Fotografía facilitada por la Comisión Europea de los ataúdes de las víctimas del naufragio de Lampedusa, el 9 de octubre de 2013. EFE/Roberto Salomon

JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. En estos momentos de confusión y ruido, cuando hemos entrado en una distopía sólo imaginada en el guion de una mala película, inicio una serie de reflexiones sobre diferentes temas, alternándolas con entrevistas a varias personalidades. El objetivo, tal vez pretencioso, es aportar algo de luz a nuestras ansiedades, ojalá sea útil para alguien. Cuando surge un hecho inesperado y desolador, los humanos solemos plantear la pregunta de si se debe a un “castigo” por nuestro mal obrar, siendo el “juez” una entidad mítica cambiante. Desde la peste Antonina que arrasó el mundo en tiempos de Marco Aurelio, hasta nuestros días, se mantiene esta idea. En la aparición del SIDA, a finales de los ochenta, algunos hablaron del castigo divino contra los que “habían degradado la sociedad”. Incluso ahora, en una cultura tan secularizada, hay filósofos como Byung-Chul Han (B-C Han) que consideran la pandemia “la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema”.


José María Rojas

Sin embargo todo es una ilusión cognitiva, pues ninguna enfermedad es resultado de una valoración moral de nuestros actos. Como dice Slavoj Zizek “si buscamos un mensaje oculto -a esta crisis- nos situamos en la premodernidad: tratamos nuestro universo como algo que se comunica con nosotros”. Otros apuntan por causa a la globalización, pero esa misma globalización ha generado la respuesta más rápida que jamás se ha dado a ninguna enfermedad. La irrupción del COVID-19 es posible que afecte a nuestra vida en sociedad (en definitiva la “polis”) y Zizek apunta: “no habrá ningún regreso a la normalidad, la «nueva normalidad» tendrá que constituirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas”. B-C Han va un paso más y sostiene que “a consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de vigilancia biopolítica… que supone el fin del liberalismo”.

Este peligro para la democracia liberal lo resalta Yuval Noah Harari y propone que, frente a la disyuntiva «seguridad versus libertad», la opción es el empoderamiento de la ciudadanía para un mayor control de las decisiones del poder político, un flujo de supervisión bidireccional hacia un equilibrio del existir seguro en libertad. Hace años, Daniel Kahneman demostró la incapacidad del ser humano para valorar grandes números. Hemos reducido los fallecidos por COVID-19 (más de 27.000 en España) a números sin rostros. No hemos visto ataúdes, ni entierros, olvidando el valor de los ritos como indica B-C Han, y les hemos cosificado dentro del “Big Data”, cambiando seres individuales por dígitos, como si fueran condenados de un campo de exterminio, usurpando su dignidad. Decían los estoicos (Marco Aurelio entre ellos) que tal vez no podamos evitar lo que el azar nos depara, pero está en nuestras decisiones el cómo responder a ello. Quizás ésta sea la gran lección que nuestros antepasados nos envían desde otras pandemias.

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