecidas en España antes, durante y ahora en esta crisis sanitaria? Tal vez la mezcla de incompetencia, necedad y rutinario seguimiento, sin sentido racional, expliquen cómo se dejó morir a tantos ancianos en las residencias de mayores y se abandonó a los sanitarios sin protección. Tal vez la falta de liderazgo democrático de muchos de nuestros políticos y su ejemplo en negativo, llevan a que rutinariamente algunos se salten las medidas de seguridad y surjan nuevos casos. Tal vez el exceso de tendencia epicúrea lleva a banalizar el riesgo y tal vez deberíamos tener una clase política más ejemplar, pero eso no es un eximente, pues como la misma Arendt apunta, siempre existe la responsabilidad individual de hacer lo correcto.




