VICENTE ARAGUAS. (8 de marzo de 2025): Volver a Violeta. Regreso a Violeta Parra este 8-M, en respuesta cordial a una lectora, Ángeles Horcajo Buendía, de este medio que me acoge y al que tanto quiero (y admiro, que es empresa romántica hacerlo día a día, prácticamente “gratis et amore”) que me lo pidió no hace mucho. Y en ese retorno voy a mi tocadiscos y pongo un vinilo del año de la polca con la voz de terciopelo de la Dama de la Canción. De la chilena, para el caso, que hay otras, de la canción ligera: Amália Rodrigues, Portugal, Mina, Italia, Barbara, Francia, Chabuca Granda, Perú, Chavela Vargas, México, Joan Baez, EE. UU. ¿Y en España? Se me ocurre que por el modo de interpretar la canción, de decirla, María Dolores Pradera, aunque al no ser compositora ni letrista su andamiaje quedó un poco limitado (en este terreno podría entrar Cecilia, quien murió pronto de más, siempre morimos demasiado pronto). Pero estoy escuchando a Violeta en la tarde del último día de febrero majariego. Dicen que podría llover y a mí, la verdad, apenas si me llueve el “Gracias a la vida”, esa canción magistral, más aun en la voz tan tierna de Violeta. Especie de “Magnificat”- “Gracias a la vida/ que me ha dado tanto/ me dio dos luceros, que cuando los abro/ perfecto distingo lo negro del blanco/ y en el alto cielo su fondo estrellado….”

PERO VIOLETA ES MUCHO MÁS QUE ESA CANCIÓN TAN HERMOSA QUE SE ME HACE TAN TRISTE cuando pienso en el disparo, certero y voluntario que acabó con la vida de esta excelsa chilena a los, casi, cincuenta años (nació en octubre de 1917, murió en febrero del 67, ahorrándose, eso sí, la felonía-pinochet). Esa que remató la vida de Pablo Neruda, citado por Violeta en una de sus canciones, en la misma que su hermano Nicanor, Premio Cervantes a los noventa y siete: llegaría a centenario. Lo que hace pensar en un gen familiar longevo. Y no dejo de pensar en el suicidio de Violeta Parra, tan contradictorio, a tenor de su canción estrella, como el de Mariano José de Larra, detractor de esa pena de muerte que sin embargo no dudó en aplicársela a sí mismo. Mal de amores, dicen; aquella Dolores Armijo devolviendo cartas y solicitando las suyas. Y Larra ante el espejo, para no descomponer la figura ante la que no tiene vuelta de hoja. Violeta, pero “qué sabe nadie en casa de nadie”, que decía aquella vecina que tuve, nada entrometida ni ventanera, ya se ve, padecía también de un mal amor. Bastante más joven, dicen, y me remito de nuevo a mi vecina.

Y ALLÁ QUE SE NOS FUE VIOLETA EL MISMO AÑO EN QUE ERNESTO “CHE” GUEVARA MORÍA EN LA HIGUERA (BOLIVIA) de “muerte matada”, siguiendo a Celso Emilio Ferreiro, en ocasión y muerte diferentes. Aparte de “Gracias a la vida” mis canciones favoritas de Violeta Parra son “Volver a los diecisiete” y, ¡cómo no!, “Mazurquica modernica”: una de las canciones más juguetonas que jamás se hayan escrito, demostrando el poderío poético, sí, también, de la cantautora chilena. Paralelo, ya se dijo, al de Nicanor. Quien le dio una vuelta al poema convencional, y dejó escrito para su epitafio; “Ni muy listo ni muy tonto de remate/ fui lo que fui; una mezcla/ de vinagre y aceite de comer/ ¡un embutido de ángel y bestia!”. Aparte de Nicanor están también Isabel y Ángel Parra, hijos de Violeta, continuadores de la mítica “La Peña de los Parra”. Honor y gloria para la mujer que nos dejó una canción, por la que siento una especial debilidad, como estudiante insurgente que fui, cuando debía. Esa canción, violentamente tierna: “Me gustan los estudiantes”. Oídla por favor. Gracias desde la Majada(honda).