JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. Algunas personas, pocas pero significativas, consideran que la ciencia, o mejor dicho los científicos, han cometido muchos errores en esta epidemia de la Covid-19. Olvidan que esta enfermedad infecciosa es la que más rápidamente se ha conocido su causa, identificado el agente responsable (el virus SARS-Cov-2), secuenciado su genoma y diseccionado el mecanismo de actuación. Y la que más pronto se han obtenido métodos de diagnóstico y seguimiento en toda la historia de la humanidad, con la peculiaridad de que ya existen varios tratamientos aprobados y otros muchos en fase clínica. Por ello se presenta, con mayor rapidez que nunca, la posibilidad de un amplio abanico de vacunas, potencialmente disponibles en el próximo año 2021.


Jose Mª Rojas

Sin embargo, la velocidad de los avances tecnológicos nos tiene mal acostumbrados y queremos que todo sea instantáneo y efectivo, olvidando (o desconociendo) que todos los procesos biomédicos requieren su tiempo para asegurar esa efectividad y evitar complicaciones fisiológicas. La crítica también se dirige a que los científicos no avisaron a tiempo, sin considerar que la ciencia no es un arte adivinatorio. Y que aun así, muchos expertos llevaban tiempo alertando de nuevas enfermedades emergentes, como ocurrió antes con otros tipos de coronavirus, pero nadie les escuchó o los tomó en serio. El tiempo aclarará si el gobierno de la China Popular ocultó datos importantes a la OMS, pero esta organización reaccionó tan pronto fue consciente de la gravedad del problema, lo cual deja en evidencia las críticas de Donald Trump quien, en esos momentos y durante mucho tiempo, minimizó el riesgo para la salud (igual que muchos otros gobiernos).

Curiosamente, ahora, cuando se están desarrollando varios tipos de vacunas, surgen voces criticando su uso -lo cual no es nuevo-. Así, el cardenal arzobispo de Valencia, monseñor Antonio Cañizares, durante la homilía del Corpus Christi, dijo que las investigaciones de la vacuna con la Covid-19 “son obra del diablo” pues “se están haciendo con fetos abortados”, una barbaridad que se añade a los disparates anti-vacunas de Miguel Bosé, Novak Djokovic o el Rector de la UCAM, este último alegando la existencia de una conspiración entre Bill Gates, fundador de Microsoft, y el especulador George Soros para implantar chips en las vacunas contra el coronavirus, acusándolos de servidores de Satanás. Todo ello es un completo disparate, con el riesgo de alejar a sectores de la población, sensibles a esas opiniones, de una de las mejores armas que los seres humanos han diseñado contra las enfermedades infecciosas: las vacunas.

A principios del siglo XX, la esperanza de vida media en el mundo occidental era de 43 años, similar a la que tienen los grandes simios. Actualmente es de más de 80 años. Hemos casi duplicado nuestra esperanza de vida en los últimos 100 años y eso no ha sido por ningún cambio en nuestros genes, ni por ninguna conspiración diabólica. Se debe a la aplicación del conocimiento científico. Medidas preventivas de higiene, uso de antibióticos (pese a los ataques a su descubridor, Alexander Fleming) y vacunación generalizada (especialmente contra virus) redujo drásticamente la mortalidad infantil. Gracias a la vacunación se consiguió erradicar la viruela del mundo y eliminar la polio en la mayor parte de los países, dos enfermedades que han causado mucho dolor y muerte.

Una vacuna es un producto médico que intenta emular la infección por un agente infeccioso, provocando una respuesta inmune (celular y de anticuerpos) más o menos permanente en el tiempo, de tal forma que, cuando el individuo vacunado es infectado, su cuerpo ya tiene defensas que anulan a ese agente infeccioso, impidiendo que enferme. La mayoría de las vacunas son contra virus, pues las bacterias se tratan eficientemente con antibióticos (que no tienen efectos contra los virus). Las vacunas contra parásitos se intentan, pero son más complicadas de obtener (por ejemplo en el caso de la malaria). No hay vacunas contra todos los virus, bien por ser minoritarios o por complicaciones técnicas, como ocurre con el virus del SIDA. Obviamente, y como pasa con cualquier producto médico, toda vacuna es un riesgo y por eso, antes de ser aprobado el uso, se comprueba su toxicidad, efectividad e inocuidad en tres bloques de ensayos clínicos, lo mismo que cualquier fármaco que sale al mercado. La aprobación en Europa depende de la EMA (European Medicines Agency) y en EEUU de la FDA (Food and Drug Administration). Los controles de esas Agencias son rigurosos, escrutando todos los resultados en tres fases de ensayos clínicos y garantizando el uso del producto -en este caso vacuna- que aprueben.

¿Pueden existir riesgos al vacunarse? Los mismos que con cualquier fármaco o procedimiento sanitario, pero el aval de esas Agencias es que ese riesgo es mínimo. Obviamente no significa que sea lo mismo que tomar un vaso de agua, pero es inferior a una radiografía. Y desde luego, el riesgo mayor sería no vacunarse, tanto para uno mismo como para los demás. En el caso de la Covid-19, se están intentando varios abordajes y algunos ya demuestran estimulación del sistema inmune, especialmente producción de anticuerpos neutralizantes. Según la OMS, se están desarrollando 149 vacunas contra el SARS-Cov-2. La ciencia avanza por acierto y error, puede haber fallos y tardar tiempo, pero sólo el conocimiento nos permitirá superar este drama. La alternativa de la superstición y de los atajos de las pseudociencias sólo lleva al desastre. Como decía Hegel “lo único que se aprende de la historia es que no aprendemos nada de ella”, aunque como también dice Javier Cercas “siempre podemos aprender de la experiencia”. Los tres proyectos más avanzados son:

Vacuna de la compañía estadounidense Moderna (de ModeRNA). Su candidato, “mRNA-1273”, ha entrado en la fase III de ensayos clínicos para analizarlo en 30.000 voluntarios. La vacuna se basa en el uso de la tecnología del ARN mensajero (mRNA), consistente en inocular un mRNA (en este caso el mRNA-1273) codificante para una proteína viral frente a la cual reacciona el sistema inmune. Y al ser tomado por las células, hace que produzcan esa proteína generando la activación del sistema inmune y la producción de anticuerpos muy específicos. Se trata de un abordaje biotecnológico muy novedoso, el problema es que al no amplificarse ese mRNA-1273 puede requerir varias dosis de inoculación para conseguir una respuesta inmune eficiente.

Vacuna desarrollada por el consorcio entre la Universidad de Oxford y la compañía farmaceútica Astra Zeneca, que también ha entrado en la fase III de ensayos clínicos y con miles de voluntarios en Brasil. Su candidato, ChAdOx1 nCoV-19, procede de un virus llamado ChAdOx1 que es una versión debilitada de un virus del resfriado común (adenovirus) en chimpancés. Está modificado genéticamente, de manera que es imposible que se replique en humanos, y lleva la proteína S de la superficie del SARS-Cov-2. La idea es que la vacuna, al exponer la proteína S a las células inmunitarias, induzca la producción de anticuerpos específicos, aunque probablemente requiera re-vacunaciones anuales. En este caso el vector (derivado del ChAdOx1) ya se usó con éxito en la obtención de otras vacunas, por lo que el modelo puede funcionar perfectamente.

Vacuna desarrollada por el consorcio entre la biotecnológica china CanSino Biologics y la Academia de Ciencias Militares de China, que ya han completado las dos primeras fases de ensayos clínicos y curiosamente han anunciado su uso entre los miembros de las fuerzas armadas de China (saltándose la fase III, China no reporta a la EMA, ni a la FDA, tiene su propia Agencia reguladora). Su candidato, Ad5-nCoV, se basa en un adenovirus del resfriado modificado genéticamente, de forma parecida al modelo de Astra Zeneca.

Majadahonda Magazin